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Categoría femenina 25-02-2005
  Juan Manuel Pichardo

El avión el que viaja ha perdido uno de sus dos motores, mientras se acerca a una central nuclear cuyo núcleo está punto de fundirse, en el momento en que le deben practicar a usted una traqueotomía con un cuchillo de plástico ¿Quien prefiere que se encargue de solucionar cada problema: un hombre, una mujer o la persona más capaz?

Yo opino como usted. Por eso creo que una sociedad no funciona bien si impide o dificulta el acceso a cada empleo de las personas más capaces. Todos salimos perjudicados si una mujer, por el hecho de serlo, no llega a desempeñar una tarea para la que está capacitada. Es el mismo tipo de perjuicio que ocurre al promocionar a una mujer menos capaz que un hombre.

Entiendo que exista la categoría femenina en actividades como el boxeo. Me parece un insulto a la inteligencia de todas las personas, hombres y mujeres, que exista la categoría femenina en ajedrez (sí, existe). O en la vida.

Todas las tareas son importantes, aunque no sean tan dramáticas como las de arriba. En cierto modo, la capacidad de las personas que barren su calle le afecta más que la de los responsables de la seguridad de una central nuclear. Por tanto, para encontrar a las personas adecuadas para barrer la calle, es mejor no hacer distingos según el sexo. Tampoco hay que hacerlos al formar gobierno o al diseñar un coche.

Eso es lo que ha hecho Volvo con el prototipo YCC (información sobre este prototipo). A partir de la idea de que «si se cumplen las expectativas de las mujeres, se superan las expectativas de los hombres», le ha encargado el proyecto a un grupo de mujeres. «¿Todas las mujeres somos iguales? ¿Todas queremos lo mismo?», me dice una amiga, algo indignada con esta idea.

Ese es precisamente el error de cualquier tipo de discriminación: una mala interpretación de las estadísticas por el desconocimiento de principios lógicos elementales. Si decimos que todos los caballos son mamíferos, es porque no existen caballos que no sean mamíferos (y eso ocurre porque en la definición de caballo está el ser mamífero).

Si decimos que las mujeres no saben aparcar, lo que seguramente se quiere decir (fundadamente o no), es que la habilidad media para aparcar es menor si se consideran a las mujeres como grupo, comparada con la habilidad media para aparcar de los hombres como grupo.

Lo que se dice en la primera proposición afecta a todos los elementos del grupo (cada caballo es mamífero). Lo que se dice en la segunda proposición no proporciona ningún conocimiento acerca de cada individuo del grupo. Aunque sea cierto que las mujeres aparcan peor, a partir de ese hecho no podemos concluir nada sobre la habilidad para aparcar de una mujer en concreto. No sé si las mujeres aparcan mal, si los negros son menos inteligentes o si los andaluces son vagos, pero sí se que es un error tener en cuenta esa información para tomar decisiones acerca de una mujer, un negro o un andaluz.

«Por supuesto que en el proyecto han participado hombres, pero no hemos dejado que tomen ninguna decisión», dice Camilla Palmertz, una de la directoras del proyecto. Si ella está al frente de este proyecto, quizá sea por la decisión que han tomado unos hombres de hacer una discriminación por sexo, una decisión que me parece errónea.

No es la única decisión errónea (equivocarse es humano, no masculino ni femenino). El YCC no se puede juzgar con el mismo criterio que se juzga a un coche normal. Hay que entender que no es algo hecho para fabricarlo, sino más bien un modo de exponer formas o ideas. Da igual, por ejemplo, que no reúna unas mínimas condiciones de seguridad pasiva, o que tenga paneles con un contorno imposible de reproducir en la prensa de una cadena de montaje.

Ahora bien, el YCC falla en alguno de los propósitos que persigue; si se juzga con el criterio con el que ha sido concebido, se ven varios errores.

Las personas responsables del proyecto han hado importancia a la visibilidad, pero la visibilidad hacia atrás es muy limitada. Han buscado que sea fácil entrar y salir de este coche, pero es imposible hacerlo cuando hay algo a menos de 60 cm de la puerta.

Abundan en la pintoresca presunción de que «las mujeres quieren más espacios para guardar cosas». Yo debo ser muy femenino en este sentido, porque lo segundo que hago en el coche (después de ponerme el cinturón) es buscar dónde dejo las llaves de casa, las del trabajo, el teléfono, el mando del garaje, las gafas de sol y la caja del disco que voy a poner. La mayoría de las mujeres llevan bolso y la mayoría de los hombres no; por eso muchos hombres necesitamos huecos que muchas mujeres no necesitan.

Otra de las expectativas distintivamente femeninas, según quienes han hecho el YCC, es que «sea fácil de aparcar». Es decir, contribuyen a extender el estereotipo de que las mujeres aparcan peor, algo sobre lo que nunca he visto datos, solo inferencias sostenidas por casuística. Si vale la casuística, diré que no conozco a ningún hombre al que le gusten los coches difíciles de aparcar.

Hay hombres que desconfían de la capacidad de las mujeres. Hay mujeres que hacen valer su categoría femenina para compensar su falta de capacidad. Cuantas menos decisiones tomen esas personas, más seguras serán las centrales nucleares, mejor barrida estará la calle, más eficaz será el gobierno y mejor funcionarán los coches.

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