Diario esporádico de un paciente del Servicio Madrileño de Salud.

Empiezo a escribir este texto el lunes 22 de julio a las 08:00 horas. Lo interrumpo porque me llevan a realizar una resonancia magnética de cráneo y de columna. Lo termino cuando regreso y lo publico sobre la una de la tarde.

(Viene de aquí)

El lunes ocho de julio me presento por la mañana en el Hospital Universitario Ramón y Cajal para pedir mis citas: análisis de sangre con serología y ecografía abdominal. El análisis de sangre no me crea problemas. El administrativo que me atiende me da hora para el día siguiente a las 8:30 de la mañana. Perfecto. Sin embargo, para la ecografía abdominal me dan cita para mediados de septiembre. ¡¡Dos meses!! «¡No puede ser», le digo al hombre que me atiende. Por fortuna para mí, el compañero de su mesa de al lado, aparentemente más espabilado o con más experiencia, le dice que mire en no sé qué otra pestaña, en un centro externo. De mediados de septiembre pasamos al 15 de julio. Dentro de una semana. Me parece mucho, pero ante el susto inicial no insisto. Para darme cita con medicina interna me enviarán un SMS.

El lunes 8 paso bien el día , como suele ser habitual porque los dolores llegan con la noche y esa diferencia tan grande de dolor entre el día y la noche me hace dudar de mí mismo. De día me parece increíble que de noche me duela tanto. De noche, sin embargo, no pienso en nada. Intento pasarla, como sea. Que llegue el amanecer. (Cuando escribo esto, 15 días después de los dolores más fuertes que estoy relatando, todavía hay una clara diferencia entre el día y la noche. Especialmente algunas noches, porque ahora ya no me duele todas las noches, pero algunas sí.)

Mi sensación, en las horas de bienestar, es que los médicos no le dan suficiente importancia a los dolores de mi columna y de las piernas. Los asocian con la fiebre y la infección, y yo he tenido fiebre muchas veces, fiebres muy altas en varias ocasiones, y nunca he tenido dolores como estos. Tengo la impresión de que les da la impresión de que exagero, de que no me exploran la columna con todo el detalle que debieran, porque a mi juicio el centro de todo el dolor tiene su origen en la columna.

Mi sensación es como que tengo metida una pelota de tenis entre las vertebras. Es un dolor interno que al tocar por fuera no duele nada. No es un problema muscular. Es un dolor intenso y localizado en el interior de la columna. No se irradia hacia las piernas. Quiero decir. No siento ningún hilo de conexión que una el dolor de la columna con el de las piernas, pero sospecho que está relacionado.

La médico que me atendió ayer domingo 8 de julio en urgencias me dijo que los dolores son normales con la fiebre, que estuviera tranquilo. Pero apenas tengo fiebre ya, probablemente debido a los analgésicos, y sin embargo por la noche los dolores me matan.

Mis temores son disparatados. Pienso en un tumor, benigno o maligno, en ese punto de la columna que me duele. El dolor es tan concreto, tan focalizado, tan perfectamente definido en un punto que es como si alguien estuviera inflando una pelota por dentro de mis vertebras lumbares, que no se me ocurre otra explicación. Mi hermana me tranquiliza. Sé que no será eso, pero no encuentro otra explicación al dolor que me aprieta por dentro de las vértebras.

En la mañana del martes 9 de julio escribo mientras espero para que me pinchen de nuevo para los análisis de sangre: «He dormido mal. Cuatro horas con dolor. Pero ya ha pasado. Es soportable. En cuanto me quiten sangre, a casa, paracetamol y a dormir un poco más.«

Yo intento explicar mis dolores en la espalada y en las piernas y el acorchamiento de las piernas que se extiende desde las ingles hasta las rodillas. Pero tengo la sensación, y posiblemente sólo sea una sensación, de que los médicos no me escuchan cuando les hablo del dolor y del acorchamiento. O no le dan la importancia que yo creo que tiene. O estos síntomas no encajan con su «diagnóstico probable», con su sesgo, con su prejuicio. Es una sensación, pero no sé si quizá lo que esté sesgado sea la sensación.

Al final de la tarde del martes salgo a dar un paseo. Necesito hacer algo de ejercicio y caminar me alivia. De una manera rara, porque noto constantemente la presencia de los cuádriceps a cada paso, pero me alivia. Las noches las paso caminando cuando el dolor se me hace insoportable.

Sin embargo, al salir a pasear por la calle, noto una novedad. Lo escribo: «No controlo bien las piernas. No sé si es por debilidad o porque no las siento bien, pero he paseado como si fuera borracho. Una sensación parecida a como cuando acabas de bajar de la bicicleta después de pedalear varias horas, que caminar se hace raro.» Al bajar de la bici dura unos pocos pasos y enseguida recuperas la sensación. Sin embargo, la sensación de inestabilidad ha durado durante todo mi paseo. En casa apenas lo noto, porque el suelo está liso, pero en la calle, con la irregularidad de las aceras y los bordillos, en algún momento he echado de menos un bastón para apoyarme. Al salir de casa he bajado por el ascensor, pero al regresar, tras este paseo con pasos de borracho, pruebo a subir por las escaleras. Las subo sin demasiado problemas. Al llegar al rellano doy la vuelta e intento bajarlas. Imposible. El descontrol es absoluto. Al bajar no consigo colocar los pies donde quiero. Me asusto un poco más.

(Sigue aquí)