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  Simca Rallye:
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Simca Rallye: el viaje. Capítulo 16 26-09-2003
  Jorge Silva

Nueve dijeron que eso era una bomba de la Guerra Civil. Cinco más opinaron que de eso nada, que el bulto en el suelo era una mina de la Segunda Guerra Mundial, sin importar lo más mínimo la constancia de que por ese registro de GPS no hubo guerra mundial propiamente dicha. Aún doce nuevos personajes que pasaron por allí a continuación de mi certero avistamiento sostuvieron conjeturas y suposiciones diferentes. Os daría los nombres de toda la recua, si mereciera la pena. Mucho decir, mucho opinar, pero cuando me dispuse a desenterrar aquello, a sabiendas de que era un cofre y sólo un cofre, los veintiséis corrieron a cobijarse en los soportales de la plaza porticada, que es de piedra piedra, más sólida que el monolito de Aquisgrán.

Se me ha olvidado decir que hoy hemos encontrado un pueblo, un pueblo grande, monumental y misterioso. Sant Pere es demasiado bonito para agotarlo y hay que frecuentar otros, procurando que en la medida de lo posible tengan nombre y vengan en el mapa. Aprovechando el resol nos hemos ido a pasear entre los naranjos. Queríamos haber ido vestidos de blanco, con túnicas y harapos, pero tal proyecto no ha cuajado, lo que no nos impidió descubrir un camino que yo para mí que antes no estaba ahí. Camino adelante, más camino aún y de repente ¡zas! un pueblo que antes tampoco estaba ahí. Gentes de oscuro, casas de adobe roto, perros recelosos, acaso expertos en mil pedradas, un cielo parco en palabras: esto parece la Meseta, pero ya sé que no puede ser. Mis amigos se han interesado por una ferretería que hace esquina, porque todas las ferreterías hacen esquina o chaflán, donde además de lo natural en establecimientos del ramo hay cañas de pescar, cortes de tela, latas de fabada, espuma de afeitar, camisetas anunciando Arganda y motores fueraborda (me da el pálpito de que Andrés preguntará por el precio actual del hilo de cobre y Néstor hará una consulta sobre deportes límite). Para allá que se han ido en el preciso instante en que yo, sin intermediarios, le he dado una patada a una especie de piedra que después ha resultado no ser una piedra, ni una bomba, que lo sé yo que no es una bomba.

Como iba diciendo, me quedé solo con el hallazgo. Era un cofre, sólo un cofre, todo un cofre, nada más y nada menos que eso, un cofre. La palabra suena redonda, a mí por lo menos se me llena la boca al decir co-fre. Desgraciadamente la descripción de lo que pueda contener no va a ser para hoy, ni para mañana. Olvidemos con elegancia que me he descuartizado las uñas tratando de abrirlo en un periquete, mientras los otros lloriqueaban allí lejos su temor. Qué habrá aquí dentro, qué habrá aquí dentro, qué habrá…, leches, qué habrá-á-á-á-á, mascullaba para mis adentros en plena pugna con la tapa. «No debemos abrirlo», he decretado con sinceridad a una multitud que venía, progresivamente devuelta a su ser y a ojos vista envalentonada, tanto más envalentonada cuanto menor aspecto tenía yo de haber salido por los aires. ¡No debemos abrirlo bajo ningún concepto!, he advertido casi amenazante al primer forcejeo, al segundo «déjame que lo vea», al tercer «mira el egoísta…». Me importa poco si al abrirlo esto produce una explosión —he gritado babeando como un loco mientras amagaba con el maletón sin previo aviso a los improvisados valientes, gratamente sorprendido por sus correspondientes saltitos temerosos y alocados. Difunto el primer efecto de acercar por sorpresa el maletón a los curiosos, efecto que he agotado con espontánea imprudencia, ha sido necesario volver al principio, y es por esta razón por la que he añadido: Lo que me importa de verdad es que este cofre tendrá un dueño y nadie antes que él debería ver su contenido. Pongamos un anuncio, movamos al Ayuntamiento, hagamos pasquines, fanzines, pegatinas y mitines. Desarrollemos un hábil engaño, un trasunto sin precedentes. Dejemos al fin que el olvidadizo nos diga su nombre.

Por soltar, puedo soltaros también lo siguiente: erijamos para el caso talleres de detectives, en base a interdisciplinarizar los segmentos de ocio, dicho ello desde la inquietud de ver si valoramos o no positivamente la cruzada blanquiazul, no fue penalti, sólo un lance del juego, me falta el aire.

Han pasado varias horas, pero como hoy las autoridades municipales han decretado que cada hora vale por un día, y por lo tanto hace ya días que apareció un cofre lleno de no sabemos qué, un carnicero tedioso y corpulento del puesto 57 se ha abalanzado por su cuenta sobre el cofre, armado con el eslabón de afilar como palanca de asalto. Tonto idiota. Se ha quedado sin lima, luego ha roto dos cuchillos, se ha encasquillado un dedo, se ha hecho sangre y se ha retirado de escena entre pitos. Hala, el siguiente —he provocado yo ahora, imprudente por lo que veo avecinarse. Con una motosierra de entreguerras, una señora enjuta pero enorme ha comparecido para medir sus fuerzas con la caja. El diagnóstico puede emitirse después de unos segundos de nada: falta de engrase en la transmisión. Un herrero, de quien conocemos la profesión de su propia boca (¿Y usted quién es? «El herrero», ha dicho) se ha presentado con la autógena. En la bombona del oxígeno ponía «la invencible» pero la otra estaba vacía, así que nada. Yo a esto le pongo dos barrenos —dictamina un minero leonés que está de vacaciones— y santas pascuas, si se abre se abre y si no es que no se podía abrir y se tira o se le da minio.

Parecía justo lo del explosivo, sin duda también desproporcionado, por lo que lo descartamos. Pero esta vez no hubo pitos, sólo un discreto silencio trufado de conversaciones por lo bajo, encontradas y simultáneas. La turba no sabía si linchar o llevar a hombros, más por falta de alguien a quien liquidar o enaltecer que por la propia y patente escasez de escrúpulos, ideas o criterio. Unos gritaban la conveniencia de fusilar el cofre, otros preferían su inmersión en ácido y no faltaron tampoco indirectas hacia mi: a lo mejor lo suyo es que quien lo haya encontrado se lo lleve al hombro bien lejos… declaración que habría carecido de valor sin el tono en que venía y la miradita de reojo. Algo amedrentado por el tono motinesco accedí a todo desde ese instante, y antes de que nadie dijera la menor cosa sobre repartos, derechos, réditos posibles y demás, otra vez el carnicero del puesto 57 se tiró sobre la caja, hierro en mano. Se le cayó la venda ya ensangrentada, aulló como un perro enloquecido, pateó el cofre, se clavó una esquina del objeto en la ingle, siguió aullando y todo de ese tenor. Derrotado el matarife volvió el herrero con ímpetu renovado, pero sobre todo con un soplete color naranja eléctrico que daba miedo. Pero nada de nada. Cero sobre cero.

Hubo nuevos intentos, cuya violencia creciente nada pudo contra aquel contenedor inexpugnable. El dinamitero del Bierzo se había ido hacía un rato con su palillo a otra parte. El común desaliento floreció en caldo de cultivo para el acuerdo. Ante la imposibilidad material de abrirlo, o más bien frente a la dificultad de hacerlo con las herramientas y la tecnología en ese momento disponibles en la comarca, decidimos en silencio y de común acuerdo poner en marcha el programa para localizar al portador de la llave. El Ayuntamiento volvió a poner la hora oficial en su sitio y el sonido ambiente fue de nuevo el de una sucinta pedanía en fiestas.

Con el acelerón resultante varios cayeron de bruces. Los que lo hicieron a la puerta de sus casas entraron en ellas con orden y en silencio. Algunos buscaron antes sus gafas y pertenencias. El resto estuvieron dando tumbos un rato, desorientados, y poco después fueron metiéndose en sus respectivos bares para deliberar. Porque había mucho que deliberar. En síntesis, resultaba que un hombre de raza blanca halla un cofre de origen desconocido, y no olvidemos que se trata por una parte de un extranjero y por otra de una cosa metálica que antes no estaba aquí. Como no parece posible de momento acceder a su contenido, se llamará a los mejores expertos en abrir cofres de origen desconocido. No se reparará en esfuerzo público o privado para conseguirlo, antes mejor que después, no vaya a ser que aparezca entretanto el legítimo propietario, dándose la circunstancia de que éste tenga mal ángel, y nos deje a todos con cara de imbéciles, después de que lo que este pueblo ha hecho por satisfacer el legítimo e inalienable derecho a la información. Qué será lo que tiene el cofre. Todos para uno. Acaso todos contra todos.

En el próximo capítulo: Pinta, Cutty Sark, Kontiki, Crispín de Celorio

© Jorge Silva 2003.

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