«Nuestro querido Pepe nos ha dejado. Se va con todo el amor y el cariño de los que hemos estado a su lado y demostrando una vez más su gran capacidad de lucha y esfuerzo.» Así nos transmitía ayer domingo día 12 de septiembre de 2021 Rocío Zúñiga a los amigos la muerte de su marido.

Pepe fue marido y padre, fotógrafo de esta casa, km77, en la que fue su última etapa laboral y anteriormente fotógrafo de la revista Motor16.

Pepe y su familia han tenido una vida difícil en los últimos años. En el mejor momento de su vida y con un hijo pequeño sufrió un accidente cardiovascular del que le costó mucho esfuerzo recuperarse. Con tesón y mucho trabajo de recuperación pudo reanudar una vida normal.

Conocí a Pepe mucho antes, en el año 91, en la redacción de Motor16. En aquella época, las fotos más precisas, brillantes y con el foco más exacto de todo el panorama de revistas de motor de este país eran las de Pepe Robledo.

La foto perfecta

No era fácil trabajar con Pepe. Te reñía si no pasabas por el sitio exacto para que la foto saliera perfecta. Te reñía si pasabas más rápido o más despacio de lo que él te había dicho, si el coche no inclinaba o inclinaba más de lo que él quería o si llevabas las ruedas demasiado giradas. Pepe quería la perfección en las fotos de movimiento de los coches. En sus fotos, los coches llenaban el espacio, siempre bien apoyados, perfectamente iluminados y con el foco exacto.

Era la época del periodismo de papel. Las fotos eran como salían de la cámara. Sin retoques. De serie. Era el campo de trabajo donde se distinguían los buenos fotógrafos de los profesionales poco exigentes.

Recuerdo una sesión de fotos en Italia, en la que probamos unos Fórmula 3 de Alfa Romeo. Aquel día, con unas condiciones endiabladas, con la pista seca pero helada, y con un frío apabullante, salí el primero con uno de los monoplazas y, a tres por hora, me salí al cesped en la tercera curva. Como si fuera sobre hielo. Recuerdo la mueca de dolor en la cara de Pepe. Dolor y vergüenza por ir con un conductor tan manazas. No me lo dijo en aquella ocasión, pero me lo dijo muchas otras veces: «Yo pongo todos los medios para hacer la mejor foto. Espero que quien conduce el coche haga lo mismo.»

Pepe estaba acostumbrado a trabajar con el gran Víctor Fernández, que siempre ha hecho con los coches lo que le ha dado la gana. Yo, que no soy Víctor Fernández, sufría cuando me tocaba una sesión de fotos con Pepe. En contrapartida, en Motor 16, con Pepe Robledo y José Antonio Díaz, con un punto de partida antagonista al plantear las sesiones de fotos, publicábamos siempre fotografías de la mejor calidad.

Pundonor y autoexigencia

Muchos años después, cuando Pepe terminó su etapa en Motor16, tuve la oportunidad de ficharle en km77. Obviamente, lo fiché. Los tiempos habían cambiado totalmente. De las diapositivas habíamos pasado a fotografías y cámaras digitales. De dos carretes por sesión de fotos a no tener límite en el número de fotos. De la foto original y el visor en la mesa de luz al mundo del retoque. De la impresión en papel a ver las fotos a toda pantalla. Pepe sufría en este nuevo contexto. Fueron muchos cambios para él y aunque nunca me lo dijo rotundamente, creo que no disfrutó la época de internet. A él le gustaba el papel. De hecho, el último contacto virtual que tuve con él fue a raíz de llevarle unas revistas al hospital al principio de su enfermedad.

Pepe fue un tío grande. Con pundonor y mucha autoexigencia para conseguir el mejor de los trabajos, según sus objetivos. Pulcritud, nitidez, brillantez, el mejor foco, las ruedas por su sitio, el coche limpísimo. Todo impoluto.

Cuando Pepe trabajó en km77, enseñó a iluminar a Loren Serrano en el estudio y también a hacer fotos en exterior. Loren, nuestro Loren, aprendió con Pepe, por lo que cuando Pepe tuvo su accidente cardiovascular, teníamos el relevo preparado. Por este motivo, la escuela de fotografía de km77 se basa en buena medida en las enseñanzas de Pepe Robledo.

Premio de fotografía Pepe Robledo

Porque quería a Pepe, por toda su historia en esta casa y por su pundonor, porque quiero a su mujer, Rocío, y sobre todo porque quiero que el hijo de ambos, Álvaro Robledo, tenga siempre presente, constantemente, a su padre y lo que ha supuesto el trabajo de su padre en este sector durante tantísimos años, he decidido crear el «Premio de fotografía Pepe Robledo».

Tengo una idea de cómo hacerlo, de en qué va a consistir, pero no es un premio que me pertenezca a mí. Es un premio que les pertenece a Álvaro y a Rocío y quiero que ellos elijan el planteamiento, que se impliquen, sobre todo Álvaro, a pesar de su juventud, porque va a ser quien lleve siempre la memoria de su padre y por tanto quien tiene que estar siempre de acuerdo con el espíritu del premio.

Todavía es pronto para darle forma, pero en cuanto tengamos fuerzas, lo definiremos y lo pondremos en marcha.

Este ha sido un verano triste y muy duro para Pepe, para Rocío y para Álvaro. Desde este rincón, desde todos los picos a los que he subido este verano y en cada una de las fotos que he hecho me he acordado de ellos. El amor y la ambición de Pepe me acompañarán siempre.

¡Gracias, Peponen!