Amigas y amigos,

Dicen que el martes baja la temperatura. El martes.

Estamos a 18 de noviembre y voy en manga corta. Pero qué demonio está pasando?

Hoy se ha estrenado en Netflix la sexta temporada de The Crown.

Seguro que, aunque sea por casualidad y no la hayan visto, han oído hablar de ella. Es la serie con más caché de Netflix, una de esas cosas que le saca brillo a tu escudo: la guinda del pastel. De un enorme pastel.

Yo nunca he sido un gran fan de la serie porque el salseo monárquico me aburre y el británico también.

Sin embargo, el empaque de las tres primeras temporadas es indudable: el reparto es impresionante, el guion está clavado y hasta a los alérgicos a los culebrones de primera clase pueden reconocer que aquello es algo extraordinario.

Por The Crown han pasado la flor y nata de los actores y actrices de la Gran Bretaña. Tipos y tipas que vienen del teatro y a los que creerías si te dijeran que son un árbol o una caja de cartón.

Ahora llega su última entrega. Y debo decir (habiendo visto todas las temporadas porque a veces me dedico a esto) que no se van a ir a lo grande. La cosa es que la sexta y última temporada tiene diez episodios, pero en Netflix han decidido partirla por la mitad: ahora se estrenan cuatro episodios y el 14 de diciembre se estrenan los seis restantes.

El problema es que los primeros cuatro son un horror.

Se centran en la historia de amor de Lady Di y Dodi Fayed y la tremenda presión mediática, institucional y social que siente la pareja al tratar de vivir su romance de forma normal. Los que somos de una cierta generación recordamos bien lo que era tener a Lady Di hasta en la sopa y aquella mañana en que nos despertamos para enterarnos de que aquella mujer que siempre tenía aspecto de estar pasándolo rematadamente mal.

No hay nada en esta temporada de The Crown que resulte magnético, atractivo o interesante. Lo que hasta ahora había sido un show con una columna vertebral de titanio se ha convertido en una especie de telenovela que usa recursos absurdos (no voy a hacer spoilers, pero hay algo que hasta provoca vergüenza ajena en el espectador) y que no es capaz de mantener la tensión el que debía ser uno de los momentos álgidos de la historia: la muerte de la princesa Diana y las consecuencias que genera este hecho en la familia más poderosa del país.

En su lugar, asistimos a una colección de tópicos culminados por la terrible dirección de actores que hace imposible que nos creamos que los protagonistas son pareja o las conversaciones posteriores a su muerte. De hecho, cuesta creer que estemos viendo la misma serie que nos había asombrado hace solo unos años.

No sé cómo coño van a arreglar esto ahora, pero me parece una misión imposible.

También tengo la impresión de que era muy fácil colarnos cualquier cosa cuando se trataba de Churchill y el duque de Edimburgo, y ahora que la ficción se acerca peligrosamente al presente y la mayoría de la audiencia empieza a estar familiarizada con lo que se cuenta, la cosa se ha ido al garete. Es solo una teoría, pero es mi teoría.

En un par de días hablaré de Monarch, la serie de Apple tv que forma parte del universo Godzilla y que me ha encantado.

Hay dos episodios disponibles y me hubiera visto cincuenta. Coño, no todo van a ser malas noticias.

Abrazos,

TGR