Amigos y amigas,

Van a sufrir sobredosis de mi persona al final. Es triste, pero ahora que me he vuelto a animar con la escritura, no puedo parar ahora. Este fin de semana estrenan la nueva versión (no sé si se trata de un reboot, una secuela o remake o lo que sea), así que -les advierto- esperen una larguísima crónica de este, su humilde servidor.

Hoy vengo a hablarles de mi chalado favorito, el tipo que me alegra los lunes: ese loco infernal llamado Larry David.

Yo descubrí a David cuando trataba de descubrir quién era el responsable de una de mis sitcoms favoritas: Seinfeld. Salían dos tipos (además del propio Seinfeld). Uno era Larry Charles, un hombre alto, raro, con una barba inquietante; el otro era medio calvo, lucía una sonrisa de medio lado que le hacía parecer un pervertido al que han pillado en el parque y se hacía llamar Larry David.

Cuando acabó Seinfeld, Charles y David eran tan ricos que no necesitaban hacer nada más durante el resto de sus vidas. A pesar de ello, el primero se metió en movidas como Borat. El segundo arrancó su propia serie: Curb your enthusiasm, que podría traducirse como, ‘modera tu entusiasmo’.

La serie explicaba la vida de Larry David y desde el primer episodio se hacía difícil diferenciar entre el Larry David de la ficción y el Larry David de verdad. Los dos amaban los malentendidos, los problemas y las metidas de pata. No dudaban en decir lo que les pasaba por la cabeza, sin importar la situación, el lugar o la hora del día.

Tampoco había raza, sexo, religión o país que quedaran fuera de los límites de su humor. Un humor de sonrisa congelada, de no querer mirar, de pasarlo mal. Pero también un humor de, ‘ojalá atreverme a soltar alguna burrada así’. David no respetaba parentesco, edad o cercanía emocional, y eso le hacía alguien peligroso y, a la vez, tremendamente atractivo. Todos/as hemos deseado decirle a alguna vez a alguien que nos gustaría atropellarle con un triciclo, para que fuera más ridículo.

Curb arrancó con timidez. Muchos no entendían ese humor sin amaestrar, sin chistes sencillos, sin carcajadas enlatadas. Pero era una apuesta de HBO, y les daba igual que tuviera más o menos audiencia: lo importante era que les daba una patina de calidad tener a uno de los comediantes más famosos del mundo entre sus filas.

Unas temporadas después (si no me equivoco, ya van 11) es uno de los grandes clásicos de la historia de la comedia moderna. El trombón que sirve para finiquitar cada capítulo se ha convertido en un meme en sí mismo y a su alrededor se ha generado un enorme culto.

Sin embargo, y a pesar de los aires que corren en que parece que el humor puede molestar a cualquiera en cualquier momento, la serie no ha bajado el pistón. Sigue siendo la locomotora desacomplejada que a través de una comedia de un nivel descomunal (no nos engañemos, los guiones del show son pura orfebrería), se ríe de todo aquello de lo que muchos/as evitamos reírnos.

Ahí reside la valía de Curb, en el hecho de que demuestra -sin paliativos- que no hay temas intocables. Lo que si hay, por todas partes, es una tonelada de chistes malos. Solo por eso, habría que hacerle una estatua a Larry David.

De momento, pueden ver su serie en HBOmax y pasarlo tan bien (o tan mal) como yo.

Cuídense mucho, no abracen a desconocidos y solo consuman comida de la buena.

Abrazos/as,

T.G.