Artículos
Editoriales
Relatos
Firmas

  Simca Rallye:
el viaje
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
   

  seguros
calcular precios seguros
aseguradoras coche
comparativa de seguros
ranking seguros
informes seguros automovil
la letra pequeña del seguro
calidad polizas de seguros
noticias seguros
Simca Rallye: el viaje. Capítulo 8 01-08-2003
  Jorge Silva

Como calamar sería un chiquilicuatro del océano, un alevín de chopito, una miasma de Haddock. Pero como pieza metálica, constituida toda ella por entero, a plena densidad, de titanio, es una maravilla. La miro a contraluz, con la luz de frente, con la luz de la cocina y con muchas otras luces. Me fascina: es una pieza bellísima. En realidad lo que me embelesa, y no sé por qué habría de hacerlo en buena lógica, es que intuyo que no va a servir de gran cosa en el Simca Rallye. Cualquier material noble que yo pusiera en ese coche, en ese gran coche que es el que tengo, sometería a brutales esfuerzos al resto de los elementos. No iría bien un maridaje así, lo sé. No están hechos el uno para el otro. Tiro la pieza al mar, de donde vino, y donde seguirá produciendo magnesio (que ya sé que no va a ser así ni de lejos, pero esto lo estoy escribiendo yo) por los siglos de los siglos.

Se me había olvidado decir que tampoco veo claramente coincidencia en el espacio-tiempo entre el Simca y el barco. Al menos no en este periodo geológico, si es que se puede decir así, y si no se puede lo retiro. No prometo que vaya a sustituirlo por la sugerencia del experto, simplemente lo retiro. No hay comunión entre estos dos vehículos, pese a que ambos coinciden en estar más del lado de las ánimas que de los cuerpos, y me duele expresarme así mientras pienso en ese esqueleto exquisito y manifiestamente mejorable que es el Simca Rallye.

La construcción de la nave se ha enquistado. Más bien es el diseño lo que no avanza. Seguimos sin saber muy bien qué eslora tendrá, si podría destinarse al transporte local de cabotaje o al comercio transoceánico, o si es pertinente dotarlo con ostriborda, término éste sin duda inexistente, discúlpese este afán marinero vomitado a la costa desde esos largos trigales donde las espigas delatan al aire como los rizos del agua lo hacen en el mar.

Irene, puesta a herirse, entregada toda ella a replicar a los grandes mártires, se ha sacudido tal mazazo en dos dedos que en este instante palmípedo y crucial no sabemos si la cosa va o viene. Mejor no abundar en comentarios, no tanto por la fragilidad de los oídos como por lo inútil de cualquier observación. Siento su aflicción como si mía fuera. No puedo extraer esta vez la espina de su dolor. Sería cruel decir precisamente ahora que la prefiero distante, pero lo digo sin que se note mucho: lo siento a carta cabal, pero no estoy dispuesto a partirme la espalda por ello. Bien mirado, con algo de tiempo encima, las cicatrices no tendrán oportunidad de confundirse con otras cosas.

Ha habido una llamada importante. Néstor ha venido a toda pastilla a decírmelo y la llamada, a cobro revertido, mediando carreras de aquí para allá, se ha saldado con dos datos, tal vez un dato y medio: el número de pasos facturados por el operador de telefonía sobrepasa con mucho lo previsto en mi economía personal (ya diezmada tras el paso por distintos bares, a distintas horas, por rumbos diversos y compañías siempre tumultuosas); me atrevería a decir que una cosa así no estará tampoco prevista en la economía en general, porque en caso contrario no sé, no sé. Es como si me hubieran telefoneado desde otro planeta, en cambio la llamada procedía de aquí mismo, del hemisferio de al lado. En segundo lugar se han producido grandes ruidos e inconvenientes técnicos, seguramente derivados del hecho incontrastable, porque no se puede contrastar (si hubiera querido decir “incontestable” lo habría dicho), de que todavía los satélites funcionan despacio, aquí, hoy, bajo esas estrellas de cadmio, sobre este mar de anchoas.

Por último, el contenido de la conversación, que interpreto como lo esencial de todo ello, me ha sido hurtado por una extraña ley del silencio. Un silencio intermitente. Como no hay comunicación directa entre los interlocutores que penan y luchan a ambos lados de la línea, una amable telefonista me está transcribiendo los torpes balbuceos de quien está al otro lado, y no tengo por qué pensar que se trate de una persona torpe o balbuceante. Creo, en cambio, que la telefonista está sufriendo una crisis de tirititrí, inducida sin duda por su afán de contármelo todo, al detalle, sin falta ni añadido. He intercalado entre mis respuestas hacia allaaaaaaá veladas alusiones para uso privado sobre lo conveniente que resulta tomarse la vida con más calma, sobre la acción balsámica de no exigirse tanto, por San Sadurní, que tampoco va a ser esto peor que irse de vacaciones sin teléfono móvil, siendo almirante o algo por el estilo, y dejando atrás un bombardeo de padre y muy señor mío. Por lo demás ahí hemos seguido mucho tiempo, toda la tarde, tomando notas a un ritmo parsimonioso, lleno de extrasístoles, en unas condiciones de máximo estrés, diccionario en mano y ya casi en manos de intérpretes -traductores jurados, sobre todo- de distintos idiomas.

Todo esto os lo contaba en uno de esos silencios de máxima concentración para la telefonista. Entretanto, entre col y col, recuerdo arriba detalle abajo, me he dormido. Sueño. Sé que estoy dormido, aunque si tuviera que probarlo de forma convincente sería un tostón tremendo conseguirlo, para ambas partes.

En el próximo capítulo: Aquí falta una tuerca

Arriba
 
Redacción (34) 91 724 05 70 - Publicidad (34) 91 005 21 04 - © copyright 1999-2015 Ruedas de Prensa S.L. - Contacto - Condiciones legales - Mapa web - Seguros
USO DE COOKIES. Utilizamos cookies propias y de terceros para facilitar la navegación por nuestra web, así como para mejorar nuestros servicios y mostrarte la publicidad relacionada con tus preferencias mediante el análisis de los hábitos de navegación. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso. Puedes obtener más información, o bien conocer cómo cambiar la configuración, en nuestra Política de cookies