(Viene de aquí)

El segundo fin de semana es el que da título a esta entrada en el blog. Fin de semana de verbena en un pueblecito entre Neaño y Laxe, en La Coruña o A Coruña o como sea más políticamente y legalmente correcto escribirlo que no lo sé ni sé si quiero saberlo.

El caso es que me fui en la moto. La misma moto que me llevé a la costa de Granada una semana antes. ¿La misma? No, la misma la misma no.

Me he llevado una BMW F800 R negra. Idéntica a la que me llevé a Granada. Pero la que me he llevado a Galicia es otra unidad. Una unidad negra y nueva también. Pero había que hacerle el rodaje de nuevo. Porque esta BMW F800R negra que me he llevado a Laxe es mía.

Es el primer vehículo nuevo que he comprado a mi nombre en los últimos 30 años aproximadamente. El último que compré, si no recuerdo mal, fue un Seat Marbella que utilicé para correr rallyes de tierra hace 30 años. Desde entonces hasta ahora he comprado un coche de segunda mano y nada más.

La cuestión es que me he comprado una moto y pienso hablar de ella, ya que no tengo libro. No me comprometo a informar con tanto detalle como el que requiere una prueba de larga duración, pero sí hablaré de la moto, de su consumo, de sus revisiones y de todo lo que me parezca que tiene interés. De momento, sin fotos, por motivos extradeportivos (El teléfono murió con todas las fotos de la moto dentro por inundación, por insolación o porque sí.)

Para el viaje a Galicia mi intención era salir el viernes 25 de agosto y regresar el domingo 27. La ida fue tranquila. La experiencia del fin de semana anterior me enseñó a sujetar el equipaje con mejor fortuna. Salí de casa con el cuenta kilómetros de la moto en 62 kilómetros y puse todos los indicadores a cero justo al cambiar a 63 km. La temperatura rondaba los 32 grados centígrados en Madrid a la salida de mi garaje y con el calor emprendí la marcha hacia el norte.

Mi intención, en los viajes en moto, es no pagar nunca autopistas de peaje. En este mismo viaje lo incumplí, pero esa es mi intención. Cuando viajo en coche la intención es la misma. Me aburro mucho en las autovías y autopistas de peaje. Cuando la autovía es gratuita normalmente no hay una carretera alternativa evidente. Son carreteras que obligan a entrar y salir de la autovía. En definitiva, poco agradable. En cambio cuando hay autopista de pago sí hay carreteras alternativas, que son más divertidas. Normalmente obligan a cruzar pueblos y a detenerse en semáforos, que no es lo que busco, pero a cambio te ahorras el peaje. No es por el dinero. En moto, detenerse a pagar en los peajes es especialmente engorroso.

En fin, que salí de Madrid por la A6, rumbo al noroeste y me desvié por la N-VI parapasar el Puerto de los Leones. La subida al puerto está limitada a 50 km/h no sé exactamente por qué motivo y hay un radar a media subida que no sé si me fotografió porque yo iba ligeramente más rápido que la velocidad indicada. No por maldad, se lo aseguro. Ni por ganas de contravenir la ley. En moto, medio de locomoción en el que seré novato toda la vida, voy todavía más despacio que en coche. Pero 50 km/h en un recta, por muy en subida que esté, no es compatible con la vida propia del circular de una moto. Yo a 50 km/h en una carretera general y en una recta corro el riesgo de caerme. No fue maldad, se lo aseguro. Ni inocencia. Quizá ingenuidad. Yo sabía que el límite era de 50 km/h e iba muy despacio, pero sin mirar el velocímetro porque hay que estar pendiente de otros asuntos más importantes en algunos momentos. Así que cuando me di cuenta de que justo en ese momento estaba pasando por un radar que había brotado en mitad de la recta, miré el velocímetro y el indicador señalaba 60 km/h. Grrr. Desconozco el error del velocímetro de mi moto nueva y también desconozco a qué velocidad estará tarado el radar, pero es posible que me haya caído mi primera multa en moto propia. Un sin dios.

Un detalle sin importancia. La subida al puerto de Los Leones o de El León, que también lo he visto escrito de las dos maneras, fue placentera y cálida. La bajada y la llegada hasta Adanero por carretera también. A partir de Adanero todo es autovía por la A6 hasta Arteixo. A los bofetones del viento ya estoy acostumbrado. Al calor, también y hoy hace mucho menos calor que en mi viaje hacia el sur. El dolor en los glúteos pasa casi desapercibido y sé que si me duele basta con que me levante un poco de la moto para que se me quite. Todo va sobre dos ruedas, casi con la misma tranquilidad que si fuera sobre cuatro.

Por la carretera me saludan los motoristas con los que me cruzo y también los que me adelantan. Nunca sé qué hacer. ¿Por qué se saludan los motoristas? Yo me siento intruso en su mundo de burbujas de dos ruedas. Soy un motorista novato. No tengo categoría para saludaros. No quiero parecer grosero, pero… si supierais quién soy sabríais que no soy de los vuestros. Las motos se me caen de las manos en los semáforos. O casi.

Lo único que echo en falta encima de la moto es un par de brazos más. En el coche puedes soltar el brazo del volante y con el brazo que sueltas puedes hacer muchas cosas. En la moto, sólo con un brazo, no puedes hacer nada. Por supuesto no te puedes poner unas gafas de sol. De ninguna manera. Ponerse unas gafas de sol con el casco requiere de las dos manos. Pero es que tampoco es posible quitárselas sin incurrir en mucho riesgo.

Con todo, lo peor, es que no es posible sonarse. A medida que me acerco a Galicia, con mi ropa de verano, en el kilómetro 431 de la A6 para ser preciso, la temperatura del termómetro baja hasta los 23 grados. El sol ya está bajo a la hora que paso yo y empiezo a notar frío. La humedad en la nariz tarda poco. En un coche, si ocurrieran estas cosas, sería sencillo. Agarraría el pañuelo y me sonaría. ¿Qué se hace en moto? ¿Parar para sonarse? ¿Con el frío que hace lo tarde que llego las pocas ganas que tengo de parar y para una tontería como sonarse? No.

Los montes del bierzo no duran mucho más y la temperatura vuelve a subir hasta unos acogedores 28 grados durante un centenar de kilómetros más. La humedad de la nariz remite y no me detengo. Pero ya sé que por debajo de 23 grados no es suficiente con una camiseta y una cazadora de verano. No para mí y a 120 km/h de velocidad.

Además de la imposibilidad de sonarse está la imposibilidad de mirar mapas. En concreto, en mi moto, el problema es la ausencia de navegador. Tendré que ver la forma de adaptar uno, o el teléfono o algo para no perderme.

Porque me perdí. Yo sabía que para llegar a Laxe lo mejor era coger una autopista de peaje, pero no la autopista que cogí, que me llevó a Ferrol. Se me hizo de noche, empezó a hacer frío, me perdí de regreso por dentro de La Coruña (o como deba escribirse), cada vez más frío… tuve que parar, abrigarme y preguntar.

A menos de 20 grados y sin sol, de noche, el frío en moto empieza a ser considerable y es necesario abrigarse de verdad. Mi chaqueta de verano, con un forro polar por debajo y un chubasquero cortavientos por encima se quedaban justos a 18 grados sin sol. En las piernas no tenía frío, pero empezaban a temblarme por el frío del cuerpo. Mi pérdida me retrasó más de una hora, el sol se puso y el frío se instaló en mis huesos por primera vez en muchos meses.

Llegué por fin. Tras el peaje se abría una carretera que a menor velocidad y con curvas me permitió entrar ligeramente en calor.

Llegué con más de 700 kilómetros recorridos de una sentada y en rodaje. El culo intacto o casi. Sólo las paradas obligatorias para repostar, para abrigarme y para preguntar. 700 kilómetros en rodaje sin forzar la moto. Sin pasar de 5000 rpm. Y sin beber agua. En mi viaje a Andalucía no paré de beber. Hacia el norte no me hizo falta.

A la vuelta podré subir de vueltas un poco más. Cuando llegue a Madrid les contaré el consumo de ida y vuelta. De momento, sólo me toca descansar después de recorrer por primera vez en mi vida 700 kilómetros en moto de un tirón. No estoy cansado. No me duele nada. De momento, sólo el frío me mata. Para la vuelta me abrigaré más.

A la mañana siguiente mi cuerpo sigue perfectamente bien. Día de playa, de comida y de cena ricas, de disfrutar de mis amigos y por la noche baile de verbena con la orquesta La Bomba. ¿Se puede pedir más? Sí. Un movimiento sexy.

(Continúa aquí)