Porque la vida me trata bien, esta última semana de mayo de 2023 he tenido la oportunidad no prevista ni trabajada de ver El Público, la obra de teatro de Federico García Lorca en la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid (RESAD). El montaje era el trabajo de fin de grado de un curso de la Escuela en el que yo no conocía a nadie. Ni los conocía ni los conozco. Tuve la suerte de acceder a la obra gracias a la Escuela de Teatro La Lavandería, a donde voy todos los miércoles a aprender a conducir.
He escrito de teatro aquí en más ocasiones. El teatro debiera ser enseñanza obligada en los programas educativos de todo el mundo. El teatro enseña a leer despacio, a leer pocas cosas y bien, a fijarse en los detalles. Estudiar teatro obliga a entender lo que lees incluso aunque no seas capaz de entender nada de lo que lees. Tuve un profesor, en la Escuela de Letras, el gran Constantino Bértolo, con el que aprendí a leer cuando tenía ya más de 30 años. Si hubiera estudiado teatro en el instituto o en la universidad, habría aprendido a leer antes.
El Público es una obra difícil. Lo maravilloso de las obras difíciles es que no se pueden reventar. Cualquier interpretación que yo hiciera sería pobre. A lo más que me atrevo es a decir que la obra va sobre el amor. El amor a las personas, el amor al teatro, el amor al amor.
La potencia de la fragilidad
Y lo que me dejó atónito es que con un plantel tan jovencísimo de trabajadores en interpretación, dirección y escenografía ese amor a las personas, al amor y al teatro brotaran de un origen tan profundo. El texto de Lorca es fascinante y potentísimo, pero ponerlo encima de un escenario y hacerlo creíble no creo que esté al alcance de muchas compañías.
Los hilos que sustentan esta obra son de una fragilidad extrema. Su belleza radica precisamente en la potencia de lo inasible y delicado, por lo que si no está bien contado se te escapa entre los ojos y el cerebro. Es una obra exigente con el espectador y esa exigencia es parte del argumento mismo de la obra, pero para ser capaces de exigirle al espectador el compromiso de los creadores tiene que ser absoluto.
El compromiso de esta compañía (yo los veo como compañía) cortocircuita el cerebro del espectador. El riesgo que asumen, la exposición de los personajes, de sus cuerpos, de sus emociones, deja sin aliento al que mira, que es público y personaje de la obra inevitablemente. Cada palabra, cada emoción, cada sentimiento afecta fuera y dentro del escenario, que es todo.
La termodinámica y el paraíso
Me han dado mucha envidia todos los participantes en este montaje. La mayoría de seres humanos nunca hemos vivido experiencias así, nunca hemos participado en un momento de creación semejante. Los objetivos de los estudiantes de medio mundo son espurios. El objetivo de los estudios tendría que estar enfocado a adquirir la capacidad de vivir estas emociones, las emociones de quienes crean una obra de arte como esta. Todos los presidentes y directivos de empresas son unos muertos de hambre en comparación con los muchachos que han montado esta obra.
Una sociedad adulta y civilizada tendría que llevar este montaje a todos los rincones del mundo. Mostrar a los seres humanos que las caretas no sólo impiden que los demás nos vean. También impiden que nos veamos nosotros. Si no nos mostramos, si no nos exponemos, si no arriesgamos, sólo perdemos.
Supongo que algún día los participantes en esta obra tendrán que hacer productos comerciales para sobrevivir. El primer principio de la termodinámica nos impide vivir en el paraíso. Espero que nunca olviden lo que fueron capaces de hacer en su trabajo de fin de grado. Lo que han hecho y yo he visto da sentido a una vida entera.
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