Amigos y amigas,

¿Qué tal va todo?

Hoy ha empezado la desescalada en Barcelona y estoy sufriendo una intensísima sensación de deja vu: todo muy bien, ya volvemos a la normalidad, en Navidad ya correcto, etc. Solo que las últimas trescientas veces hemos acabado en la casilla de salida. Otra vez.

Ojalá esta vez los zopencos a cargo del asunto sepan dejarnos en el sendero correcto. No les envidió la misión, pero para eso se les paga.

Hoy sí: ha llegado el día. Hablemos de Mank.

Mank es la última película de David Fincher y la (pen)última demostración del poder de Netflix. Hace unos años fue Alfonso Cuarón. Luego llegó Martin Scorsese.

Ahora le toca a David Fincher.

Netflix ha seguido aquí una estrategía similar a la que vimos en HBO a finales de los años 90. HBO ganaba mucha, muchísima pasta con los deportes y -sobre todo- con el boxeo. Un día, alguien dijo que si realmente querían crear un negocio paralelo, que además pudiera ayudar a convertir la tele un sello de calidad, sería buena idea empezar a producir ficción. Hubo muchas risas. Se puede ver en la hemeroteca. Muchas risas.

Luego llegaron The wire, Los Soprano, A dos metros bajo tierra, Hermanos de sangre o Deadwood. Y ya no hubo tantas risas. De hecho, no hubo ninguna risa más.

¿El secreto? Dinero a raudales, libertad absoluta y una obsesión brutal por la excelencia.

Netflix ha empezado en un lugar distinto, pero se dirige al mismo lugar. Ahora que los grandes estudios de cine se dedican a gastar dinero en franquicias, remakes y reboots y que hacer cine de adultos se ha convertido en misión (casi) imposible, los reyes del streaming (con mucho dinero fresco) se han metido en ello hasta el cuello.

Nadie en su sano juicio le hubiera dado 200 millones de dólares a Martin Scorsese para una peli de tres horas sobre un asesino de la mafia. Netflix sí.

De hecho, Netflix ya le había dado unos cuantos millones a Alfonso Cuarón para una peli en español, en blanco y negro y sin estrellas, llamada Roma.

Ahora, repiten truco con Fincher: blanco y negro, sin estrellones (Gary Oldman es maravilloso, pero es una celebrity audiovisual) y con una temática poco comercial.

Porque pueden. Porque haciéndolo están dando un gran corte de mangas al sistema clásico de estudios y porque así ejercen un enorme efecto llamada sobre otros creadores, que ven como sus proyectos no encajan en el viejo Hollywood.

¿Y Mank? Una obra maestra. La historia del guionista responsable de uno de los grandes clásicos de la historia del cine: Ciudadano Kane.

Ejecutada con tal nivel de virtuosismo que el resto del cine del año te parece una auténtica mierda por comparación, Mank es absolutamente alucinante. No solo te explica una historia fascinante (y la envuelve en una monumental metáfora sobre el estado de las cosas, extrapolable a ahora mismo, mañana o cuando usted quiera) sino que es capaz de hechizarte de tal modo que te olvidas de que estás viendo algo que es -por definición- puro arte y ensayo.

Una maravilla que va a arrasar en los Oscar (si yo tuviera que competir con ella, no me presentaba) y que deberían tratar de ver en pantalla grande si las circunstancias se lo permiten.

Seriously.

En el próximo post les hablo de 30 monedas, la nueva serie de HBO, dirigida por Álex de la Iglesia.

Abrazos,

T.G.