Hemos hecho todo lo posible para no tener que hacer nada. Así va todo. "Todo" va por sí solo: no hay nadie que le asista.
Si alguien pensaba que íbamos a llegar hasta aquí, o hasta un poco más allá, sin que apareciera una botella con mensaje dentro, estaba en lo cierto. Nada de botellas ni de mensajes. Mientras estaba pensando esto, ha aparecido una botella, vaya por Dios. Qué digo una: dos botellas. No: una botella y un sifón. Cómo está la mar, válgame el cielo. Qué coincidencias, por otra parte.
La botella tampoco trae un mensaje dentro, sino uno de esos barquitos plegables que, por ardid del artesano y malicia del comerciante, acaban siendo vendidos al asombrado público en forma de botella con barco dentro. Los magos no explican los trucos de sus magias para no hacer llorar a los niños (no hay cosa que más llanto pueda proporcionar que la sorpresa desentrañada), del mismo modo que los embotelladores de barcos no explican cómo meter tanto velamen por la boca del vidrio vil, así que no entremos en detalles. Pinchando aquí (sobre el arte de embotellar barcos) podríamos averiguar cuál es el truco, por otra parte muy burdo, para meter barcos en botellas. Pero el link en cuestión es una tomadura de pelo, como lo era aquella cosita de los adinerados, los camellos y los ojos de las agujas.
Nos ha llevado su tiempo desarmar el sifón (¿alguien ha intentado abrir alguna vez un sifón? Pues no lo hagáis), total para comprobar que sólo contenía una carta de amor en griego. Néstor la está traduciendo, pero antes de ponerse con ello ha confesado que estudió dos cursos de griego en el Bachillerato (Plan del 57), que sacó con chuletas el primero y no consiguió remontar el segundo. Cuando termine, si termina, os lo narro.
Esto era el verdadero Cabo San Vicente. No sé si no por qué hemos acabado todos los tripulantes de cubierta en el agua, de suerte que ha tenido que ser la cocinera la que diera la voz de alarma. Una nube de pasajeros anónimos ha acudido en nuestro auxilio. No sé muy bien por qué, pero sí sé cómo, porque lo he comprobado: con ganas, con cabos a racimos, con fuerza, como al principio. Debe ser que somos socios, al fin y al cabo.
Pero que nadie se crea que caímos al agua y hemos sido rescatados, sin más. El asunto ha llevado su tiempo y no merece ser referido así al buen tuntún, abreviando los detalles y trasuntos que han tejido de espinas y dificultades el temor de la extenuación ni la zozobra del ahogo. Una vez izado a cubierta, no he podido por menos que cantar el himno de mi pueblo, y pedir a los presentes pistas sobre el himno de los suyos propios, sin excepción. Entre vómito y vómito, mediando algunos tragos de esa esencia que siempre viaja en los barcos, recobré la conciencia. Recobré también mi condición de capitán, de contramaestre, de almirante y de propietario. Hastiado por esa sensación de poseerlo casi todo, repartí mi hacienda. Lo hice sin pensarlo. Somos tantos, tocamos a tanto. A tomar por culo.
Un instante después me encontraba definitivamente mejor, aunque en mi cosa interior, en lo más íntimo de mi camiseta y de mi fuero, no pude evitar un chasqueteo de dedos, de lengua y de orejas. ¿Estaré actuando bien? ¿Será todo esto conforme a la legítima forma de las cosas? ¿Qué diría Francisquita? Al silencio de ésta, sólo cabía una respuesta: eres un fenómeno. Te quiero. Es decir, ¿cómo no me había dado cuenta antes?
No puedo evitar que el dinero crezca a mi alrededor. Es una especie de espuma que me agobia, que me molesta y entorpece. Nunca encuentro cerca gente competente para gastarlo al ritmo necesario, si no es con condiciones. Les parece un trabajo terrible a todos. Yo entiendo que lo es, porque casi todas las cosas posibles son demasiado baratas. Así no hay quien dilapide una fortuna. Las cosas verdaderamente caras, las que podrían mellar en algo tal cantidad de activos y posibles, están bien lejos de la imaginación de la gente común. Por eso hay sólo algunos, muy pocos, que podemos reunir tan cuantiosas sumas de billetes, monedas y riquezas. Debe ser un talento especial, no digo que no, pero me cago en su estampa.
En el próximo capítulo:
Solve et coagula.
© Jorge Silva 2006
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