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Frontera Turquía – Irán

(viene de aquí)

Para cruzar la frontera de Turquía con Irán necesitábamos varios documentos que habíamos conseguido antes de comenzar el viaje: el visado y el carné de paso y aduana (o carné de Passage, CdP, indispensable para importar temporalmente el vehículo en algunos países). El CdP nos dio mucho trabajo y quebraderos de cabeza, entre otras cosas porque tuvimos que pelear con nuestros bancos para conseguir un aval indefinido, ya que no estaban muy por la labor.

Aunque teníamos toda la documentación necesaria, tenemos que reconocer que cuando salimos de Van (la última gran ciudad que visitamos en Turquía y donde estuvimos un par de noches) estábamos un poco preocupados. El principal motivo es que llevamos un dron, y pensábamos que nos lo podrían requisar si registraban el equipaje (teníamos entendido que no se pueden introducir al país estos artilugios). Nada de eso ocurrió, pues los policías del paso fronterizo fueron en general amables y simpáticos. Nos hicieron unas cuantas preguntas de puro trámite (como nuestra profesión, a lo que respondimos que éramos drivers). Miraron las motos unas cuantas veces y nos hicieron abrir una de las maletas, pero realmente no buscaron nada en su interior. En la frontera encontramos unos cachorros que, como otros tantos perros que hemos visto en este viaje, no se les hace el caso que merecen.

Cuando nos disponíamos a entregar la documentación, aparecieron un par de chavales que, sin preguntarnos, nos ayudaron desde el principio con todo el proceso y en poco más de media hora estábamos listos para entrar en Irán. Querían dinero a cambio; realmente lo pagamos a gusto porque a nosotros nos hubiera costado unas cuantas horas enterarnos y realizar todos los trámites necesarios.

Primeros kilómetros y primera sorpresa

Ya en Irán, nuestra prioridad era encontrar una gasolinera. Encontramos una en un pueblo que estaba a 6 kilómetros de la frontera. Sabíamos que podíamos pagar en dólares (aún no teníamos moneda local y, salvo excepciones, los extranjeros no pueden pagar con tarjeta de crédito) pero no teníamos ni idea del precio de la gasolina, aunque sabíamos que era bajo. Dijimos que nos pusieran tan sólo un dólar de gasolina.

Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos que ese dinero dio para llenar los 16 litros que entran en el depósito de una de las motos y nos devolvieron unos 400 000 Rials (aproximadamente unos 0,5 euros). Nos quedamos perplejos. Irán es un país especialmente barato, el más barato –con diferencia– de todos los que hayamos recorrido en nuestras vidas, pero el precio de la gasolina es muy loco. Para ponerlo todo en contexto, os diremos con que un euro podemos recorrer unos 800 kilómetros. Nos quedamos encantados, como os podéis imaginar, ya que Irán es un muy extenso y nuestra previsión es hacer unos 4000 kilómetros por estas tierras.

Khoy

Tras esa primera gran sorpresa vinieron otras cuantas. Fuimos a una ciudad mediana (Khoy) con la idea de cambiar algo de dinero, comprar una tarjeta SIM y buscar alojamiento. Cuando estábamos algo perdidos buscando la oficina de cambio aparecieron varias personas que se interesaron por nosotros y nuestro viaje. Pero sobre todo, les llaman la atención las motos; nos preguntan por su potencia, cilindrada, lo que corren y su precio (a lo que siempre respondemos con una cantidad mucho más baja que la real). Quizá sabéis que en Irán están prohibidas las motos de más de 300 centímetros cúbicos. Entre la multitud había un chico que hablaba inglés. Inmediatamente nos ofreció amablemente su ayuda. Nos acompañó a cambiar algo de dinero y en la oficia de cambio próxima tuvimos una experiencia algo surrealista.

El chaval nos metió por las callejuelas del bazar hasta una pequeña oficina de cambio de divisas que eligió entre las múltiples que había. Parecía conocer al dueño y le explicó que queríamos cambiar 200 euros por riales. Nos insistió en que allí nos darían el mejor cambio, 890 000 riales por cada euro

El hombre empezó a sacar billetes y billetes de debajo del mostrador. No había dónde poner tantos, se caían por los lados, y nos parecía que obtener cualquier parecido con la cantidad que nos correspondía sería pura casualidad. 

Luego empezaron a contarlos, primero el dueño de la tienda y luego el chaval, para ir comprobando. Contaron durante varios minutos. Todo el mundo tiene una técnica tremenda para pasar los billetes entre los dedos. 

Los billetes más frecuentes son de 500 000 riales (algo más de 50 céntimos de euro), pero también se manejan muchos de 100 000 (10 céntimos) e incluso más pequeños, por tener una referencia de la cantidad de papel de la que podemos estar hablando.

El hombre no tenía suficientes riales, así que mandó al chico a un cajero a por más, pero solo llegaron hasta el equivalente a 190 euros. Nos quedamos tranquilos, se notaba que estaban haciendo el trabajo con total honestidad, y al final nos fuimos con suficientes billetes en la chaqueta para que pareciera que nos había saltado un airbag de chaleco.

Plaza céntrica en Khoy

Hesam, así se llamaba este chico, también se ofreció para acompañarnos a comprar las tarjetas SIM a un establecimiento del centro de la ciudad. El centro de Khoy nos pareció muy especial y acogedor: las personas parecían muy relajadas y contentas; se saludaban con sonrisas y apretones de manos. Notábamos muy buenas vibraciones y se respiraba una paz difícil de describir.

Hesam ya había perdido gran parte de la tarde en ayudarnos, pero su hospitalidad no acabó ahí. Nos preguntó si queríamos cenar y nos propuso un restaurante y una hora. Añadió que éramos sus invitados y que, por supuesto, correría con los gastos. Dudamos si aceptar o no, pero finalmente le respondimos afirmativamente. Cuando íbamos de camino a nuestra cita, aparecieron él y su padre con un Mitsubishi Pajero (uno de los mejores coches que hemos visto a hasta la fecha en la zona norte de Irán) y nos recogieron. Nos regalaron una pequeña vuelta guiada por la ciudad, fuimos a la mezquita (la cual, según nos contaron, está abierta toda la noche), al zoco (que se ubica en un entramado de edificios históricos muy antiguos) y, también, nos enseñaron una especie de polideportivo donde al día siguiente se celebraría uno torneo de boxeo (parece ser que es un deporte con muchos seguidores en este país).

Cena típica en Khoy

Nos propusieron visitar un local de bailes turcos, pero esa noche estaba cerrado. Finalmente fuimos a cenar a un sitio de comida típica de buena calidad. La velada fue agradable y, a la vez, algo extraña. El hijo nos explicó que su deseo era viajar a Alemania para estudiar y trabajar. Pensaba que Alemania era un país barato (le advertimos que quizá no tanto como él creía) y nos contó alguna otra cosa interesante de Irán y sus costumbres. Curiosamente, casi no nos hizo preguntas y, en general, se mostró muy discreto y tímido. El padre no se sentó con nosotros, no sabemos el motivo exacto, pero pensamos que se debe a que simplemente quería que su hijo tuviera algún tipo de contacto con europeos.

Después de la cena, nos ofrecieron la posibilidad de tomar un desayuno típico iraní a la mañana siguiente. Declinamos la oferta. Tanta amabilidad nos hacía sentir incluso algo incómodos y, además, teníamos que levantarnos pronto para seguir viajando. Lo entendieron y nos llevaron de vuelta al hotel, donde nos despedimos y nos regalaron una enorme bolsa de pipas a cada uno, probablemente de la mejor calidad.

Tabriz

Al día siguiente viajamos por carretera hacia la ciudad de Tabriz (en la provincia de Azerbaiyán Oriental). El tráfico en esta ciudad, como en cualquier otra de Irán que hayamos visitado, es caótico. No hay reglas: hay pocas señales (y nadie las tiene en cuenta), no existen las distancias de seguridad y los conductores cierran los espacios libres al máximo mientras usan sin descanso sus teléfonos móviles. Es necesario circular con mil ojos, pero también de forma decidida, porque si te quedas parado, te pasan por todos los lados. Otra cosa horrible de las ciudades es la contaminación, ya que en las vías principales se respira un ambiente muy denso y apestoso a tubo de escape.

En Tabriz visitamos el bazar, que fue un nudo comercial muy importante de la Ruta de la Seda y hoy es patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En uno de sus restaurantes aprovechamos para comer algo y nos volvimos a sorprender de los precios exageradamente bajos de este país. Una comida consistente en una pequeña sopa de legumbres, un buen plato de arroz con carne y tomate, bebida, pan y postre, nos costó unos 3 500 000 millones de riales entre los dos, algo más de 3 euros.

Bazar de Tabriz

Salimos de Tabriz ya avanzada la tarde en dirección hacia las montañas del norte. De camino se hizo de noche y no encontramos ningún hotel en aquella carretera inundada de coches, camiones y ruido. Nos alejamos de la carretera principal para buscar algún sitio para acampar. Después de dar varias vueltas caímos en un pueblo muy pequeño, donde encontramos a un grupo de jóvenes que nos recomendaron un sitio para poner las tiendas. Fueron muy simpáticos con nosotros, e incluso querían traernos huevos y leche para desayunar.

Justo cuando estábamos a punto de montar el campamento, apareció un coche muy viejo en la oscuridad y de él se bajó un chico que nos preguntó qué hacíamos allí. Le explicamos que nos disponíamos a dormir y nos ofreció que su casa para pasar la noche. Aceptamos, no sin alguna duda, porque en un primer momento no nos causó la mejor de las impresiones. Lo seguimos en nuestras motos hasta su pueblo (Postakan), que estaba a unos 5 kilómetros. De camino, nos preparábamos para lo peor, pero nos equivocamos. Resultó que vivía en una casa sencilla y limpia, junto a sus padres y sus hermanos.

Seguimos a nuestro anfitrión

Nos acomodamos en el suelo de la cocina, que estaba totalmente cubierto de alfombras y no había mesas ni sillas. Su madre nos preparó una cena que nos supo a gloria. Durante la cena intentamos mantener una mínima conversación con nuestro anfitrión usando el traductor del teléfono, pero no resulto ser muy fluida porque nos dimos cuenta de que apenas sabía leer. Sin embargo, se notaba que estaba contento con nuestra presencia, como si fuéramos sus amigos de toda la vida. Trabajaba en la construcción y que al día siguiente debía madrugar, así que nos fuimos pronto a dormir, algo que hicimos sobre unos delgados cojines dispuestos a modo de colchón sobre en el suelo (realmente dormimos muy bien). Por la mañana, nos prepararon un desayuno con té, huevos, pan, mermeladas y miel. Bien descansados y con el estómago lleno proseguimos nuestro camino no sin antes agradecer su hospitalidad.

Irán de color verde

La siguiente zona que queríamos conocer estaba en el norte de Irán, concretamente los montes Elbruz (es la segunda cadena montañosa más importante después de los montes Zagros, que están al sur de Irán). Ahí descubrimos un paisaje que no esperábamos: verde intenso, húmedo y con montañacas escarpadas.

Montes Elbruz

Después de esa jornada de paisajes espectaculares decidimos ir al pueblo pintoresco (Masuleh) del que habíamos leído cosas interesantes en alguna guía de viaje, pero resultó ser un fiasco. Era un día festivo en Irán y el pueblo estaba lleno de coches y de gente que venía de las ciudades próximas. Nuestro plan era hacer noche ahí, pero en vista de la masificación decidimos seguir por carretera hacia Rasht.

Masuleh

La entrada a esa ciudad se nos hizo muy pesada porque ya era de noche, estábamos cansados y tuvimos que soportar un tráfico imposible durante una hora y media, hasta que finamente llegamos a un hotel corriente. Antes de irnos a dormir dimos un paseo por una zona céntrica muy animada donde mucha gente hacía compras de última hora y cenaba en puestos de comida callejera.

Montes Elbruz

A la mañana siguiente escapamos de Rasht. Decidimos que, de momento, no queríamos pasar por ciudades grandes sin especial interés y, en su lugar, nos apetecía visitar un poco más la montaña que nos rodeaba. Gracias a los mapas encontramos una ruta próxima que atravesaba de norte a sur los montes Elbruz hasta la localidad de Qazvin. Resultó ser todo un acierto, pues circulamos por unas carreteras y unos caminos de una belleza sublime que transcurrían entre picos de casi 3000 metros.

Montes Elbruz

Como otras tantas veces, nos pilló el toro. Estaba a punto de oscurecer y el camino por el que circulábamos se estaba complicando más de lo previsto. Decidimos darnos la vuelta para intentar cruzarlo al día siguiente más frescos y con todo el día por delante. En una tienda de comestibles de un pueblecito (Mazandarán) preguntamos, sin mucha esperanza, si había algún alojamiento próximo. El tipo nos respondió que justo encima tenía habitaciones en alquiler. Subimos a verlas y no eran más que dos cuartos algo sucios cuyo suelo estaba cubierto de alfombras. Dado que no teníamos más opciones decidimos quedarnos ahí, no sin antes regatear el precio, que finalmente se quedó en unos 3,5 euros por cabeza, sin contar la cena, que fue una tortilla hecha al estilo local.

La velada fue curiosa. Hicimos buenas migas con los chavales del pueblo. Nos invitaron a jugar al futbolín y a ver en televisión el fútbol entre el Barça y el Real Madrid en una especie de sala a disposición de los lugareños. A nosotros no nos interesa nada el fútbol, pero siempre decimos que somos del Real Madrid porque es una buena forma de romper el hielo e iniciar conversaciones.

A la mañana siguiente tomamos el camino que dejamos la tarde anterior e intentamos cruzar la montaña, pero fue imposible. La nieve lo cubría por su zona más alta, a más de 2000 metros de altitud. Con la moral algo baja, no sólo por no poder pasar sino también por todo el tiempo que habíamos perdido en intentarlo, buscamos una alternativa para llegar a Qazvin.

Finalmente dimos con una ruta que combinaba carretera y campo, donde lo pasamos muy bien y tuvimos la sensación de rodar por zonas muy apartadas de cualquier ruta turística.

En un paso complicado las motos se nos cayeron, como tantas otras veces, pero esta vez hubo daños: la F800 GS negra se fue al suelo en una zona de roderas profundas con tan mala suerte que se rompió un espejo retrovisor, la cúpula y se abolló una de las maletas de aluminio. Eso no fue ningún obstáculo para seguir la marcha. La cúpula la reparamos in-situ con cinta americana (ha quedado muy bien) y la maleta volvió a su estado original (más o menos) gracias a unos golpes certeros con una piedra. El espejo retrovisor nos lo soldaron a la llegada a Qazvin; el hombre que hizo el trabajo, que lo dejó todo para atendernos, no quiso el dinero que le ofrecimos. En esa ciudad nos alojamos en un hotel con encanto que estaba casi recién abierto y donde, una vez más, nos recibieron muy bien. Todo fueron facilidades, e incluso, nos propusieron aparcar las motos en el acceso a la recepción :-).

Estado mecánico y otros asuntos

Hasta ese momento llevamos recorridos unos 7500 kilómetros. Las motos van perfectas, a pesar de las largas jornadas de barro, polvo y traqueteo constante que sufren a diario. Lo único que se ha estropeado hasta la fecha es el ABS de una de ellas, que no siempre funciona y no sabemos muy bien el motivo (hemos limpiado lo sensores, pero el problema no se soluciona del todo). La gasolina que estamos poniendo en Irán no es de buena calidad (en algunas circunstancias, se produce el fenómeno llamado picado de biela), pero no hemos notado aumento del consumo.

Estamos muy contentos con los neumáticos Michelin Anakee Wild, ya que el trasero (que es el que más sufre en una moto) nos va a durar claramente más de lo que pensábamos antes de comenzar el viaje. Creemos que aún podemos hacer unos 3000 kilómetros más antes de cambiarlos. Ya hemos dicho en otras ocasiones que nuestra conducción es muy tranquila, porque nos apetece ver bien el paisaje.

En los días que llevamos en Irán todavía no hemos acampado, ni hemos cocinado con nuestros utensilios. El coste de la vida es tan bajo que carece de sentido hacerlo. Estamos gastando, como mucho, quince euros al día por cabeza con todo incluido cuando elegimos alojamientos de buena calidad. Hay veces que incluso gastamos tan sólo seis o siete. La gasolina, que en otros países era el principal gasto diario, en Irán es el más pequeño.

Ahora mismo estamos viajando hacia el sur de Irán, donde nos estamos encontrado con desiertos que nos dejan sin palabras y que suponen un contraste muy grande con los bosques que hemos cruzado durante las primeras semanas de viaje. La temperatura ha subido considerablemente, hasta un máximo de unos 44 grados en el desierto de Lut. Pero eso os lo contaremos en la siguiente entrada.

¡Hasta pronto!