Precio: 9900 euros (septiembre 2013)

Me reciben en BMW para presentarme la moto un grupo amplio de personas. El director de Marketing en España de BMW Motorrad (la compañía de motos de BMW), el responsable técnico, una persona del departamento de comunicación, otra que es responsable de cuidar el parque de motos de prensa… Me hacen sentir importante. A mí, que soy el motorista novato.

Son muchos, sí, pero yo solo tengo ojos para la moto, imponente, altísima, subida sobre el caballete y encima de un banco. No puedo separar mis ojos del sillín, de la altura que separa el sillín del suelo. Yo soy bajo, sé que soy bajo, pero ese no es el problema. Esta moto es muy alta, en términos absolutos.

BMW F800 GS. 2013

Estoy asustado. No voy a ser capaz ni de sacar la moto en el garaje. Sueño en que la pongan en marcha, que arranquen con ella y que yo me pueda subir a la carrera, como a los autobuses de Londres cuando tenían esa plataforma detrás. No voy a ser capaz de subirme a esa moto en parado. No voy a ser capaz de sujetarla, de poner la primera. Me hablan, son amables, seguro que me ven la cara de pavor, y yo no puedo ni siquiera escucharles. Pero no tengo nada que temer. Soy el motorista novato. Todo el mundo lo sabe. ¿Por qué tengo que fingir? Lo digo.

— No voy a llegar al suelo —Lo digo bajito, sin querer escucharme. Ser el motorista novato significa atreverse a probar motos de todo tipo desde el punto de vista del que no tiene ni idea.

«Que sí vas a llegar. No te preocupes, ahora la ves subida a este banco, pero llegas seguro» me dicen entre todos para darme ánimos. Yo dudo. ¿De verdad me voy a llevar yo esta moto? ¿Qué hago si se me cae en medio de la calle, en un semáforo? ¿Qué hago si me ayudan a levantarla y se me vuelve a caer? Eso no hay grúa que lo solucione.

— No estoy seguro de llevármela. Es muy grande. —digo por fin lo que he estado pensando desde que he llegado a recogerla.

«¡Qué no, que es muy fácil de llevar, ya verás, no te preocupes». Yo les cuento mi miedo porque la moto es suya. Pienso que si me ven asustado recularán. Pero no parecen estar preocupados por la integridad de su moto. Yo sé que no se trata de un problema de mi integridad física, porque por carretera, con la moto en marcha, sin apurar, seguro que consigo mantenerla más o menos derecha. Ése no es el problema. El problema son los semáforos.

Me cuentan los detalles de la moto, de arriba a abajo. La posibilidad de regular la dureza de la suspensión, las luces, el ordenador, la alarma y no sé cuántos detalles más. Intento prestar atención.

Finalmente Pilar, del departamento de comunicación, que me conoce bien, me echa una mano:

— ¿Qué haces, Javier, te la llevas o no?

Veo mi oportunidad.

— No lo sé.

«Que sí, que te la lleves. No te preocupes». Otra vez, el coro, me anima. «¿Pero cómo voy a salir de aquí?» me pregunto hacia adentro. Bajan la moto del banco, la bajan del caballete, le ponen la pata de cabra, me preguntan si le quitan las maletas o no, «lo que queráis», («lo que menos me importa ahora son las maletas, como si las queréis poner boca abajo»).

«Si a ellos no les preocupa, a mí tampoco tiene por qué preocuparme. En el peor de los casos llamo a la grúa, que venga a por la moto y se la devuelvo, aunque sea boca abajo, como las maletas». Como no me dan pie a dar marcha atrás, no doy marcha atrás. El intento de Pilar por echarme un cable se queda flotando en el aire. En su cabeza de moteros empedernidos no debe de caber la posibilidad de que alguien diga que no sabe o no debe de caber la posibilidad de que alguien renuncie a ese pedazo de moto. En fin, que me veo poniéndome el casco, la cazadora, los guantes como si fuera a irme en la moto definitivamente.

Me subo a la moto y ni siquiera atino con el botón para ponerla en marcha. Miro y por suerte tengo al director de marketing a mi lado, que creo que ya se está arrepintiendo de haberme animado a llevarme la moto. Me indica el enorme botón rojo visible desde una legua.

Arranco pongo primera y cuando salgo de la nave, en curva para encarar la salida del garaje de BMW, me para Joserra, el responsable de cuidar el parque. «Yo que salía ya decidido a no parar nunca más hasta que se me acabara la gasolina». Me para Joserra, en curva hacia la izquierda, no tengo el pie derecho bien colocado para llegar al freno, freno con la mano, con el freno delantero, voy muy despacio pero en curva y se hunde de delante un poco más de lo que yo espero, pongo la puntita del pie derecho en el suelo, me trastabilleo un poco… no pasa nada. La moto se queda casi derecha. Joserra hace como que no pasa nada. Ni me dice que me baje ni me mira con cara rara. Sólo me indica cómo salir de BMW, con su mejor intención (Como si yo no lo supiera, después de 100.000 veces de salir de BMW. Y aunque fuera la primera).

El guarda de seguridad me abre la barrera sin hacerme parar, salgo a la calle estrecha, también sin parar, y… me noto atenazado. Como un robot. Intento no tener que parar la moto. En las motos grandes la mayor dificultad que tengo las primeras veces es coordinar bien el momento de detenerla. Saber que está parada para poner el pie en el suelo en el momento justo, ni pronto que se te queda atrás ni tarde, que la moto se inclina con mucha rapidez. Estoy atenazado y tengo mucho calor, pero BMW está en el margen de la autovía que une Madrid con Burgos, por lo que después de un cruce en el que tampoco llego a colocar el pie ya estoy en la autovía, acelero para refrescarme y para relajarme.

No voy rápido y en la autovía me siento muy cómodo. El único inconveniente es que hace mucho calor y noto el calor del motor en las piernas. A 110 kilómetros por hora el viento no es molesto para el conductor de esta moto, al menos para uno de mi estatura. En los días siguientes de la prueba descubriré en breves incursiones a mayores velocidades que tampoco molesta a 150. Mi sensación, que me parece un poco rara, es que a partir de unos 120 km/h la presión del aire sobre el piloto de la GS se estabiliza y no se incrementa en demasía.

BMW F800 GS. 2013

Regreso a Madrid y llevo la moto directamente al garaje. Necesito un túnel de Gallardón que me llevé desde la autovía hasta el garaje. Pero otra vez, Gallardón llega tarde. Me paro en todos los semáforos, con mucho cuidado. Cada semáforo me parece un suplicio. No por lo que pasa, que no pasa nada, sino por lo que sufro antes de detenerme, por lo que imagino que va a pasar. Llego al garaje, pongo la pata de cabra, subo a la redacción y me olvido de la moto durante 24 horas.

Veinticuatro horas pasan muy rápido. Ya estoy de nuevo al lado de la moto, con mi casco, mis guantes, mi cazadora y muerto de calor antes siquiera de dar al contacto. Las grandes maletas de la moto hacen que no sea fácil subir. Nunca he sido muy elástico y ahora, después de toda una vida de no estirar, todavía menos. Decido probar a subir apoyándome en el estribo, pero no en el estribo del lado de la pata de cabra, que yo peso unos kilos y no quiero partirla o forzarla. Pruebo a apoyarame en el estribo del lado contrario, con las dos manos agarradas en el manillar y el peso vencido hacia el otro costado de la moto. Lo pruebo y… funciona. La moto se vence ligeramente hacia el lado en el que no hay pata de cabra, pero se contrarresta con el cuerpo y se sube con seguridad. No me resulta difícil. Da un poco de canguelo, porque no parece ortodoxo, parece que la moto se puede vencer y caer en cualquier momento, pero no es así. Resulta fácil y equilibrado (Joserra me dijo que era un disparate, que si tropezabas o te resbalabas, o se te escurría una mano, que te podías caer y con la moto encima. Tiene razón, no lo volveré a hacer más. Prometido.)

Salgo del garaje, con sus cuestas y curvas, y me resulta sorprendentemente fácil. El motor permite dosificar muy bien y aunque el embrague está un poco duro para mi gusto y mi fuerza, permite utilizar la presión justa para que no patine en exceso y que no corra la moto demasiado en primera. Salgo del garaje, llego al primer semáforo y después de 24 horas alejado de la moto todo me parece menos complicado.

En Madrid no juego entre los coches, no hago cambios de carril vertiginosos, no arriesgo nada, pero me encuentro cada vez más cómodo. Es una moto demasiado alta para mí, llego con las puntitas de los pies al suelo, cada vez que suelto un pie o el otro en el semáforo, para frenar o para poner la marcha, lo tengo que pensar. Supongo que con el paso del tiempo no tendría que pensarlo, pero de momento sí, lo tengo que pensar. Aun así, sin meterse entre coches y conducida como un coche, detrás del resto de coches, sin apenas cambios de carril y sin aprovechar las plazas para motos que hay en Madrid en algunos semáforos, consigo sentirme relativamente cómodo con ella.

Vuelvo a la autovía y vuelvo a notar el calor en los tobillos. Sorprendentemente, lo noto más en la autovía, con mayor volumen de aire atravesado por la moto, que en ciudad, donde el calor es generalizado.

Mediante un botón se puede modificar la dureza de la suspensión en tres posiciones: «Comfort», «Normal» y «Sport». En autovía noto la diferencia de dureza al pasar por las irregularidades. No tengo la más mínima intención de investigar la diferencia en carretera de curvas, a la que estoy a punto de llegar.

Empiezo muy despacio y enseguida advierto que la moto tumba casi sola. Yo no tengo que hacer prácticamente nada. Voy despacio, pero lo disfruto enormemente. Me meto en la curva con la moto cada vez más tumbada, con una sensación de precisión y control altísimos. Sigo despacio, soy consciente de que se puede ir mucho más rápido con esta moto, pero no lo necesito. El motor se dosifica milimétricamente y también se notan las ruedas delantera y trasera sin dificultad. En algunas curvas hacia la derecha me da la sensación de que puedo tocar con el manillar en los guardarraíles al tumbar. Tan alta es la moto. En las curvas a izquierdas, me da la sensación de que puedo invadir el carril contrario aunque la rueda permanezca en mi carril. No parece una moto hecha para circular por estas carreteras de curvas cerradas. Es muy grande, pero a mí me proporciona mucha seguridad y mucho placer. Voy despacio, pero con una sensación de control total. La regulación de la suspensión va en la posición «Normal».

Cuando regreso hacia Madrid, por una carretera en recta, a mi ritmito, un motorista que se cruza conmigo me saluda con la V. Me da vergüenza devolverle el saludo. Yo no soy de los suyos. Si me viera por las curvas pensaría que soy un «matao». Porque lo soy. Aquí en la recta, sin embargo… Le devulevo el saludo para no ser descortés. Ni siquiera estoy muy seguro de saber hacer el saludo. Apenas he separado los dedos del embrague para hacer la V los vuelvo a colocar en la maneta. Ni siquiera he hecho el gesto. He levantado imperceptiblemente los dedos. Todavía me queda mucho para ser de este mundo. Y no quiero serlo, porque quiero seguir haciendo las pruebas de novato. Quiero no aprender, aunque irremisiblemente aprendo.BMW F800 GS. 2013

Yo acepto la BMW F800 GS como regalo. He sido feliz al conducirla por autovía y por carretera de curvas. Me parece un milagro que se puedan aprovechar esas maletas para meter los bultos necesarios para un viaje, con la cantidad de complementos que necesita un motorista. Aun así, acepto la BMW F800 GS como regalo. Ya me buscaré yo una plaza de garaje con salida directa de la ciudad, sin semáforos.

Ficha técnica en BMW

Precio, 9900 euros, y financiación BMW