Las elecciones democráticas sólo tienen una lógica: sustituir la fuerza de las balas por la fuerza de los votos. Que impere el criterio de la mayoría es tan arbitrario como que impere el criterio de los que saben resolver raíces cuadradas o el de los morenos de ojos verdes.

Los seres humanos sabemos que las mayorías tienen fuerza. Cuando hablo de fuerza sólo me puedo referir a fuerza física. ¿Qué otra fuerza hay? Sabemos que las mayorías ganan guerras, que en la historia de la humanidad ganaban quienes tenían ejércitos más numerosos y, aunque no queramos ni pensarlo, los votantes no son más que ejércitos de soldados desarmados. Sustituimos las balas por votos.

La fuerza de la mayoría sólo existe en los territorios. De hecho, no tiene sentido hablar de fuerza de las sociedades más que en territorios claramente definidos. Los votantes del PP tienen más fuerza en Galicia y los del PSOE tiene más fuerza en Andalucía. Y dentro de cada comunidad, dividimos en provincias. Luego sumamos fuerzas o no, porque sumamos territorios. Pero la fuerza del PP en Galicia en nada cambia la del PSOE en Andalucía. Desde siempre sabemos que sólo nos podemos hacer fuertes en un territorio. El territorio puede ser mayor o menor. Durante muchos siglos, el territorio en los que se hacían fuertes los señores no iba más allá de unas colinas y un castillo.

Cuando unos ciudadanos reclaman el derecho a decidir, lo reclaman para su territorio, en exclusiva, que es donde son o donde se sienten fuertes. Es lo lógico. Siempre ha sido así en la historia de la humanidad. Reclamas derechos donde y cuando te sientes fuerte. Y te sientes fuerte porque te sientes arropado. ¿Dónde y cuándo si no se pueden reclamar derechos?

Si les negamos el derecho a votar, el derecho a decidir, a estos territorios, les estamos sustrayendo la herramienta de la civilización. Les estamos quitando de las manos el utensilio que ha permitido eliminar las armas de los procesos decisorios. Los pueblos, los países, las naciones, las comunidades (como queramos llamarles) se formaban por comunidades de intereses en territorios y los invasores eran expulsados o no en función de la fuerza en determinados territorios. Las mayorías, agrupadas en pequeños territorios, podían ser más fuertes que los invasores, que en ocasiones se veían en la necesidad de arrasar la población entera para eliminar su fuerza.

Cuando en una sociedad civilizada, que tiene asumida la legitimidad y las bondades del voto, eliminamos la posibilidad de decidir con el voto en cualquier territorio que lo reclame, empujamos a los miembros de esa comunidad a utilizar otras medidas de fuerza. Sentirse fuerte no tiene alternativa. Si la civilización te niega las herramientas propias de la civilización para imponer tu fuerza seguro que buscas otras.

Las elecciones democráticas no reflejan la fuerza de la razón, sino la fuerza de los votos. La fuerza de la razón no tiene nada que ver con la fuerza de la mayoría. No debiéramos olvidarlo. Quizá alguien se crea que las mayorías tienen algún respaldo sobrenatural, alguna legitimidad intrínseca, pero no es así. El único respaldo de las mayorías, su única legitimidad conceptual es la fuerza, la fuerza física, que subyace tras la idea de mayoría.

Cuando negamos el derecho a que un pueblo tome decisiones por la fuerza que la da la mayoría de los votos lo forzamos (con mayorías extraterritoriales) a que busque otras formas de mostrar su fuerza. En el occidente europeo parece difícil que las sociedades recurren a la fuerza de las armas como ocurre últimamente en varios países de la ribera mediterránea, pero la posibilidad de recurrir a otros sistemas de resistencia y de lucha es obvia.

Veo difícil impedir un movimiento de desobedencia fiscal en Cataluña si la sociedad se ve privada de utilizar las herramientas que disponen las sociedades civilizadas para tomar decisiones. Ellos se sienten fuertes en su territorio. Otros se sienten fuertes en otros territorios y creen que desde los otros territorios pueden imponer sus mayorías. En la historia de la humanidad, la utilización de fuerzas en territorios fronterizos se ha denominado ocupación. Se denomina ocupación porque se siente como ocupación. Y tiene mal pronóstico. Ante esta situación, lo que me parece más lógico, dentro de la lógica democrática, es utilizar lo votos. Y utilizarlos con dedicación, mimo y cuidado. Y cuanto más mejor. Mejor que sobren que no que falten. Los votos son el sucedáneo de otras armas. No hablo de armas violentas, también de armas de desobediencia civil, que pueden ser muy dolorosas para todos.

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P.S.

1.- No entiendo a quienes utilizan el argumento de que el derecho a decidir es ilegal en el ordenamiento jurídico español como justificante para que no se utilice. Me quedo perplejo ante ese argumento. De eso se trata exactamente, de hacerlo legal. Los que reclamamos la necesidad de que exista el derecho a decidir lo hacemos porque sabemos que es ilegal. ¿Por qué íbamos a reclamarlo si fuera legal y por tanto posible? ¿No se podía reclamar el derecho al voto de las mujeres y de los negros cuando era ilegal con el argumento de que era ilegal? Me pierdo con esa argumentación. Sé que el derecho a decidir es ilegal. Esa no es la cuestión. Lo que discutimos es si es preferible, en la lógica democrática, que se legal o que sea ilegal.
2.- Si yo viviera en Cataluña votaría en contra de la independencia. Preferiría «pelearme» con mis vecinos a base de votos que con otros artefactos de consecuencias menos predecibles.

3.- Nada tiene que ver con la argumentación anterior la resolución de otros asuntos como son la interpretación de las mayorías, durante cuánto tiempo tienen vigencia las decisiones, si son posibles caminos de ida y vuelta, cómo los articula una sociedad democrática y todos los detalles relativos a la plasmación en leyes concretas de la suma de voluntades y deseos individuales. Es un proceso de enorme dificultad. De eso no hablo, sino de la lógica previa, la lógica de las sociedades civilizadas.