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(viene de aquí)

La mañana siguiente amaneció soleada en nuestro campamento con jaima de lujo. Recogimos tranquilamente y nos dirigimos hacia el cañón Köprülü, al que no habíamos conseguido llegar la tarde anterior debido a la nieve. Es un sitio espectacular, con una longitud de más de 14 kilómetros y paredes verticales de hasta 400 metros. Todo el entorno es Parque Nacional y está ubicado a unos 100 km al norte de Antalya. Como era domingo, había algunos turistas por la zona, en su mayoría turcos. Muchas veces comentamos que nos llama la atención cómo el turismo se concentra en puntos muy concretos, mientras que las inmediaciones —que suelen ser casi igual de bonitas— están vacías.


Ya llevábamos mucha demora por todos los obstáculos que nos habían presentado los montes Tauro, así que seguimos tirando hacia el este, por campo en la medida de lo posible, pero evitando los tramos con más altitud. Tras una noche de acampada tranquila en un pueblo pequeño, intentamos cruzar las montañas Geyik por una pista preciosa en la que disfrutamos como enanos con las motos, pero a medio camino tuvimos que dar la vuelta otra vez por la nieve.


Por la tarde avanzamos por carreteras espectaculares hasta Mut, una población cercana a la costa sur de Turquía. Al bajar de las montañas, la temperatura se hizo más suave, así que allí acampamos a la orilla del río, en una zona de cultivos cercana al pueblo. Vimos que la gente local había hecho fuegos recientemente, así que hicimos lo propio y completamos la velada con cena cocinada en nuestro fiel hornillo.


Por la mañana tomamos la determinación de intentar avanzar rápido hacia la Capadocia, y tras una jornada de innumerables cambios en el paisaje, acabamos en una ciudad mediana llamada Nidge. Transitamos por valles menos frondosos que los días previos, pero luego la carretera cogió altitud y nos llevó por llanuras inmensas rodeadas de montañas nevadas. Fue la primera vez que quizás nos sentimos verdaderamente lejos de casa, por los paisajes tan extraños que vimos y la convicción creciente de que ya no había vuelta atrás.

En Turquía nos ha llamado la atención que las zonas rurales aún siguen muy pobladas, todo lo contrario de lo que ocurre en España o Grecia. Incluso los pueblos más pequeños tienen habitantes jóvenes cuya actividad principal es trabajar la tierra. En algunas localidades hay más tractores pequeños que coches, lo cual es realmente curioso de ver. A medida que nos acercamos al este del país, también empezamos a ver numerosos rebaños de vacas, cabras y ovejas, muchas veces pastoreados por niños.

La Capadocia ya nos quedaba muy cerca, así que por la mañana metimos un empujón y fuimos directos a ver la ciudad subterránea de Kaymakli. Aunque es una de las atracciones turísticas de la región y solemos evitar este tipo de lugares, nos gustó muchísimo verla. Es un lugar sobrecogedor, con varios pisos bajo tierra repletos de túneles y aperturas intrincadas en las que vivía la gente. La ciudad más grande de este tipo, que quedaba muy cerca (Derinyuku), albergó hasta 20 000 habitantes. Aparentemente, se construyeron para protegerse de invasores y la persecución religiosa, pero la dimensión del esfuerzo que debieron hacer quienes las construyeron es algo que no se alcanza a comprender.

Ciudad subterránea de Kaymakli

Capadocia


Con la sensación de haber visto algo realmente especial, cogimos las motos y fuimos hacia el epicentro de la Capadocia. Esa tarde paramos en uno de los pueblos típicos con cuevas-casa excavadas en la roca, Soganli. Como estaba fuera del circuito turístico, lo vimos completamente solos. Fue una gozada. Con la caída de la tarde buscamos alguna cueva apartada para plantar las tiendas de campaña, pero no encontramos nada convincente y acabamos durmiendo a la orilla de un lago, no sin antes rebozar bien las motos en barro, ya completamente de noche, para conseguir llegar hasta allí.

Cuevas-casa excavadas en la roca


Al día siguiente nos metimos en todo el meollo de la Capadocia más conocida, con los valles de chimeneas de hadas, los castillos esculpidos en la roca y los pueblos famosos. Había tanta gente por allí, que casi no pudimos hacer nada, e incluso los ánimos decayeron un poco en vista del percal. A última hora de la tarde subimos a una meseta con vistas increíbles sobre los valles para ver el atardecer, con intención de pasar también allí la noche y ver el despegue de los famosos globos aerostáticos con la salida del Sol. Lo que había sido un día mediocre pasó a ser la mejor velada del viaje, ya que coincidimos con varios viajeros con los que nos encantó charlar y compartir unas cervezas.

Entre ellos había una pareja de españoles muy simpáticos que viajan en furgoneta -en redes sociales se hacen llamar Mundo Viajero, por si queréis echar un vistazo- y un chaval francés, Nathan, que acaba de empezar un viaje en moto en solitario de al menos un año de duración. También conocimos a una pareja de alemanes que habían llegado hasta Omán en su furgoneta camperizada, cruzando Irak, entre otros países digamos que interesantes.

Por la mañana salimos de las tiendas a las 5:30 para ver el espectáculo de los globos, algo realmente bonito de presenciar, las cosas como son. Alguien del grupo contó más de 100 globos en el aire en un momento dado; total nada.


Nos llevamos tan bien con Nathan, que esa mañana decidió unirse a nosotros para continuar hacia el este por los caminos de tierra del TET. Nuestra idea era alcanzar una localidad llamada Kemaliye, a unos 250 km de distancia. Pensábamos llegar ese mismo día, pero como suele ocurrir cuando recorremos el TET, al final tardamos el doble de tiempo.

A media tarde ya introdujimos a Nathan en nuestras gañanadas recurrentes con la nieve en Turquía. De nuevo tuvimos que darnos la vuelta en un punto, a pesar de intentarlo todo, como podéis ver en la foto. El desvío que tomamos, no obstante, fue espectacular, y acabamos en una zona de praderas con montañas enormes en la distancia.


Buscando lugar para acampar, pasamos por un pueblo diminuto en el que algunos vecinos se interesaron por nuestra presencia. Como de costumbre, intentamos entendernos con ellos sin demasiado éxito. Los turcos, en general, no hablan nada de inglés, y piensan que por repetir su mensaje elevando el tono, su idioma pasa a ser comprendido mundialmente.

A todo esto, apareció Oskan, otro vecino que había visto el barullo desde su casa, y consiguió dejarnos claro que quería invitarnos a cenar y a dormir. A los tres nos pareció una idea estupenda y para allá que fuimos, directos a otra velada memorable. Su mujer nos preparó una cena deliciosa de pasta con pollo que hidratamos con Raki, una especie de anís turco del que nos ventilamos una botella.

Oskan es todo un personaje. Por lo que nos dijo, tiene un cargo público en el ayuntamiento de una ciudad grande del sur, Mersin, pero disfruta de pasar largas temporadas en su pueblo. Se pasó la noche haciendo bromas, interesándose por nuestro viaje y repitiendo que no entendía cómo habíamos podido llegar hasta allí, ya que, según él, éramos los primeros no turcos que pisaban la aldea. Nos hablaron de sus hijos e incluso les llamaron por teléfono para que habláramos, ya que ellos sí se manejaban en inglés. Toda la comunicación que tuvimos con Oskan y su mujer fue a través del traductor de Google, que esa noche echaba humo en nuestros teléfonos. Oskan lo pedía al grito de -Telefón!- a cada 15 segundos.

Sea como fuere, nos dejaron claro que su hospitalidad estaba fuera de lo que se puede esperar habitualmente de un europeo. Lo pasamos realmente bien y estamos muy agradecidos por la noche que pasamos juntos.

Después de esa noche seguimos nuestro viaje en una otra jornada de conducción memorable. El recorrido consistió, de nuevo, en caminos y carreteras en altitud donde disfrutamos mucho. Ese día también hubo sorpresas en la ruta, ya que subimos un puerto de montaña por un camino que en su parte más alta (a unos 2000 metros sobre el nivel del mar) estaba cubierto por unos cuantos metros de nieve, eso sí, no demasiado profunda. A diferencia de días anteriores, y después de estudiar bien el terreno, pensamos que sería factible superar ese obstáculo y así fue.

Kemaliye

Llegamos a Kemaliye tras bajar por una pista de tierra espectacular que salvaba mil metros de desnivel. Nuestra idea era seguir, pero una tormenta repentina nos llevó a alojarnos en un hotel con vistas al río Éufrates, donde lavamos ropa, descansamos y disfrutamos de un generoso desayuno.

A dos o tres kilómetros de Kemaliye se encuentra el Dark Canyon o, lo que es lo mismo, uno de los cañones más grandes del mundo. Sus paredes llegan en algunos puntos hasta unos 800 metros. En su parte inicial hay una “carretera” vertiginosa (Stone Road) que es considerada una de las más peligrosas de Turquía y no es apta para gente con vértigo. :).

Tiene 13 kilómetros de longitud y 31 túneles. Se empezó a construir aproximadamente en 1860 y no se terminó de forma definitiva hasta 2002 después de varias interrupciones.

Stone Road

Después de recorrer el cañón en ambas direcciones, seguimos rumbo al este, por caminos de montaña casi desiertos. En cada aldea, la amabilidad de la gente se hace notar: saludos y sonrisas no faltan. Té y comida nos ofrecen.

Esa tarde llegamos a Inköy, compramos algo para cenar y subimos con las motos a la montaña. La noche era primaveral, el cielo estaba despejado, y charlamos bajo las estrellas sobre viajes y motos.

Al día siguiente, nos despedimos de Nathan, quien quería quedarse más días en Turquía. Nosotros seguimos hacia Irán. Recorrimos 500 kilómetros en más de ocho horas, esta vez por carretera, hasta Van, donde descansamos, nos pusimos al día con varias cosas y conseguimos dólares americanos, indispensables para cruzar Turkmenistán (ya os contaremos el motivo).

Finalmente, la mañana del 23 de abril, salimos rumbo a la frontera con Irán. En ese momento, llevábamos ya 6000 kilómetros recorridos desde Madrid.

¡En la próxima entrega os contaremos más!

Carlos y Quique