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Moros o cristianos 19-07-2002
  Juan Manuel Pichardo

Si la carretera no está vacía, prefiero que esté llena de moros a que lo esté de cristianos (judíos, budistas, ateos o lo que sea) de producción nacional (estatal o como se diga).

Lo que me encuentro si una carretera española está llena de moros son conductores que generalmente van a una velocidad constante y adecuada a sus posibilidades, que circulan por el carril derecho y adelantan por el izquierdo, que generalmente mantienen la distancia de seguridad y que —cuando no están demasiado cansados— van atentos (o, por lo menos, miran hacia delante).

Ciertamente los hay (cada vez menos) que van en coches destartalados, atestados o las dos cosas. Muchos hacen trayectos largos sin descansar lo suficiente. Sé que algunos no miran por los retrovisores o no estiman la velocidad de quien les alcanza. También sé que, como ocurre a veces con conductores de vehículos industriales, raramente interrumpen una maniobra de cambio de carril cuando lo conveniente sería que lo hiciesen (o, al menos, que lo intentasen).

Como lo sé, no me coge de sorpresa que comentan ese error y tomo precauciones. No es difícil, basta con adecuar la velocidad para que la diferencia entre los coches no sea excesiva y con estar atento a un posible movimiento del moro adelantado (o del cristiano, que ese cuidado conviene con todo el mundo).

Me resulta más difícil moverme entre algunos cristianos (o todo eso) que hacen cosas que los moros no hacen. Muchos cristianos parecen tener alergia a ir por el carril derecho o a llevar la distancia de seguridad bastante (o un poco más).

De cuando en cuando aparece un pisapedales que achucha en las rectas y estorba en las curvas. O alguno convencido de que adelantar es un mérito y ser adelantado una deshonra («menuda cara se le quedaría al del... cuando le pasé con mi...»). O el que entiende el adelantamiento como prueba empírica de hipótesis estúpidas («un... no tiene nada que hacer contra un...»). O ese ganado prolifera, o el que hay se hace notar más.

Que nadie me cuente lances truculentos con moros alevosos. La casuística es inservible y datos no hay, o los que hay valen de poco.

Dice la DGT que, en el año 2000, en el cinco por ciento de los accidentes de tráfico registrados estaba implicado al menos un conductor extranjero. De ese cinco por ciento (8.078 accidentes), el grupo más numeroso es el de los marroquíes, con un once por ciento. Por origen, le siguen los alemanes y portugueses (8%), los británicos (7%) y los franceses (6%). La DGT, como casi siempre, solo suma; dividir no sabe o no quiere.

Y dividir hace falta. Si queremos saber el grado de riesgo en un grupo, hay que usar la división para saber el número de accidentes por vehículo y kilómetro. Quien no lo haga y concluya, sólo con la suma, que los conductores más peligrosos son los marroquíes, deberá sostener también que los más seguros son los de Djibouti, Kirguizstán o Vanuatu, que no salen en las estadísticas (o eso supongo).

Los conductores somos los únicos que podemos hacer más segura la circulación. La DGT ni siquiera sabe cual es el problema, y no va a solucionar nada con sus radares, sus anuncios, sus opúsculos o sus multas.

Todos podemos cometer equivocaciones al conducir. Algunos, además, tenemos actitudes negativas para la circulación. El primer paso para corregirlas es verificar que existen y, para hacerlo, es muy útil eliminar la eventual compulsión de echarle la culpa al otro, sea cristiano o moro.

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