(viene de aquí)
La frontera de Tayikistán fue una de las más sencillas del viaje. Tardamos un rato en completar los papeleos que nos fueron solicitando, pero tras marearnos en un par de ventanillas un poco caóticas y aligerarnos de unos 10 dólares en tasas que no nos quedaron muy claras, estábamos rodando por el país, al que entramos por la localidad de Panjakent.
No nos revisaron las motos ni el equipaje, y los funcionarios fueron muy agradables, ya que no nos hicieron preguntas y hasta nos dieron la bienvenida al país. ‘Welcome to Tayikistan’, nos dijeron al darnos vía libre. Tras lo que habíamos vivido en los días previos, casi nos pareció ciencia ficción.
Carreteras salvajes hasta Dusambé
Esa primera jornada teníamos la idea de viajar por carretera hasta Dusambé, la capital, a unos 250 kilómetros de la frontera. La ruta comenzó con paisajes verdes y relativamente llanos, pero poco a poco fuimos ganando altura y a media tarde cruzamos varios puertos de montaña absolutamente salvajes.
El tráfico se fue haciendo más denso a medida que nos acercábamos a la ciudad, y quizás acabó siendo el tramo más peligroso del viaje por la temeridad de los conductores. Constantemente trataban de adelantar con una impaciencia desquiciada y en zonas sin ninguna visibilidad.

A unos 80 kilómetros de llegar a Dusambé hay un túnel de montaña muy largo, de algo más de cinco kilómetros de longitud, que se conoce localmente como el ‘Túnel de la muerte’ y que realmente hace honor a su nombre. Sin iluminación, sin asfaltar y sin sistemas de ventilación, por lo que lo poco que consigues ver es a través de un humo densísimo. De salidas de emergencia u otros sistemas de seguridad, mejor ni hablamos. La gente adelanta invadiendo el carril contrario sin miramientos y hay baches enormes, vehículos averiados y un sinfín de obstáculos que pueden matarte a poco que pierdas la concentración.

Después de todo lo que habíamos visto, Dusambé nos pilló totalmente desprevenidos. Es una ciudad moderna, con muchos edificios altos, avenidas anchas y zonas verdes. Por primera vez en varias semanas, vimos coches de altísima gama, y no precisamente pocos. Nada tenía demasiado sentido.

Esa noche nos enteramos de que Dusambé es uno de los centros de distribución de drogas más importante de Asia central, entre otras cosas porque gran parte del opio que se produce en Afganistán se empaqueta en esta ciudad. A pesar de que, oficialmente, el tráfico o la posesión de drogas está penado de manera ejemplar en Tayikistán, esta industria tiene un peso muy importante en la economía del país.

Nos quedamos a dormir en un albergue muy aparente. A la mañana siguiente, antes de emprender camino, nos acercamos a un taller que nos habían recomendado días atrás. Su dueño conoce bien las motos grandes que solemos llevar los europeos por estos lugares.
Aprovechamos para cambiar los retenes de la horquilla de suspensión de la moto roja, ya que uno de ellos perdía un poco de aceite. También revisamos el sistema de frenos de la moto negra, que necesitaba pastillas traseras nuevas y seguía con el problema en el ABS, que finalmente no se pudo solucionar.

Empieza la Pamir Highway
Esa tarde, con las motos listas, comenzamos por fin la carretera del Pamir, la mítica M41, esa con la que empezamos a soñar hace varios años en la antigua oficina de km77. Esta ruta transcurre a lo largo de 1250 kilómetros entre Dusambé y Osh, una ciudad al sur de Kirguistán, a una altitud máxima de 4655 metros sobre el nivel del mar.
La primera etapa fue un poco decepcionante porque transcurrió por una de las únicas zonas llanas del país, sin demasiada gracia y con mucho tráfico. Se nos hizo de noche en Kulob, una ciudad pequeña con aires soviéticos donde los hoteles que encontramos nos resultaron muy caros para lo que veníamos gastando en los días previos, pero no nos quedó otra que elegir uno de ellos.

Al día siguiente la carretera pronto cogió altitud y comenzó a transcurrir por la orilla del río Panj, que separa Tayikistán de Afganistán. Durante los días siguientes no dejamos de ver Afganistán al otro lado del río; sus pueblos, su gente y sus caminos. Tan lejos y a la vez tan cerca.

Bloqueados en la carretera
Sabíamos que nuestro avance ese día se iba a ver interrumpido poco después de Kailakum por las obras en la M41 (la carretera del Pamir), ya que quedaban pocas semanas para que un politicucho de turno apareciera por allí para inaugurar una sección remodelada. Como la carretera transcurre por un precipicio al lado del río, cada mañana utilizan explosivos para ampliar la carretera existente. Por la tarde las excavadoras vuelven a hacerla transitable, aunque el camino era de lo más precario.

A las seis de la tarde un montón de vehículos se agolpan a ambos lados de la zona cortada y comienzan a pasar, primero en un sentido y luego en el otro, debido a la estrechez del camino. Por supuesto, nuestro sentido fue el que pasó más tarde y un camión de mercancías de los que venía hacia nuestro lado se quedó totalmente empanzado en el camino mientras caían piedras de la montaña directamente sobre él. La escena es complicada de explicar, pero quizás fue la más precaria que hayamos visto jamás en la carretera. Al cabo de un rato, ya de noche cerrada, el conductor de otro camión se animó a recular hasta el primero y, tras algo más de una hora de intentos con varias cuerdas para remolcarlo, consiguieron liberarlo y que el tráfico volviera a fluir.

Condujimos durante una hora más en la oscuridad por la carretera rota y polvorienta. Por fin alcanzamos un alojamiento para camioneros muy cutre, pero que era nuestra única opción para pasar la noche. En estos lugares lo de lavar la ropa de cama entre huéspedes ni se plantea, así que nos subimos nuestros sacos de dormir a la habitación. El sueño y el cansancio pudieron más que el asco, y al poco rato estábamos dormidos como troncos.

A la mañana siguiente nos sorprendió lo espectacular del paisaje que nos rodeaba y condujimos hasta la localidad de Rushan. Allí paramos en un pequeño bar de bocadillos donde estaban comiendo todos los niños del colegio del pueblo.

En Rushan arranca una ruta alternativa a la Pamir principal, la variante del valle Bartang, que tiene fama de ser precioso, remoto y muy auténtico. Recibimos informaciones contradictorias sobre el estado de la carretera, que permanece impracticable fuera de la época estival. Decidimos adentramos unos kilómetros para apreciar la belleza del lugar y luego nos dimos la vuelta para seguir por la carretera principal.

El Valle Wakhan
Tras pasar una noche en Khorog, un par de horas más al sur, decidimos adentrarnos en la otra de las variantes aventureras de la Pamir, el valle Wakhan. Es uno de los territorios más disputados de Asia central por su importancia histórica como ruta comercial. Nosotros lo recorrimos siempre dentro de Tayikistán, pero al otro lado del río se ve el Corredor de Wakhan, que conecta Afganistán con China y deja Pakistán justo al sur.

Accedimos por el lado occidental, a través de la localidad de Ishkashim, donde el asfalto roto da paso a más de 250 km de pista. Y no es cualquier pista, sino una que se te queda grabada en la retina para toda la vida. Esa tarde, el paisaje se hacía más grandioso a cada minuto que pasaba y la sensación de aventura nos tenía embriagados.

Antes del atardecer llegamos a las ruinas del Fuerte de Yamchun, que fue construido hace más de 2100 años a unos 400 metros por encima del valle, con unas vistas sobrecogedoras del entorno. Muy cerca de allí, en la ladera de la montaña, estaba el alojamiento que nos habían recomendado la noche anterior. Era la casa de unos campesinos encantadores que nos trataron y nos alimentaron de maravilla.

Al día siguiente hicimos una de las etapas maratón del viaje, unos 270 kilómetros muy remotos que nos llevarían hasta la localidad de Murghab. Durante la primera parte del día, la pista transcurrió junto al río Pamir, poco a poco cogiendo altitud y dando paso a un paisaje más árido y escarpado. Hubo tramos con un poco de arena y mucho firme corrugado, el cual supuso un infierno de vibraciones para las motos. No vimos a nadie en todo ese tramo.

En un puesto de control militar llamado Khargush, la pista deja atrás la frontera con Afganistán y comienza un paso de montaña de unos 40 km que conecta de nuevo con la carretera principal, la M41.
En este tramo de montaña vimos algunos de los paisajes más extraños (y a la vez bonitos) del viaje, ya que a ratos parecía que estuviéramos en la luna.

Alichur y Murghab
Tras hacer algunos apaños para sujetar el portaequipajes de una de las motos, que quedó dañado por las vibraciones, nos enganchamos de nuevo a la M41. Respiramos con cierto alivio por haber superado una de las zonas más remotas de todo nuestro periplo. Si te ocurre algo en la ruta del Wakhan, estás un poco vendido.
Al poco rato la carretera pasó por Alichur, un pueblo de lo más inhóspito que está ubicado en una llanura a nada menos a 3900 metros de altitud. Poco después, tras una tarde de paisajes absolutamente espectaculares, llegamos a Murghab aprovechando la última luz del Sol.

Camino a Kirguistán
En este punto, solo nos quedaban unos 200 kilómetros hasta la frontera con Kirguistán, el último país de nuestro viaje. La M41 es particularmente espectacular en el último tramo de Tayikistán, ya que alcanza su mayor altitud en el paso Ak-Baital. Allí, la temperatura bajó hasta los 0 ºC y nos cayó una granizada.

Superado el puerto, llegamos al mítico lago Karakul, que está ubicado en el cráter que se produjo tras el impacto de un meteorito. ¡Qué pasada de lugar! En el pueblo que lleva el mismo nombre, unos niños salieron a saludarnos y estuvimos un rato intentando charlar con ellos. Les sacamos la foto que veis junto al texto.

En la próxima entrega cruzamos la frontera de alta montaña con Kirguistán y os contamos cómo fueron los últimos días del viaje. ¡Nos vemos entonces!

Carlos y Quique
Increíble viaje!
Pero si ya están aquí desde hace semanas, vaya timo