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De cómo el taimado teutón fue al fin descubierto

29-12-2000
  Juan Manuel Pichardo
Nombre E-mail
PROPULSORIO PROPULSORIO@km77.com
Título
De cómo el taimado teutón fue al fin descubierto
Mensaje

Estudiaba atentamente sus armas mientras me mantenía al acecho. Las líneas musculosas de la estética se dibujaban contra el cielo nocturno. Podrá gustar o no, pero hay que reconocer su llamatividad. Unas grandes aberturas en el spoiler inferior indicaban la gran necesidad de aire de lo que se escondía bajo el capó. La calandra toda era como unas enormes fauces que se aprestaban a devorar a cualquiera de sus más directos rivales. No lo veía, pero podía notar como él, desde la postura de conducción, saboreaba los lujosos equipamientos, los exquisitos acabados y la avanzada ergonomicidad del buque insignia de la gama. Cegado por sus grupos ópticos de Xenon, apenas puede ver como su eje motriz escupía grava. No escaparía.

Giré la llave y mi motorización despertó. Oí el ronroneo al ponerse en marcha. Inserté la primera relación tras un recorrido de palanca corto y preciso. El ronroneo devino en rugido al pisar con firmeza el pedal derecho y me sentí literalmente aplastado contra el asiento. Un ligero movimiento de la zaga acompañó a la aceleración; dejé tras de mí la «S» que sólo dejan los auténticos automóviles de propulsión trasera.

No estaba prevenido contra mí. A velocidad de crucero, se inscribía en las curvas con un cierto subviraje fácil de corregir, que se transformaba en un sobreviraje controlable tan solo con levantar un poco el pie del acelerador. Cuando advirtió mi presencia, pisó a fondo y su grupo motriz exhaló una bocanada de humo negro, desdiciendo los comentarios sobre su ecología.

Mi enemigo se aprovechaba de su mayor par motor en los adelantamientos en quinta. Pero yo hacía uso de todas las tecnologías a mi disposición: cuatro válvulas por cilindro, admisión variable, distribución variable, inyección secuencial con detectores de picado, doble encendido (una técnica aeronáutica), encendido directo con una bobina por cilindro, cadena de distribución en lugar de una simple correa, bloque y culata de aleación ligera, bielas separadas por fractura en lugar de corte, indicación de intervalos de servicio en el salpicadero, etc.

Por la retorcida cinta bituminosa mi enemigo trataba de mantener un ritmo vivo, pero el control de estabilidad lo frenaba en cada viraje. Yo en cambio, dibujaba la curva como con un compás gracias a mi superior reparto de peso, y salía de ella acelerando en un progresivo sobreviraje, sin perder motricidad merced al autoblocante. Una prueba más de la mayor deportividad de mi máquina.

Estaba a punto de adelantarle —lo que confirmaría mi superioridad moral— cuando los acontecimientos se precipitaron. Súbitamente, en plena curva, el control de estabilidad dejó de funcionar. Engañado por la falsa seguridad que da este elemento, se había inscrito en la trazada violando a las leyes de la física. Y la física se vengó.

Rodaron por el terraplén, su portón trasero se abrió y una nube de marcos alemanes inundó el cielo como confeti.

— ¡Scheisse!

— ¡Joder Ferdinand, pabernos matao! ¡Me podías haber avisado que lo de la revisión del ESP era urgente!

— ¡Ja! Os he pillado en flagrante delito de soborno miserables. No es que me hiciera falta verlo para convencerme, periodista vendido. Los titulares, las fotos, las portadas, el color de los coches y hasta los números de las matrículas (que raro que solo salgan capicúas en los VAG) indican que haces todo lo posible por loar a los coches alemanes en detrimento de todos los demás. Pero esta prueba será definitiva para acallar a los que aún te defienden en el foro.

— Verdammter spanische ¡venderré Seat a los corrreanos!

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