thedescendants

Buenas, esta vez la pausa ha sido breve, no creo que se puedan quejar. Bien, pueden quejarse si lo desean pero no hagan ruido, que luego los vecinos llaman a la Benemerita.

Ya llevo unos días hablando de disparates (reales), memos, mequetrefes, viajes surrealistas y demás. Hoy me apetece hablarles de la mejor película que he visto en mucho tiempo. No me pasa mucho pero de cuando en cuando me meto en un cine, me siento y en cuanto arranca la película en cuestión me olvido de todas las soplapolleces que he estado oyendo a mi alrededor (que les aseguro son muchos, supongo que igual les pasa a ustedes/as) y me dejo llevar.

Me pasa un par de veces al año, a veces una. A veces ninguna. Sin embargo cuando me metí en un cine de Washington –no es por vacilar, estaba allí de viaje- a ver The descendants (Los descendientes, en su versión española) me olí que aquello iba a ser memorable. Solo había visto un trailer (estupendo) y leído algunas de las fabulosas críticas que mis colegas estadounidenses le habían dedicado al filme pero me apetecía muchísimo. Nota: la película se estrena en España en dos o tres semanas, si lo prefieren dejen de leer aquí mismo y retomen el post cuando se estrene el filme, a pesar de que –ya les advierto- que no hago spoilers de ningún tipo.

Lo primero que quiero decir es que me confieso fan de Alexander Payne. Me encantó Election, me chifló Entre copas, me dejó bastante igual a Propósito de Smith pero le reconozco sus notables méritos. En fin, que siete años después (si que le cuesta a este tío hacer una película, me recuerda a mi mismo a la hora de hacer un post; putos vagos) ya tocaba volver a ver algo del señor Payne y como era previsible el resultado es maravilloso.

Los descendientes está rodada en Hawai y parte de su mérito reside en mostrar esa parte del paraíso que nunca vemos en las películas: los callejones, las vallas de chatarra, los árboles sin podar, los jardines sin plantas. No todo van a ser playas de arena fina y aguas cristalinas pero hasta ahora había sido difícil ver algo que no fuera ese bellezón llamado Honolulu. A Payne le importa bien poco todo ese mundillo de surferos y tías buenas ni siquiera como fondo de la historia que le apetece contar. Lo que al director le tira es la historia de un pavo que no sabe que es un perdedor (aunque no lo parezca) ni siquiera cuando está clarísimo que está perdiendo.

No cabe aquí revelar alguno de los giros del filme (en realidad solo hay uno realmente importante) pero tengan claro que si leen algún artículo, pieza, crítica o perfil relacionado de cualquier manera con la película éste [giro] será revelado sin dilación: somos así de gilipollas. Por eso para disfrutar de Los descendientes es necesario caer en la desinformación más absoluta: no lean nada, desconecten el teléfono, apaguen la tele, arranquen el ADSL. No quieran saber nada de nada.

Solo tengan en cuenta que el protagonista es un memorable George Clooney (si le dan otro Oscar nadie va a ponerse las manos en la cabeza) en el papel de un señor que ve como su vida da un vuelco cuando su mujer tiene un accidente y queda en coma (no, ese no es el giro). Sus hijas no le entienden y él no las entiende a ellas; la pequeña es más lista que él y la mayor es una adolescente salvaje con (aparentemente) poco interés en la vida de su progenitor.

Todo se mezcla y luego se pasa por el colador de Payne hasta cristalizar en una preciosa comedia sin tropezones, un drama liquido con sonrisa final lleno de humor de altos vuelos que no necesita de gags ni redoble de tambores. Recuerdo que cuando salí del cine dije “joder, qué bonita”. Les aseguró que yo nunca soy tan ñoño, y de hecho, si alguien me dijera “la película X es bonita” no iría a verla ni con delirium tremens. Sin embargo Los descendientes encaja perfectamente en esa categoría en la cual tienes que meter los adjetivos en un cajón y recurrir a la simplicidad.

Luego si quieren podemos hablar de la banda sonora (qué gusto, señores y señoras), de la fotografía, de los diálogos o del perfecto reparto, pero de momento déjenme que me quedé con ese concepto del que les hablaba hace un rato y es el que espero que perdure en ustedes/as y les lleve hasta las salas de costumbre:

Joder, qué bonita.

T.G.

P.D.: ya sé que es difícil pero si tienen ustedes/as la oportunidad no dejen de ver Los descendientes en versión original.