Mil seiscientos ochenta y cinco newtons metro (1685 Nm). Esa cifra es la resultante de sumar el par máximo de los dos modelos de Ford que conduje hace unos días por las carreteras del Pirineo (y la altura sorbe el nivel del mar a la que estaba la cuarta curva que había desde la salida del centro de operaciones de Ford). Los dos son SUV, los dos se recargan y los dos pesan alrededor de 2400 kg: son el Explorer 3.0 PHEV y el Mustang Mach-E GT. Tan parecidos sobre el papel (ficha técnica comparativa) y tan distintos como vehículos.

El Explorer va por su sexta generación (la primera es de 1991), aunque en España, salvo que me equivoque, solo se comercializaron dos. La primera coincidió con la aparición del Jeep Grand Cherokee, modelo que lo eclipsó en España por su diseño más moderno y unas dimensiones más adecuadas para nuestro continente.

Esta no ha sido mi primera vez con el Explorer 3.0 PHEV. Nos conocimos en su presentación, en mayo de 2020. Y me dejó sorprendido. La sensación fue parecida a lo que podría ser ver a un luchador de sumo correr como Usain Bolt. ¿Cómo es posible que un bloque de acero que mide 5,06 metros de longitud, 2,0 de anchura y 1,78 de altura pueda moverse así? Pues la «culpa» es de su motor de gasolina —de 3,0 litros, seis cilindros en V y sobrealimentación de 363 CV— y su compinche eléctrico —desarrolla 102 CV—. En total, cuando los dos sacan su genio a la vez, se dispone de 457 CV y 825 Nm bajo el pie derecho.

Acelerar a fondo es una experiencia deliciosa, por cómo suena el seis cilindros y por cómo gana velocidad, con un empuje inmediato y constante. La caja automática lo acompaña con una cascada de cambios de relación dado que tiene diez marchas. Cuando llegan las curvas, el luchador de sumo mete tripa y disimula sus 2466 kilogramos. No se transforma en un deportista de cuerpo fibroso, pero es un fofisano con mucho aguante.

Casi todo lo anterior podría ser aplicable al Mustang Mach-E GT. Total, tiene una potencia parecida y pesa casi igual (hay 118 kg a su favor). Pero no es así, el Mach-E es un coche para disfrutar en curva, con unas reacciones que uno puede esperar en un deportivo, pero no en un SUV. Un Tesla Model 3 (no he conducido el Model Y) es también un eléctrico rapidísimo, pero no tiene el toque deportivo con el que Ford ha aderezado a su «macki».

El Mach-E es de esos coches que también se dirigen con el acelerador, además de con el volante. A golpe de gas se redondean las curvas, ayudando a que la parte delantera avance hacia donde debe. Y lo hace sin asustar al conductor, sin «espantadas» del eje trasero que requieran de una habilidad especial. Nada que ver con el otro Mustang —el que mide 20 cm menos de altura (ficha comparativa)— y que sí es exigente con el conductor si se buscan sus límites.

En la redacción de km77 comentamos desde hace tiempo que ahora todos los coches van bien (en líneas generales) y son dinámicamente muy parecidos. Hace años nos encontrábamos diferencias claras al probar modelos del mismo tipo (un Clase C, un 407 o un Serie 3, por ejemplo). Ahora todo se ha igualado y cuesta encontrar coches que aporten algo diferente que no sea una pantalla media pulgada mayor que la de su rival. Y el Explorer y el Mach-E ofrecen ese algo diferente que no todo el mundo valorará, pero que está ahí para quien lo busque.