Es posible que a ustedes no les parezca noticia. Pero lo es. «Hoy» he encontrado en un vuelo de Iberia (Ib 6275 Madrid – Chicago del 24 – 11 – 2012) a tres azafatas amables. No ha sido esa amabilidad de una sonrisa a la entrada y luego te trato como a un mentecato que no merece ni subirse a un avión. No. Una amabilidad normal, educación, buena atención y un punto de cordialidad. El trato que me parece normal en alguien que no aborrece atender al público.

Una de ellas, Patricia Pepperell del Pozo, me ha tratado durante todo el vuelo como nunca me habían tratado en un avión, ni en Iberia, donde las azafatas suelen ser especialmente bordes, ni en otras compañías. No ha hecho nada extraño. Preguntar y atender con cordialidad, sin hacerte sentir continuamente un ente extraño en su avión. Me ha sorprendido tanto que, cuando me ha servido vino, le he pedido que brindara conmigo. Ha brindado, aunque haya sido con una copa vacía.

Todos tenemos días malos, pero en Iberia es habitual que los tripulantes (desde los comandantes al dar explicaciones del vuelo o de las incidencias hasta las azafatas al ofrecerte la cena) sean bordes. Hay muchas excepciones a esta generalización. Seguro. Muchas veces me han tratado con la amabilidad, que debiera ser la norma. A ojo de buen cubero, el porcentaje entre las veces que he recibido un trato correcto y un trato borde debe repartirse por partes iguales. Un trato amable, con detalles de buena atención, sin que te hagan pensar continuamente que te hacen un favor por atenderte es la excepción. En cuanto viajas por ejemplo en KLM, aunque también en Lufthansa, se aprecia la enorme diferencia de trato. (Hay otras compañías igual de malas que Iberia en el trato, e incluso peores, pero no me consuela. La que yo utilizo más es Iberia)

He viajado en clase preferente. De mi pasillo se ocupaban dos azafatas, las dos muy amables. Cuando la sobrecargo ha pasado a preguntar qué queríamos de plato principal para la comida, carne, pescado o pasta, yo estaba en el lavabo. Sin preguntar, me me han traído carne. Les he dicho que prefería pescado y entonces se han dado cuenta de que no tenían apuntada la preferencia de comida para mi asiento. El pescado se había acabado y he elegido entre las otras dos opciones. Ningún problema, la pasta o la carne, todo me parecía bien.

Aunque ni me he quejado, ni he puesto mala cara, ni nada de nada porque yo estaba tan feliz con mi pasta, la sobrecargo, María Santamaría Fernández, ha venido a pedirme disculpas: “Ha sido culpa mía, me he liado porque usted no estaba en el asiento cuando he pasado. Disculpe, me he despistado”.  Casi me levanto y me pongo de rodillas de la emoción. No porque me haya pedido disculpas, que no las necesitaba, sino por darme una noticia, a mí, en primera persona. ¡Una sobrecargo de Iberia ha venido a atenderme, a explicarme que se ha equivocado y por qué!

Lo único que me ha dolido durante el viaje ha sido acordarme de otros vuelos y especialmente de cuando viajo en turista. Entiendo que cuando voy en turista no me pueden dar ni una comida tan cuidada, ni tantas atenciones. Pero sí me podrían tratar con la misma amabilidad. ¿Si yo soy la misma persona cuando viaja en preferente y en turista, por qué no me tratan con la misma amabilidad, aunque la atención sea diferente?

Hoy, las azafatas, me han tratado en el avión como unas camareras educadas y amables. Quizá a algunas de ellas les duela que las llame camareras, pero esa es principalmente mi percepción de su trabajo. Camareras que hablan inglés y que entienden “desmontar rampas y cross check” y que trabajan a 9000 metros de altura. Camareras que se creen muchas veces que los pasajeros son unos gañanes que no se merecen viajar en su avión.

Hoy no ha sido así. Hoy las azafatas y la sobrecargo, las camareras y la camarera jefe, han sido muy amables.

Hacia el final del vuelo le he pedido a la sobrecargo que me diera su nombre y el de las azafatas para publicarlo. Me ha dado permiso. Lo publico para darles las gracias. Tiene poco sentido dar las gracias a alguien sólo por hacer bien su trabajo. Sin embargo, los bienes escasos hay que cuidarlos.

Gracias a María Santamaría Fernández, a Isabel Herraiz Santander y a Patricia Pepperell del Pozo por hacer que el viaje haya sido muy agradable.