La cara en cuestión era de Bermudo Balza Seré, BBS. No sabíamos que era contorsionista. Tras los clásicos momentos de sorpresa e incertidumbre, mediando cinco minutos de cortesía, Bermudo Balza abandonó despacio su alojamiento. No he llegado a saber si su cara de sorpresa era reflejo de la nuestra o producto de la suya propia. Claro que toda su inseguridad se resolvió por las bravas y muy de pronto. Arrebatándole el bocadillo a un maestro electricista que por allí pasaba, Bermudo Balza cobró pilas.
¿Qué hizo con esa energía? Pues lo de siempre: dar el coñazo. Un pesado es peor que un verdugo con mala leche. Ambos te matan despacio.
Terminaremos tirando a este tío por la borda, que es por donde vino.
Primero probó con la economía, invocando su amistad con Rato. Silencio de sepulcro. ¿Será buena esa influencia? Peor aún, ¿se estará volviendo loco, soñando que tiene la menor relación con Rodrigo Rato? Lo decisivo: qué nos importa que sea amigo o no del ex-poliministro. Y por qué tenemos que aceptar la superioridad de sus planteamientos teóricos, según él más complejos que los de Marx y más ambiciosos que los de Greenspan. Con la cara de boniato que tiene, yo no me fío un pimiento de lo que dice.
Acto seguido, Bermudo Balza se precipitó al abismo de explicarnos con pelos y señales su visión del mundo. En concreto su impresión autorizada sobre el propio género humano.
«Género humano es exactamente eso que te llama para que le cuentes tus cuitas y acto seguido te atropella, partiéndote por la mitad. Más tarde te da pataditas y después golpes, para comprobar si has fallecido o estás a punto de palmarla. Pueden pasar dos cosas: que te mueras o que no te mueras. Si te mueres, él tendrá razón: no respirabas. Si sobrevives lo vas a tener algo más crudo. Muuuucha misericordia: un tubo por la nariz, suero en vena, violentas sacudidas sobre el pecho, galenos y enfermeros mancillando tu cuerpo mientras discuten si ir a los toros o a una despedida de soltero. Más vale no caer malo, desde luego».
Siguió desgranando sus impresiones, y lo hizo de esta guisa:
«Desde otro punto de vista, el género humano asiste, tiene compasión e inventa. Canaliza su energía construyendo cosas. Queda siempre el peligro de ese amante del bricolage que más se merece una bofetada que un galardón, pero bien, no hay diversión si no hay riesgo. Hay personas con vocación y curiosidad por las máquinas, pero hay también poetas, y ambos son compatibles. De la fusión entre ambos surge también la camaradería, un sentido de la amistad basado en el compañerismo que nos impide desdeñar el sufrimiento ajeno y nos inhabilita de por vida para la indiferencia. Y venga otra jarra de vino, que tengo la garganta seca y muchas cosas que contaros».
Nos habló de su malaria (cuando era niño viajó por aquí y por allá y a la vuelta vino con malaria), de la complexión de su tía Nicasia (no vienen al caso los detalles) y de lo que es propiamente una enfermedad profesional. «Si aceptamos que lo de Jean-Baptiste Lully fue un accidente laboral, o un fallecimiento causado por enfermedad profesional, os insto a que consideréis mi accidente y mis recientes males como enfermedad profesional también. Me han cosido de un lado a otro, mi cuerpo viene pasado de agujas y transido de dolores sin parangón. Qué me exigís, ahora, oh necios».
Con cara de memos escuchamos varias horas de disertación y despachamos jarras y más jarras de agua mineral con aditivo «sabor vino». BBS se hacía el ebrio, ensayando todos los ademanes del marino borracho, escupiendo a diestro y siniestro y abriendo uno tras otro cientos de paquetes de cigarrillos marca luis mariano, al solo propósito de hacer como que mascaba tabaco. Probó también con toda una constelación de blasfemias y exabruptos, convencido de que así atenazaría mejor nuestra atención para su cascada de relatos náuticos. Mas, ¿dónde había estado BBS? ¿a qué aquella piel color cobre? ¿y el verde pálido, el gris-amarillo hospital? Perdidos en estas y otras reflexiones, se nos pasó por alto una promesa final: «Voy a contaros así a vuelapluma algunos pasajes de mi vida».
Agárrate, amigo. Ay para qué sacaríamos el cofre del agua. Tengo un mareo que no puedo. Pero no es la mar, es mi paciencia, que tirita.
En el próximo capítulo: Venta Nava o La mordaza
© Jorge Silva 2005. |