Una tarde de otoño, hará tres o cuatro años, iba yo cantando por la calle, como hago tantas veces, en un tarareo sordo, que a veces explota cuando subo a la moto o dentro del coche. Cruzaba desde el Paseo del Prado hacia la Carrera de San Jerónimo. Miro a mi derecha y en el semáforo en rojo estaba esperando José Antonio Labordeta tres o cuatro personas más allá.

Cruzamos a la vez y cuando la gente se va diluyendo me acerco a él y sin querer le paso la mano por el hombro y le doy las gracias.

— Gracias. Crecí con sus canciones.

— Tú eras el que estaba cantando en el semáforo.

— Puede ser. Muchas gracias de verdad. Sus canciones me ayudaron a pelear por la democracia.

— No, qué va, muchas gracias a ti.

Me gustó darle las gracias a Labordeta esa tarde de otoño. No le molestó que le pasara la mano por el hombro o al menos no traslució. Me gustó abrazarle. No puedo olvidar sus canciones. Me acompañaron y me acompañan.

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Pongo dos de sus letras del año 1975, cuando compré mi primer disco de Labordeta, por recomendación de un amigo.

Canción de Cuna sobre la tierra estéril

Quisiera cobijarte
en una cuna
cubierta de avalorios,
lluvias y luna.
Tan sólo tengo manos,
ajadas manos
trabajadas por soles,
vientos y barros.

Quisiera darte aliento
con voz y canto,
pero la voz se pierde
bajo el espanto
de las noches de frío,
de ausencia grande,
mientras el canto acude
junto a tu padre.

A tu padre que escribe
rudos renglones
desde lugares oscos
donde los hombres
trabajan duramente
porque perdida,
y estéril es la tierra
de nuestras vidas.

Quisiera cobijarte
en una tierra
de montaña o de ríos
o dura sierra
viendo cómo el paisaje
surge creciendo
de bosques o praderas,
carbón o trigo.

Trigo que él recogiese
para mi niño,
carbón que descuajara
como algo suyo,
bosques que enriqueciesen
nuestro cobijo
y prados con rebaños
en el estío.

Pero padre no vuelve
lucero mío;
seguirá entre la niebla,
el ruido o el frío

hasta que un día diga
venir conmigo.
Cerraremos la puerta
y a hacer camino.

Homenaje a Víctor Jara

Repito estas palabras
con voz que se me escapa
a sitios donde crecen

el crimen, la amenaza,
la fiera soledad
de los que a hierro matan.

Escucho tus silencios
largos como la lluvia
regresando a tu casa.

Pienso en tu muerte sucia
batido por los golpes,
los gritos y las balas.

Repito tus caminos
tus ojos, tus mañanas,
perdidos por el agua.

Pienso en tu voz clavada
contra el alma desnuda
levantándose izada

como un toro que surge
en una tarde clara
frente a la tierra parda.

Repito estas palabras
con voz que se me escapa…