No les voy a mentir. No me voy a hacer el interesante. Correr un rally de regularidad es una tarea fácil.

Llegas a la salida, pones primera, luego sueltas el embrague y a continuación pones segunda y tercera. como en cualquier semáforo en el que estás atento. Luego, cuando llegas a las curvas: aceleras a la salida, cuando el coche está bien recto y frenas antes de llegar al giro. Muy fácil. Nadie te obliga a correr mucho. A veces, incluso, tienes que ir especialmente despacio.

En realidad, participar en un rallye del mundial de rallyes tampoco debe de ser difícil. Haces lo mismo que en un rallye de regularidad. Primera, segunda, tercera, freno, segunda… y cuando llegas a la curva giras el volante.

Participar y llegar a la meta es facilísimo. No se dejen engañar cuando oigan hablar de la dificultad de este tipo de rallyes. No hagan ni caso. Hasta yo he sido capaz de participar en uno y de llegar a la meta. Quienes participan y dicen que es difícil, se hacen los interesantes.

Lo único difícil, lo extremadamente difícil, es ganar. Perdón. No sólo ganar. Quedar el último puede ser relativamente fácil. Pero a partir de ahí la dificultad crece de forma exponencial. Ganar un puesto sí que es difícil. Pero eso no es culpa del rallye, ni de la regularidad. Eso es culpa de los otros 50 participantes cabr*n*s. Porque si no estuvieran todos ellos, ¿a quién iba a importarle si vas a 49,9 km/h de media o a 50,4? ¿Qué más da correr un poquito más o un poquito menos?

Rallyestone 2018. José Ignacio Marcos – Javier Moltó. Foto de Javier Alonso.

En los rallyes del mundial ocurre exactamente lo mismo. ¿Qué más da pasar por las curvas nevadas del Turini a 69 km/h en lugar de a 77? Cuando paso yo con el asfalto seco y voy a 69 todos los que van conmigo dentro del coche creen que no hay nadie mejor bajo las luces del universo, que conduzco como los ángeles y que más rápido no se puede pasar con ningún coche ni con ningún piloto.

No, el Turini no tiene la culpa. Ni los rallyes del mundial son rallyes difíciles. Quienes hacen difícil todo esto de competir son los otros pilotos que pasan por curva al triple de velocidad de la que soy capaz yo de pasar.

Este fin de semana he corrido en Bilbao el Rallyestone. Un rallye de regularidad. Mientras he estado en carrera, ha sido un rallye fácil para mí. El único problema es que había 30 otros participantes que lo hacían mejor. Si no hubiera sido por ellos, hubiéramos ganado mi copiloto y yo. Por unas carreteras preciosas, bajo la lluvia, con un Volkswagen Golf de hace 30 años. Con una organización y un ambiente magníficos. Todos encantadores, sí. Pero todos querían ganar. Ningún respeto por las canas ni por los sentimientos ajenos.

Algunos amigos me han dicho que 800 kilómetros por carreteras de curvas, casi seguidos, sin apenas tiempo para dormir eran demasiados. No me lo parece. Yo conduciría 24 horas seguidas por esas carreteras de curvas bajo el agua. Es como esquiar. Si no se me agotaran las piernas, no dejaría nunca de derrapar y de girar sobre la nieve.

No hay nada difícil, ni feo en un rallye de regularidad. Porque perderse tampoco es un problema. Te pierdes, miras el mapa o el rutómetro, y tarde o temprano vuelves a la carretera. En realidad, ningún deporte es difícil. Ni el ajedrez ni la Fórmula 1, ni el tenis. Lo que hay que hacer es buscarse a competidores peores que uno si lo que te importa es ganar.

Rallyestone 2018. José Ignacio Marcos – Javier Moltó. Foto de Iñaki Atienza (Pitxu).

Ganar un rally de regularidad es tan difícil como ganar un rallye de velocidad. Quedar el último es muy fácil en los dos casos. Y exactamente eso es lo bonito para mí. Lo dificil que resulta hacerlo mejor que tus rivales. En un rallye de velocidad, probablemente, el piloto que mejor sea capaz de poner el coche a punto y que más rápido sea capaz de conducir el coche, tiene muchas posibilidades de ganar.

En los rallyes de regularidad no basta con ser el mejor conductor ni con llevar el mejor coche. Quien quiera ganar tiene que conducir bien y tiene que llevar un buen coche. Pero no es suficiente. Tiene que compenetrarse muy bien con su copiloto, mucho mejor que en un rallye de velocidad. Por eso, este trabajo en equipo, hace de los rallyes de regularidad una experiencia muy diferente.

Pero, independientemente de que resulte fácil o difícil. ¿Se hace divertido participar en el Rallyestone? Para mí sí. Para mí, es divertidísimo. Divertidísimo conducir tantas horas por tantas carreteras de curvas, bajo el diluvio, con la exigencia de la competición en el cuerpo, con una organización espectacular que cuida todos los detalles y con un ambiente acogedor y cordial. La tensión de la competición es enorme.

Uno no sabe lo bien o lo mal que ha pasado por un tramo hasta al cabo de algunos minutos o de algunas horas, depende de los diferentes tramos. Esa indertidumbre, que genera ansiedad, también te hace mantenerte en vilo y con ganas de luchar por cada control de paso. Son tres días de lucha en cada curva para hacerlo mejor, para no perderse en ningún cruce, para sacar un cero en las penalizaciones.

Un juego muy divertido, que sin el resto de #@€3¬/¬%& que van a ganar sería mucho menos divertido. Porque es fácil sí, cuando no hay nadie contra quien competir.

En los próximos días iré contando detalles de este Rallyestone. Así, para empezar, les recomiendo que se compren un coche de más de 30 años y que empiecen a pensar en participar en la próxima edición. Promete ser mundial. Luego, cuando vivan los tramos de noche, bajo la luvia y experimenten la tensión que se vive cada segundo dentro del coche, me lo agradecerán.

(La foto de la cabecera que abre este reportaje es de José Luis Lujua. El reto están firmadas al pie. Gracias a todos los fotógrafos por la cesión gratuita de las fotos.)