Desde el principio de esta crisis sanitaria, pienso cómo hubiera actuado yo, en un país hipotético, si hubiera tenido que gestionar esta pandemia de coronavirus.

Creo, porque no es más que una creencia, que lo habría gestionado con datos, si hubiera tenido la capacidad de medir y de establecer clasificaciones entre la población. Habría establecido niveles de riesgo, entre las diferentes personas, y las habría clasificado por grupos de riesgo. (No tengo ni idea de cuántos grupos de riesgo tendría sentido establecer. Esta es una cuestión médica que desconozco)

También habría establecido una clasificación entre contagiados, no contagiados e inmunizados (o más, o menos, si me lo dijeran los médicos, )

Y en función de estos grupos, habría establecido etiquetas identificativas (pulseras, lazos, gorros, pañuelos de pirata, polainas o microchips detectables a distancia por otras personas. Cualquier método identificativo, me sirve).

Cuando planteo estas ideas a amigos, y a desconocidos, me sorprende el altísimo porcentaje de personas que las rechazan de plano. Desde una amiga que me acusó de querer matar a los mayores (si llegan dos personas infectadas y sólo hay una cama de UCI disponible, ¿a quién se le adjudica esa cama, a la persona con una probabilidad de sobrevivir a la infección de un 20% o a la que tiene una probabilidad de un 2%, en el caso de que pudiéramos medir con tanta precisión?), hasta quienes me acusan de querer repetir los horrores que los nazis cometieron con los judíos al segregarlos en guetos y marcar las puertas de sus casas. También me han puesto ejemplos de discriminación a los homosexuales y no sé cuántas cosas más.

Por lo que he visto, el uso de etiquetas identificativas, no parece posible ni plantearlo en España. Lo tengo claro, aunque me dé pena. Hay demasiados debates que en este país no se pueden ni plantear, porque no existe la posibilidad, y miren que yo lo intento, de tener un intercambio de ideas sosegado. Es casi imposible. Enseguida atacamos a la persona o interponemos vetos de autoridad (por historia, por títulos, por conocimientos). Todo menos argumentos lógicos, detallados y razonados.

Lo sorprendente es que poca gente ataca a la idea en sí, sino que se oponen a ella calificándome a mí de fascista, o de loco, o utilizan un veto de autoridad de la historia, o del supuesto conocimiento que dan los títulos o los estudios. En fin.

Me sorprende. Ya lo he dicho. Y más en esta situación. Me voy a centrar en el debate de las etiquetas (pulseras, gorros, etc) identificativas, porque la escasez de las UCIs me imagino que ya se gestiona de una u otra forma con este análisis clasificatorio, que harán los médicos paciente a paciente en todos los países del mundo cuando se les presente el dilema.

Me preocupa la analogía entre el uso de pulseras y la discriminación de los judíos, los homosexuales o cualquier otra discriminación por orientación sexual, religión o raza. Quien me suelta este argumento me deja terriblemente preocupado. ¿De verdad alguien cree que se puede equiparar a un homosexual, a un creyente, o a una persona de cualquier raza con una persona que es capaz de propagar y multiplicar una enfermedad potencialmente mortal? Nadie propaga la muerte por su orientación sexual o sus creencias. No los equiparen a las personas que propagan una enfermedad, por favor. Es de lo más insultante que he oído para los homosexuales y otros grupos de discriminados sin ningún motivo.

¿No se clasifica en cualquier gran hospital del mundo por zonas y se separan los enfermos de oncología, de las parturientas, de los de traumatología y de los de infeccioso? ¿Supone esa clasificación y organización algún tipo de discriminación o limitación de sus derechos humanos?

Quienes anteponen el argumento de autoridad de la historia, me dan miedo. «No podemos repetir errores del pasado», me han dicho unos. «Lee más historia», me han dicho otros. Desde luego, querría leer mucha más historia y también desde luego no querría repetir ningún error ya pasado en mi país imaginario. Pero.

La historia debe servir para aprender. Aprender de la historia no siginifica trasponer y extrapolar sucesos y consecuencias a la época actual a cañonazos. ¿Qué tienen que ver los guetos judíos con la gestión hospitalaria o de una pandemia?

Desconozco cómo se han gestionado otras epidemias así, en la actualidad e históricamente en mi propio país imaginario y en el resto de países del mundo. Sería muy bueno saberlo y si yo fuera quien tuviera que gestionar esto me buscaría un asesor que supiera todo sobre gestión de pandemias en otros lugares y en otros tiempos. Pero no le dejaría nunca que decidiera sólo en función de ese conocimiento. La historia sirve para aprender cuando se conocen bien los detalles. Los detalles de aquella época, de aquella gestión y los detalles de la época actual. ¿Ha habido en la gestión de alguna epidemia histórica una capacidad como la actual de medir e interpretar datos? ¿Ha habido alguna capacidad como la actual de hacer análisis y pruebas, de controlar el movimiento de las personas, de conocer sus contactos…

Sí, la historia nos enseña. Pero no la utilicemos a cañonazos, no la utilicemos como argumento de autoridad, porque ese argumento sirve para justificar muchos disparates. Y no solo en España como vemos a todas horas y no por causa de la crisis sanitaria (aquí no hablo de mi país imaginario).

También me sorprende que haya personas que acepten que en esta situación de excepción el Estado puede clasificarnos como grupo a todos, también es una clasificación, y tenernos encerrados en casa (medida que utilizaría también en mi país imaginario si no fuera capaz de gestionar de otra manera por la causa que fuera), pero que no aceptan la idea de que llevemos pulseritas o gorros.

No lo entiendo. A mi provecta madre, que no vive en nigún país imaginario y que es persona de riesgo, le conviene salir a pasear. Le conviene tanto como que nadie con capacidad de contagiarle la enfermedad se le acerque. Si mi madre pudiera salir todos los días, con una pulsera, o con un gorro azul fosforito como si fuera un pitufo, sería tan beneficioso para su salud como todo el rato que pasa en casa. Hablo de mi madre y de millones de madres y padres y abuelos y muchos más.

Estoy seguro de que las etiquetas identificativas generarían problemas, pero me cuesta entender que sean problemas asociados a la discriminación. Cuando sales del hospital, nadie te discrimina por haber estado tres meses aislado en el ala de infecciosos. Las infecciones son lo menos discriminatorio del mundo. Es verdad, o he leído y estaba bien explicado, mejor dicho, que hay personas genéticamente inmunes a algunas infecciones por virus. Creo que esa es la única discriminación de estas infecciones. Por lo demás, atacan a todo tipo de ciudadanos.

Por otro lado, en nuestra constitución no figura la salud como una de las causas explícitas para no discriminar. Aunque figurara. Siempre discriminamos, en cualquier lugar del mundo, a los pacientes que transmiten infecciones. Ahora también lo hacemos.

Se me ocurren sólo dos argumentos que pueda calificar como tales: uno es el mal uso que pueda hacer de los datos quien tenga tanta información sobre nosotros y otro que es la posibilidad de falsificar los identificativos para hacer daño o por intereses particulares.

Es cierto que el mal uso de los datos debe preocuparnos. Pero no porque llevemos unas pulseras u otras. En las consejerías de sanidad de todas las comunidades autónomas de mi país imaginario tiene decenas de datos sobre mí y sobre mi salud. Los tenían antes del coronavirus. Y es una pena que no sepamos utilizarlos bien durante el coronavirus. Las pulseras, nuestro nivel de riesgo, si hemos pasado o no la infección, es un dato más. ¿Es malo que las consejerías de sanidad tengan almacenados todos nuestros datos de salud? Tenemos que repetir la historia clínica cada vez que vamos al médico como ocurría no hace tantos años? Si pensamos que eso es bueno, debemos aplicarlo cada día y no sólo ahora porque tenemos una emergencia sanitaria.

¿Es posible que alguien utilice el sistema de identificación para robar, para usurpar personalidades, para infectar indiscriminadamente o yo qué sé cuántas cosas más? Supongo que es posible, aunque a mí no se me ocurran grandes ideas. Si fuera así y viéramos que el riesgo es mayor que el posible beneficio, deberíamos descartar el sistema de identificadores en mi país imaginario. Pero sólo por motivos de esa índole.

No porque nadie me llamara fascista, o loco o mata abuelos o mil cosas más que me llama tanta gente, también los amigos, sólo porque intento buscar soluciones que funcionaran bien en mi país imaginario. Las soluciones sólo se encuentran y se descartan con el razonamiento, no con argumentos de autoridad y mucho menos con adjetivos estériles.