El debate económico de los últimos años se centra en un único punto: encontrar la posición adecuada del acelerador mientras la economía derrapa.

Muchos economistas defienden que es imprescindible acelerar más, gastar más, para ganar velocidad, generar más empleos, recaudar más impuestos y para pagar menos subsidios por desempleo.

En un coche de tracción posterior, cuando se acelera en pleno derrape en una curva, hay que dosificar muy bien el acelerador. A principios de los 90 leí por primera vez que, cuando derrapa un coche de tracción trasera, es conveniente pisar el embrague. Pisar el embrague significa dejar de acelerar del todo, administrar la inercia y volver a acelerar cuando la velocidad en derrapada ya es gobernable.

En este debate entre austeridad y gasto, yo defiendo la austeridad. No lo hago por defender los intereses de quienes pagan más impuestos. Lo hago, al contrario, porque creo que es lo mejor para los intereses de quienes tienen menos recursos.

Quienes propugnan que mediante mayor gasto público la economía crece, se genera empleo y ese empleo contribuye a la larga a mejorar el déficit público porque los empleados pagan impuestos, se dejan por el camino algunos factores imprescindibles. Premios nóbeles incluidos.

De lo primero que se olvidan es de que el dinero que gastamos tiene que emplearse en producir objetos o servicios con algún valor, con demanda real en algún lugar. Objetos o servicios por los que alguien esté dispuesto a pagar. Si nadie está dispuesto a pagar por lo que gastamos, si nadie está dispuesto a trabajar más para poder pagar aquello en lo que hemos gastado dinero, de nada sirve que lo gastemos, porque nadie lo comprará.

Y todos los bienes y servicios producidos por el trabajo, nos guste o no, sólo tienen valor si alguien los compra.

De nada sirve que el Estado pague el sueldo a dos personas diferentes, una de las cuales se dedica a cavar una zanja y la otra a tapar la zanja que hace la primera. Las dos trabajan, el estado genera empleo, las dos pagan impuestos, las dos cotizan a la seguridad social y las dos empobrecen al país.

Gastar más puede ser bueno. La cuestión no es la cantidad, sino la calidad. No sirve de nada gastar por gastar. Al contrario. Empobrece. El Estado, como cualquier empresa, tiene que saber en qué gasta, en qué invierte, en qué campos de actuación puede ofrecer valor. En qué tiene que trabajar para que haya demanda de ese servicio.

Los aeropuertos españoles estos que tanto se critican ahora por todos son un gasto que no genera crecimiento. Durante unos años, esa actividad inútil, aparece como crecimiento, pero pocos años después, ese crecimiento deja de sumar y lo único que queda es deuda. No lo llamen crecimiento, porque no lo es.

Claro que el Estado español tiene que invertir y gastar dinero. Puede gastarlo en policía, en educación, en la limpieza de las calles, en sanidad, en la limpieza de bosques. Todos estamos dispuestos a pagar para que las calles estén limpias, para que nos cure el médico, para que haya seguridad en las calles y para que no haya incendios.

Lo que sucede es que tenemos que gastar lo menos posible para que las calles estén limpias. Eso no significa pagar mal. Al contrario. Tenemos que pagar los suficientemente bien como para que quien haga el trabajo lo haga con ganas y se esfuerce, para que las calles estén impecables. Y, sobre todo, tenemos que dejar de ensuciarlas, para que haya menos personas contratadas para limpiarlas. La riqueza no la da pagar sueldos de las personas que limpian, sino que las calles estén limpias.

Quienes defienden que el Estado debe gastar más sostienen también que los ricos deben pagar más impuestos, un porcentaje mayor de sus rentas que los menos ricos. Me parece razonable que los ricos paguen mayor porcentaje, si bien es difícil determinar cuánto debe ser ese más. Pero, independientemente de cuántos puntos haya de diferencia, quien paga impuestos tiene que percibir el valor de pagarlos.

Los países, como las empresas, como los ciudadanos, se pueden endeudar en determinados momentos para realizar inversiones convenientes para su generación de recursos. Los Estados pueden endeudarse para realizar infraestructuras que les permitan ser más competitivos en el futuro y generar riqueza que permita pagar los intereses de esa deuda. También pueden endeudarse para contratar a más barrenderos, si es necesario, porque la limpieza de las calles puede ser una inversión de futuro.

Lo que perjudica a todos es que el Estado se endeude para que uno ensucie y otro limpie. Que gaste más sin saber en qué gastarlo. Incrementar el gasto sin producir valor empobrece. Aunque se pague con los impuestos de los ricos. Y quien resulta más perjudicado por ese empobrecimiento no son los ricos, sino los pobres.

Cuanto más se empobrece un Estado, quienes peor lo pasan son los que menos recursos tienen. Por este motivo, aunque fueran solo los más ricos quienes pagaran todos los impuestos, el Estado no debe malgastar. En beneficio de todos.

No pienso que quienes menos tienen vayan a poder vivir como ricos con un Estado austero. Nada de eso.

De lo que sí estoy convencido es de que a largo plazo vivirán mejor con un Estado austero que con un Estado que malgasta.

La dificultad estriba en medir qué significa malgasto y qué significa aprovechamiento de los recursos. ¿Cuánto más estamos dispuestos a trabajar los ciudadanos para pagar los subsidios de quienes no tienen trabajo o las pensiones? ¿Qué valor le damos a esas prestaciones y cuánto estimulan nuestro trabajo? Es muy difícil de medir.

De lo que sí estoy seguro es de que sucede lo mismo que en los coches: es mejor quedarse corto y perder alguna de capacidad de crecimiento, que pasarse con el acelerador y perder el control.