Amigos y amigas,

Qué tal están? Yo en casa, asomándome al abismo de las plataformas: trescientas cincuenta novedades y ninguna buena.

He visto Misión imposible 7. Bueno, Misión imposible 7, 1ª parte. Así es como la llaman.

Normalmente, eso me molestaría un poco, porque creería que es una cuestión meramente económica, pero -como me pasa con Dune, por razones distintas- entiendo que lo que quieren contar no se puede contar en una sola entrega.

Si han visto las otras películas, ya sabrán que esta franquicia va al grano: acción potente, bien estructurada, una gran dosis de efectos especiales prácticos y un actor loco de atar: Tom Cruise está como una cabra.

Yo creo que, en el fondo, existe en su persona el deseo de morir. Si no es eso, no me lo explico. Por si lo de atarse a un avión despegando, escalar a pelo una montaña o pasearse por el piso 118 del edificio más alto del mundo no fuera suficiente, ahora salta de un barranco con una caída de 2000 metros, para abrir el paracaídas antes de estamparse contra las rocas.

Por qué lo hace? Se lo acabo de decir: porque está como una cabra.

Pero vamos al grano: Misión imposible es enorme, descomunal, grandiosa.

Seguramente, un clásico instantáneo del cine de acción, que trata de ir más allá de los convencionalismos del género y que -sin duda- lo consigue. Hay varias razones para que esto suceda: en primer lugar, la brutal dirección de Christopher McQuarrie, que maneja como pocos el timing de algunas de las escenas más locas que hemos visto en lustros. Sin hacer spoilers, creo que en mi vida he visto algo como lo del tren y el puente. Un prodigio de dirección y montaje que te deja pensando en llegar a casa y volver a verlo de nuevo, por si se te ha escapado algo.

Misión imposible no es Fast & Furious, no hay coches volando por el espacio y no hay 87 planos por minuto. Todo es más clásico y trabajado, más directo y creíble.

Les contaré también la parte mala: no hay guion. Es todo un gigantesco acertijo lleno de palabras complicadas sobre una inteligencia artificial que se vuelve loca y empieza a hacer planes por su cuenta. He dicho acertijo, pero debería haber dicho, ‘excusa’. En realidad, la cosa va de algo que solo sirve para dar paso a escenas de acción planificadas (y ejecutadas) como si fueran una película de Hitchcock.

Como siempre, el reparto es la bomba: Rebecca Ferguson, Simon Pegg, Ving Rhames y al resto de sospechosos habituales se unen Esay Morales y Hayley Atwell, que la verdad es que suman de forma muy hábil a la ecuación. Además, la peli ya sugiere la formación de un nuevo equipo de la Mission Impossible Force, con lo que dudo mucho que esta doble entrega represente el final de la saga. Si encima le sumamos a Tom Cruise diciendo que a él le gustaría seguir siendo Ethan Hunt hasta los 80 años, pues blanco y en botella.

En resumen: una obra maestra del cine de acción, con algunas escenas que ya forman parte del imaginario del género y que siguen manteniendo la franquicia como lo mejor que puede ofrecer el séptimo arte a los amantes de las tortas y que pasa como una exhalación a pesar de durar casi tres horas.

Ya saben, a partir del 12 de julio, vayan al cine y vean la película en la pantalla más grande posible, porque luego en casa ya no es lo mismo.

No vengan luego diciendo que no se lo había advertido.

Disfruten del fin de semana.

Abrazos,

TGR