Amigos y amigas, amigas y amigos,

¿Cómo va la vida?

Estoy viendo ahora mismo (mientras escribo estas líneas) el nuevo especial de Bo Burnham. A mí me cuesta mucho usar la palabra ‘genio’, pero creo que este tipo la merece. Tiene un par de especiales en Netflix, que -básicamente- están vertebrados a través de la música. Y el cabrón es graciosísimo, divertido de verdad. Sus canciones, disfrazadas de pop electrónico, son de una mala hostia y una enjundia enormes.

Hay partes absolutamente brillantes (la canción dedicada a Jeff Bezos) y otras que me importan menos, pero da gusto ver a un tipo de treinta años que intenta salirse un poco del patrón de humor de baratillo que impera en muchas plataformas de streaming ahora mismo.

Y otra cosa: me cuesta pensar que el último espectáculo de Adam Sandler no tenga mucha influencia del de Burnham.  

Se lo recomiendo. En serio. Háganme caso por una vez.

Pero hoy he venido aquí para hablar de Cruella, tal y como prometí.

Ya hace mucho que Disney intenta encontrar el tono para llevar sus grandes clásicos de la animación al terreno de la live-acton. O sea, del dibujo animado a los actores de carne y hueso. Debo decir que la misión ha sido un fracaso.

El libro de la selva no estuvo mal. El rey león no tenía alma, 101 dálmatas era horrible, Aladino era una aberración, La bella y la bestia es aún peor que Aladino. En fin, que de ese experimento creado para conseguir algo más de pasta, no ha salido nada bueno… hasta ahora.

Decía Einstein (y si no lo decía él, síganme la corriente) que la definición de estupidez es repetir una y otra vez lo mismo, esperando un resultado distinto. Pues bien, alguien en Disney ha visto claro que la fórmula de adaptar por adaptar, les estaba funcionando bien en taquilla, pero les impedía avanzar. Así que con la libertad que les permite tener montañas de pasta, una plataforma de streaming que funciona como un cohete y un montón de mentes brillantes a las que recurrir, decidieron coger otro atajo.

Cruella es una película con alma punk, mala baba, una mala maravillosa y un buen puñado de ideas certeras. Empezando por el maravilloso diseño de producción, el increíble vestuario y un guion al que no le importa atreverse a hacer cosas que le hubieran rizado el pelo a Walt Disney. De hecho, si ahora le despertaran y le enseñaran la película, es probable que le explotara la cabeza.

Leerán algunas cosas sobre el filme, porque los hijos de la hipercrítica y la crítica cebollista (la que siempre cree que hay que seguir pelando la película, hasta que se van con las manos vacías y lágrimas en los ojos) ven fantasmas del mal por todas partes. Les parece que ellos no lo habrían hecho así, porque así no está bien hecho. Luego te cuentan su versión y te dan ganas de autolesionarte, pero así es la vida.

La cuestión aquí es lo bien que se lo pasan las protagonistas, Emma Stone y Emma Thompson. Se nota tanto que están disfrutando esa rivalidad ficticia, que es imposible no sonreír al verlas gamberrear por la pantalla.

Me lo he pasado de miedo con Cruella y con ella doy por inaugurado oficialmente el verano en esta casa. Y yo odio el verano, déjenme decirlo una vez más. Cuento los días hasta el crudo invierno. Las horas. Los minutos.

Abrazos/as,

T.G.