Los navegadores son unos mandones. Habitualmente, con voz femenina. Tanto mandan y exigen que es frecuente oír a los ocupantes del coche contestar al navegador. En mi caso, lo más frecuente es, a la cuarta vez que me ordena “¡Gire a la derecha!”, ¡Gire a la derecha!, ¡Gire ahora a la derecha!”, contestar “que síííííí”.

No soy el único que les habla. Durante las presentaciones, como compartimos coche, lo habitual es que los dos periodistas nos dirijamos al navegador. Desde “¡No te enteras!” hasta “¡No te enteras con atributo incorporado!”, salvo cuando le digo ¡Cállate de una vez! y busco la forma de quitarle la voz.

Los navegadores son un artefacto perfectamente prescindible cuando uno conoce la zona y útiles pero poco eficientes cuando uno está perdido. Los criterios de guiado nunca obedecen a la lógica más simple del humano más mentecato. Te meten por calles inverosímiles o te hacen dar vueltas inexplicables. Todavía recuerdo el día que un navegador me hizo atravesar una carretera general, me metió a la izquierda por el primer camino de tierra paralelo a la general, en la primera calle me volvió a ordenar “¡gire ahora a la izquierda!” Para devolverme a la general 300 metros después del punto por el que la había cruzado inicialmente y ordenarme “ahora” girar a la derecha.

Lo que oigo más frecuentemente en respuesta a las órdenes del navegador es: “Señor, sí señor” o respuesta militar parecida, aunque la voz de mando sea femenina. Aun así, las voces de los navegadores han mejorado mucho. Ya no tienen ese componente metálico, de robot, que tenían hace varios años.

El otro día, un colega, en una presentación, dentro del coche, dijo de pronto, como para sí mismo: “Qué voz más dulce tiene. Me pone”. Se refería al navegador, sin duda. Sólo estábamos los tres en el coche. Por la noche, durante la cena, todavía se acordaba: “Esta camarera tiene una voz parecida a la de la chica del navegador”. Se había enamorado, sin duda.

De todas las órdenes, la que más me alerta siempre es la de “¡Prepárese para girar a la izquierda!”. Siempre pienso en tirarme del calzoncillo, como hace Nadal, que me parece la máxima expresión de preparación. Pero claro, estoy sentado.

La tensión extrema llega con: “¡Prepárese para seguir recto!”