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La velocidad puede matar. Y el tocino, también 28-08-2004
  Juan Manuel Pichardo

¿No convendría advertirlo en las charcuterías y otros comercios del ramo? ¿No habría que mostrar gente agonizando después de un ataque cardiaco? ¿No deberíamos ver regularmente imágenes de una masa gris y viscosa obstruyendo una arteria? ¿Dónde están los testimonios como «echa más panceta en el bocadillo, que no pasa nada» o «¡Niño, otra de torreznos!» antes del infarto?

— No sea usted bruto. Por ir a una velocidad excesiva alguien puede causar daño a otra persona, y por atracarse de tocino no.

Pues hombre, depende del punto de vista. En las drogas prohibidas se persigue el tráfico, no el consumo. Por la misma razón (si es que hay alguna) lo consecuente sería hacer redadas en Jabugo o en Montanchez donde quizá esté el responsable de alguna angina de pecho. Luego iría un cargo político para ilustrar el esfuerzo que hace la autoridad contra el mal: «El mayor alijo de jamones aprehendido hasta ahora. El Delegado del Gobierno (a la derecha) junto a uno de los cochinos incautados».

— No es lo mismo, diga usted lo que diga. Mueren muchas más personas en la carretera que por culpa del colesterol.

Pues mire, no lo sé, y me niego a tratar el asunto en esos términos. Si, según usted, la dimensión del problema y la asignación de recursos es sólo una cuestión de número de muertos, urge una investigación para ver cuales son las prioridades. Por ejemplo, parece ser que hay una relación entre el cáncer de próstata y una actividad sexual escasa. Por tanto, la sanidad pública debería extender un volante para que acudan a una casa de lenocinio quienes no pueden atender esa carencia por sus propios medios.

— ¿Vienes por la privada machote?

— No madam, por la Seguridad Social.

— Ah, pues entonces es por ahí, ponte a la cola. Ja ja.

— Que nervios ¿Usted ha venido más veces?

— Bah, ni te miran y te despachan en diez minutos.

No, lo que está pasando no se mide en «número de muertos», y me parece obsceno utilizar así algo tan doloroso. Hay muchas circunstancias y condiciones que examinar en cualquier problema que implique a un número grande de personas, sobre todo cuando la variable más importante es el comportamiento de esas personas.

— Y, desde luego, no es para tomárselo a broma, como hace usted.

Eso es un juicio de intenciones y, además, equivocado. No he escrito esto porque tenga ganas de hacer bromas, sino por la amargura que siento cada vez que veo iniciativas tan estúpidas como distraer al conductor con una pantalla donde se lee «La velocidad puede matar». Si los que administran la seguridad en carretera hacen eso, es que no tienen ni idea de qué hacer.

Tengo la certeza de que es posible reducir los accidentes porque nunca se ha acometido debidamente el problema. Sé que hay problemas que no tienen solución, pero no creo que este sea el caso; al menos merece la pena tratar de averiguarlo.

Lo primero es saber exactamente qué está pasando en la carretera. En cuántos accidentes la velocidad es una causa, en cuántos un agravante y en cuántos sólo una condición (más sobre esto). Cuántos accidentes hay en recta y cuántos en curva. Cuántos choques en adelantamiento se habrían evitado si los coches llevaran siempre las luces encendidas. Qué relación hay entre presencia de señales y accidentes. Dónde y cuándo es mejor proceder contra quienes conducen borrachos. Cómo afecta una carretera sucia a la seguridad. Qué tramos de vía son los más seguros, con relación al tráfico que soportan; cual es la velocidad media en esos tramos. Por ejemplo.

Hay mucho que saber y, para saberlo, hay que asignar más recursos a la investigación de los accidentes. Me consta que hay buenos profesionales entre quienes los investigan, pero necesitan más tiempo, más medios y más posibilidades de formación.

Es indispensable que exista la coordinación necesaria para establecer de forma categórica la unidad de criterio al analizar un accidente. Es también indispensable una buena base de datos de accidentes y sus circunstancias, así como el acceso a esa base de datos desde el mismo lugar del accidente. Menos radares y más ordenadores para los que trabajan en atestados, algunos de los cuales todavía tienen que usar una máquina de escribir.

Y, por cierto, es absurdo que la investigación de los accidentes de tráfico la lleve a cabo una rama del ejército —sometida una disciplina militar que puñetera la falta que hace en esa actividad— en lugar de un cuerpo de técnicos civiles.

Sólo después de tener la información necesaria podremos empezar a pensar en cómo afrontar los problemas. Y no, no la tenemos. Es imposible saber qué pasa con este método para recopilar la información, para estudiarla y —sobre todo— con las interpretaciones políticas de la información que hay.

Lo que me amarga es la convicción de que nunca tomarán las iniciativas adecuadas, sino variaciones sobre lo políticamente correcto. Da igual a qué partido político vota usted, da igual quien le gobierne; todos dicen y hacen lo mismo. Las variaciones son genialidades del tipo «La velocidad puede matar» (falta después «Quieto todo el mundo»).

Es mejor que no se distraiga con esos carteles, mire a la carretera. Si el tráfico es denso, deje la distancia necesaria para que el coche que le precede tenga menos altura aparente que su espejo retrovisor (como mínimo). Trate de ver qué pasa por delante de quien tiene delante.

Si la carretera está despejada, en una recta mire tan lejos como vea y esté atento a lo que pasa a los lados. En una curva, apunte con la barbilla al final de la curva; así llevará la cabeza alta y mirará a dónde va, no por dónde va. Si la curva es ciega, vaya despacio y por fuera de la curva —dentro de lo posible— mejor que rápido y por dentro.

Supongo que todos los conductores cometemos errores (yo sí); algunos adoptamos a veces un comportamiento que disminuye la seguridad (yo también). Quienes lo hacemos, tenemos que esforzarnos para que no sea así. Sólo nosotros podemos mejorar la seguridad en la carretera. De ellos es mejor olvidarse, no van a arreglar nada. Ni mirarlos.

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