En Monza, los Fórmula 1 llegan a 340 km/h. Lo decía Pedro de la Rosa en su web. No sé si dentro de un Fórmula 1, en una recta, se tiene la sensación de ir muy rápido cuando se va a 340 km/h o no.

Que yo sepa, la velocidad punta más alta que he alcanzado son 270 km/h. Fue con un Maserati Biturbo, hace unos 20 años, cuando le medía la velocidad punta a todos los coches que probaba.

Espero que haya prescrito. En aquellas épocas medía la velocidad punta por la noche entre la una y las tres de la mañana, en carretera abierta al tráfico. La velocidad punta la medía como el promedio de velocidad alcanzada en un mismo kilómetro, que cronometrábamos en los dos sentidos. 20 segundos significa un promedio de 180 km/h durante ese kilómetro. Quince segundos, 240 km/h. Yo tardé menos de 15 segundos de promedio en los dos sentidos, y como siempre hay un sentido más rápido que otro, porque siempre hay una ligera pendiente, en realidad no sé cuál es la velocidad máxima a la que llegué aquella noche.

Esas mediciones las hacía con las luces largas siempre que podía, pero no siempre era posible, porque incluso a las tres de la madrugada hay coches en las autovías. El cuerpo pedía luces largas con insistencia.

Un colega me contaba el otro día que él ha llegado a medir 317 km/h de velocidad punta en un coche. También hace muchos años. También en carretera abierta, él en una carretera de doble sentido, con una recta muy larga, visibilidad excelente, y de día.

Le he pedido que nos lo cuente y bajo la única condición de que no aparezca su nombre, me ha mandado este texto:

Una mañana fresca de verano, en un país de la Europa Occidental, donde los límites de velocidad están colocados donde deben estar y, además de todo eso, 20 años menos, enajenación mental transitoria y unas ganas irrefrenables de correr (bueno de volar), pero sobre todo de sacarle las entrañas a un Porsche Carrera Turbo, surgió un desafío, una sencilla frase: «No hay huevos» «¿Que no?» La apuesta está servida.

Sales de un pueblecito y comienzas a encadenar marchas 1ª , 2ª, oyes rugir el motor y se te pone la carne de gallina, además de una fuerte tensión en el cuello y en los hombros, bueno en realidad, es que la tensón te inunda el cuerpo entero hasta bloquearte la mente y los pulmones, pero no hay tiempo para menudencias. 3ª el cuerpo se aplasta contra el asiento y tienes que aferrarte al volante como si te lo fuesen a robar. 4ª aquello continúa empujando, llegas a una curva, que no es tal, muy abierta y sin problema de visibilidad, pero amigo, aquí hay que apuntar, el coche se apoya y el morro parece que comienza a moverse de forma inquietante, miro el velocímetro 250 Km/h, ¡¡Madre de Dios!! y esto sigue empujando.

¿Sudo? Sí, estoy sudando, tal vez sea la tensión del momento. Yo lo llamo miedo. Salgo de la aparentemente inapreciable curva y, 5ª, el morro da la sensación de asentarse un poco, pero continúa con ese leve movimiento circular que te hace dudar. Te mantienes aferrado al volante (si sigo apretándolo de esta forma le voy a dejar las huellas tatuadas) y el velocímetro no para de subir. 6ª y 300 km/h. Tengo mi objetivo cumplido, he llegado, te inunda una sensación increíble, pura adrenalina, ¿pero qué ocurre?, esto sigue empujando, no tiene fin el hijo de p…. Alcanzo el cambio de rasante a un ritmo que parece que te persiguiera el mismísimo diablo y te preguntas ¿levanto un poquito? ¡No! Como diría un buen amigo mío, esto es a fondo.

Estiro el cuello hasta límites increíble de la anatomía humana los ojos se me salen de la cuenca para vislumbrar la salida de este terrorífico y ciego tramo, y por fin ahí está, objetivo cumplido, continúo a fondo. Voy sentado en un misil, miro un instante por el retrovisor y observo cómo el flujo de aire (como si de un avión de combate se tratara) va introduciendo el polvo y la arena de los campos de labor contiguos de la carretera al centro del asfalto (una imagen difícil de olvidar). Miro el cuentakilómetros. 305 km/h. Las dudas me vuelven a asaltar, ya está bien de tonterías, se acabó, lo he conseguido, somos hombres o qué somos… en fin, todo ese tipo de patrañas. Pero a lo que vamos, esto sigue empujando, la recta tiene fin, como todo en la vida, esto se acaba y por fin asoman los 317 km/h.

Vuelvo a pensar, ¿aguanto por si esto aún no ha acabado?, un segundo, dos, tres, qué despacio transcurre el tiempo y qué deprisa voy, me agobio, flaqueo, pero esto por fin se acabó, no corre más, lo he estrujado hasta llegar a su velocidad máxima. ¡Increíble!, 317 km/h en un coche de estricta serie. Ha sido como escalar una montaña, he llegado a cumbre, pero ahora hay que descender. Esto es lo mismo, señores, hay que detener a esta bestia lo antes posible, la recta se acaba y levantas el pie del acelerador para colocarlo en el del freno con el mismo ímpetu y fuerza. Ves como el Porsche muerde literalmente el asfalto, perdiendo mucha velocidad en poco tiempo, 200 ,180 150, 100 km/h y te inunda una extraña sensación de paz, no podría describirlo, tranquilidad, sosiego, vamos, una pasada.

Pienso, soy como un yonki, pero de la adrenalina, esto se acabó y estoy sano y salvo. Por fin me detengo y abro la puerta, pero esa misma sensación de tranquilidad se trasforma en languidez en tus piernas, estas cansado y muy satisfecho. ¿Cómo es posible? Sólo he recorrido 4 ilómetros en unos insignificantes segundos, eso sí, unos segundos que no olvidaré jamás. Qué tiempo aquellos, pero sobre todo una frase que ha perdurado en el tiempo y en mi cabeza. No hay huevos ¿Qué no? Vuelta a empezar.