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  Simca Rallye:
el viaje
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Simca Rallye: el viaje. Capítulo 15 19-09-2003
  Jorge Silva

La visita a la biblioteca y sus poblados anaqueles va a ser otro día, por lo que veo que da de sí la jornada. Hoy he mirado a la vida de frente, como Gary Cooper, convencido de ir a cagarla, pero con la intención firme de hacerlo con estilo. Si es que se ve que no es el momento de documentarse. Mientras miraba esta mañana de frente las instalaciones centrales, por otro lado las únicas, de Talleres Semprún (ahora Semprún-RIP), no dejaba de preguntarme una cosa. Tan pronto como cerraba una interrogación se abría la siguiente, y vuelta a empezar y siempre lo mismo en el bocadillo, la misma pregunta. Me la hice tantas veces, la pregunta, que terminé agotado y juré silencio y olvido. Se me ha olvidado, no os digo más.

En cambio, sin fallar para nada a la promesa de silencio, puedo decir que recuerdo vagamente algunas cosas. Una, que los coches no dejaban de pasar, llevándose en los neumáticos hilos ya tibios de la brillante crema del asfalto (¿debo decir del asfalto abrasador?); otra, que salvo los que iban en los coches nadie osaba salir a la intemperie; y otra, por último: que hacía un calor sin calificativo posible; no tengo el calificativo por falta de experiencia previa. Si hubiera estado alguna vez en un cráter activo, cosa que no descarto para el futuro debido a Néstor, podría deciros esto o lo otro, pero no es el caso, no he estado aún.

En esta calle, a esa hora que os digo, la cosa no bajaba de los no sé cuántos grados Celsius, Fahrenheit, etcétera. Mientras me deshacía, mientras mis menguadas grasas goteaban alrededor de estos zapatos de cordones que detesto, observé un detalle. Tuve que darme prisa en observarlo y en llegar a las precisiones posteriores, pues como ya he dicho el calor era de aúpa. Tomé papel y lápiz, goma de borrar, cartabones y todo lo demás, y me recogí a la sombra de un emparrado. Qué emparrado, amigos, por cierto. Había observado un detalle, os digo, y ni siquiera el calor reinante, producto sin duda de un frente que azota el tercio Este peninsular desde el Sur, compuesto por aire extremadamente caliente e incluso por arenas y escorpiones del Sahara, iba a hacerme opaco ese detalle. El detalle: miles de coches, la mayoría, circulaban con los cristales arriba. En su interior un 80 por ciento de los ocupantes lucía su mejor sonrisa, brillo arriba, agujero abajo, sólo producto del número de ortodonocias y empastes de cada unidad familiar. Ante mis ojos atónitos, miles de coches circulaban provistos con aire acondicionado. Miles, tal vez cientos de miles, millares de cientos de frigoríficos rodantes. Toda una industria a mi alcance, a la de alguien con mi olfato implacable. No hay mejor visionario que quien mira a conciencia y con todas sus ganas, cosa que he observado en retratos de Darwin, que aparece en casi todos ellos con una mirada más propia de un besugo agudísimo que de un pionero insigne. Claro que miles de neveras itinerantes no aseguraban mucho: si ya lo eran de hecho, hasta el extremo de que sus moradores podían viajar en ellas con las ventanillas cerradas, difícilmente iba yo a colarme en la correspondiente maraña de sutiles interacciones. Pero, ¿qué hay de esos otros millones de coches por refrigerar que van a venderse en el futuro? El potencial es enorme, cegador, inconmensurable. «Frío», esa es la idea. Frío de primer equipo, recambios para el mercado del frío, apaños frente al estío. Con éstas me nació en la cabeza otro proyecto.

Y esta misma mañana, a punto de tener que ir a una unidad de quemados con las palmas de las manos carbonizadas por el frote entre sí, decidí que las deudas pueden esperar. Las pequeñas deudas de hoy están condenadas a ser los beneficios colosales de mañana, pensamiento que, leído o no por ahí, me trastornó. No para mal, entendámonos. A Talleres Semprún-RIP le vendría de perlas una división «clima». Eso requerirá desde luego algunas inversiones, con el esfuerzo añadido de negociar negociar y negociar con gentes obtusas que no quieren negociar. Espoleado por un nuevo desafío, aproveché la visita al notario del ilustre colegio correspondiente para fundar media docena de empresitas rémora, convencido de que más adelante podrán servirnos como sociedades interpuestas. Mientras hacía todo eso contemplaba a mis pies un abismo, desde ese filo de navaja donde los triunfadores respiramos mejor y donde el viento nos mueve la melena o el peluquín con crecido donaire. Qué puede importarme la altura a mí, saeta del parapente todo. Semprún-RIP Clima está en marcha.

Mediando una guía telefónica del siglo pasado (lo digo a sabiendas de que queda poco tiempo para utilizar una expresión así sin parecer imbécil) hablé sin más con «Freones Mateu», también de Cadaqués, o de Portlligat, no terminaba de quedar claro en el recuadro, a fin de asegurarnos el suministro de esos gases misteriosos. Unos autores sostienen que hay que cambiarlos cada dos años o treinta mil kilómetros, mientras que otros se niegan a recomendar tal cosa («¿Cambia usted el gas, qué gas, a su frigorífico cada dos años? Pues entonces»). Pero se sabe que son gases importantes y, si se sabe, como tales hay que tratarlos.

Andrés, que sin mediar palabra se presentó el otro día en las oficinas dispuesto a aprender bobinado de máquinas eléctricas —ha de saberse que los compresores de las máquinas productoras de frío tienen tales cosas—, y ha vuelto a hacerlo hoy prisionero de su propio hilo de cobre, ha recibido de mi parte una reprimenda de gran tamaño, de formato consejero-delegado: respetuosa pero contundente, fundamentada pero sin pelos en la lengua. El carpintero nos sale indolente y encima graciosillo, como de marquetería menor. Objetaba yo, frente al silencio callado y mudo de Andrés, que es muy bonito eso de andar dejando barcos a medias para apuntarse a lo divertido, o a lo que uno cree que lo es, a lo loco, sin pensarlo, como si fundar empresas no tuviera casi todos los ingredientes imaginables menos satisfacciones inmediatas, sin contar con las catástrofes que más pronto que tarde terminan acaeciendo. Mas cual si de pronto el dinamismo de la empresa de hoy se hubiera convertido en atmósfera vital entre ambos, Andrés me ha contado la verdad: el barco está ya levantándose de la nada, los taladros perforan, las espátulas y formones moldean, las sierras ronronean, las fresas fresan, las máquinas trabajan: la nave va. Le he dado un abrazo, no sin considerar severamente, en silencio, a sus espaldas, si un verdadero hombre de empresa actuaría con tan escasas precauciones. Comprometí ahí mismo una consulta autorizada para otro momento. La lectura se me amontona. Es lo que tienen las responsabilidades.

Mmmmmmm, vaya, vaya —dije con calculado distanciamiento al conocer la noticia, mientras trataba al mismo tiempo de poner mi mejor expresión de consejero-delegado—. Así que tenemos un barquito, íto, íto —añadí canturreando entre dientes—. Parece que esto va siendo una empresa como es debido. ¿Por qué? (he escuchado un «¿por qué?» en alguno de vosotros). Muy sencillo: mientras el elegido por las leyes de la evolución emplea su energía pensando, mientras la macroeconomía trabaja, como quien no quiere la cosa ya empezamos a tener órganos que funcionan, pulmones que respiran, piezas del proyecto que caminan solas. Solas lo que se dice solas tampoco, que aquí está uno para supervisar las grandes líneas. La satisfacción me embarga. Pero dejémonos de monsergas; ¿cómo decías, grumetillo, que va siendo el barco? Andrés me lo ha explicado muy bien, a fondo, en todas sus menudencias, sin ocultar un detalle de las calidades de acabado. Tanto que aún estoy perplejo por causa de tan amplia información. Apenas un par de apuntes, que prometo poner al día un día cualquiera: estructura catamarán, quillas de contrachapado con fibra de vidrio al vacío y en caliente, mástil y botavara de aluminio extruido (o extrusionado, nunca sé cómo se dice y estoy por no decirlo nunca más), radar, sonar, midefondos, UHF, VHF, DVD, ESP, SPQ, STC y la órdiga. Esto va a costar un pico aunque, quién sabe, a lo mejor acaba en balandro y entonces lo comido por lo servido.

Una nueva conversación de Freones Mateu, a instancias del propio Andrés, ha reforzado la teoría inicial. Mateu, el propio Mateu, sultán local de los gases refrigerantes, ha desaparecido del mapa sin dejar razón. Razón de más para comprar Freones Mateu hoy mismo, o mañana a más tardar. Sin Mateu en persona, nuestra división «clima» se va a hacer con el control de una industria auxiliar imprescindible en nuestras altas metas. Refundaremos «Freones», le llamaremos «Gases» a secas, o ya veremos qué. Pero el caso es comprar, avanzar, crecer, creced y multiplicaos. Sin duda nos faltaban los gases nobles, una división que, se llame como se llame, suena mucho mejor que Carburos Martínez o Söderinge Desatrancos. No me sale un himno para lo que siento, pero creedme que lo tengo en la punta de la lengua.

Asomando fugazmente el hocico en medio de todo este fragor, el Simca ha vuelto a recaer. Olvido y falta de octanaje, ha diagnosticado Irene, y la creo. No es que no se haya puesto empeño. A la hora de desmontar el motor éramos seis. Para petrolear todas y cada una de las piezas, que en el caso de un Simca Rallye nunca desmontado antes se parece mucho a darle una mano de lija al Titanic, quedaban sólo siete manos, y mira que se le ha advertido a ese chico de Palamós que cuando se petrolea no se fuma. Para el memorando, alta de anomalías y puesta en fila de la tornillería hemos quedado tres cabezas, por dejar un momento aparte el recuento de manos. Y ahora que hay que llevar el bloque a rectificar, petrolearlo de nuevo y montar todo con mucho cuidado, atención que faltan los pistones, somos sólo dos. Andrés está muy liado, ora bobinando motores para las hermanas clarisas división metal del convento de la colina, ora construyendo brasas para calentar ese horno artesanal, de su propia cosecha, donde cobran forma los paneles de madera y fibra de vidrio. Sobra decir que no hay electricidad o que la hay a ratos, que se deben algunos recibos, que la cosa no ha quedado clara después de la última puesta al día del contrato de suministro. Y si Andrés está ocupado qué puedo deciros de mí. De reunión en reunión, yendo y viniendo, tomando toda clase de aviones imaginarios. ¿La verdad en crudo? Ahí va: nueve corbatas tengo.

Para el cuaderno de viaje: he localizado el restaurante de mi coyuntural amigo donostiarra de otro tiempo y al levantarme hacia el excusado he vuelto a llevarme por delante la red perlada de cáscaras de mejillones, como la otra vez, con gran estrépito y confusión, como si el mismísimo Tati. Pero ni su dueño es el mismo ni ponen ya las mismas cosas, para qué decir que tampoco al mismo precio. El tiempo vuela, el viento todo lo borra.

En el próximo capítulo: El cofre sin dueño

© Jorge Silva 2003

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