Viene del artículo anterior sobre este coche.

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Mientras camino por detrás del Jaguar de Sir William Lyons para pasar del asiento izquierdo al derecho, al del conductor, intento mentalizarme rápidamente para acrodarme de ir siempre pegado a la línea central de la carretera. Hace muchos años que no conduzco por la izquierda. No estoy intranquilo.

Jaguar XJ6. 1968. De Sir William Lyons

La banqueta está lejos de los pedales. La ajusto. También el respaldo, demasiado inclinado para mí. Hace muchos años que no conduzco un coche sin reposacabezas.

Giro la llave de contacto. El seis cilindros en línea arranca en los primeros giros del cigüeñal. Todo sencillo. Estoy acostumbrado a él porque ya llevo un buen rato escuchándolo. Pongo la palanca de cambio en la posición D y salgo hacia la carretera sin mirar al espejo. No hay.

No hay en la derecha del coche (a la izquierda tampoco). Giro la cabeza para ver si viene alguien, pero Giles está pendiente y me dice que no viene nadie. Piso el acelerador y… está duro. El tacto es diferente al de todos los aceleradores de ahora. El recorrido no es linealmente suave. En el primer instante de recorrido, para empezar a mover el coche, hay un tropiezo, una dureza que cuesta vencer. El pedal está articulado desde el piso y si se hace fuerza sobre el extremo superior el brazo de palanca es más largo y se consigue arrancar con más suavidad, porque se controla mejor la fuerza que hay que realizar para vencer esa dureza inicial. En la zona media del recorrido del pedal también hay tramos un poco más duros que otros, pero ninguno tan molesto como el inicial. Es el tacto típico de los aceleradores de hace muchos años, que ya había olvidado. Un cable que pasa por una funda, que mueve las mariposas del carburador. Roza y ofrece resistencias diferentes. My God.

Ya estoy en la carretera. He conseguido salir con suavidad. A baja velocidad, en los primeros metros por carretera advierto que la estabilidad lineal del coche es buena. La dirección asistida no requiere una perpetua atención sobre el volante. Sorprendentemente, no tiene holgura. En la primera rotonda me toca frenar por primera vez y el tacto del freno, como el del acelerador, no se parece al de los frenos actuales. No sé si llevo frenos de disco o de tambor. Es un freno más esponjoso y a la vez más duro. Tengo que hacer más fuerza que con los frenos actuales, durante un recorrido del pedal más largo. Frena linealmente, sin oscilaciones ni movimientos raros de la carrocería.

A la salida de la rotonda, de nuevo al rebufo del MK 120, acelero con más fuerza que en la primera arrancada y confirmo lo bien que va la caja de cambios. Ya de copiloto había comentado con Giles la suavidad y rapidez con la que cambiaba. A diferencia de muchas cajas automáticas de épocas posteriores con convertidor de par, en el XJ no se notaba apenas el resbalamiento y los cambios eran muy rápidos y suaves. No estoy seguro de que fuera la caja original. Me parece extraño que funcionara tan bien, con tan poco resbalamiento y tanta rapidez en el paso de una marcha a otra. Giles me había dicho que sí, que era la caja original, pero no estoy seguro de que lo supiera con certeza absoluta. Los cambios son tan suaves y rápidos que la caja pasa desapercibida, circunstancia que nunca me había ocurrido antes en una caja de cambios de tres marchas con convertidor de par. Grandes patinamientos, oscilaciones de la carrocería al pasar lentamente de una relación a otra y grandes saltos de régimen del motor al cambiar nunca pasan desapercibidos. (En este Jaguar, no sé si porque estaba abducido por el espíritu de Sir William Lyons, la caja me pareció mucho mejor que alguna de las que puedo haber conducido muchos años después de que fuera fabricado este coche.)

A los cinco minutos estoy relajado. Todo está bajo control. Sólo debo mantener a raya la línea central de la carretera. Tengo la cámarita de fotografiar en el bolsillo de la camisa pero me da reparo sacarla. Ya relajado busco detenidamente el retrovisor. Creo que todavía no he mirado el espejo. Tengo la sensación de que he mirado varias veces hacia él, pero que no sé qué coches me siguen. Creo que he mirado hacia donde miro al retrovisor de refilón, no he visto movimiento y he mirado de nuevo a la carretera. Ahora me fijo y miro con detenimiento hacia el montante situado por delante de la ventanilla. Recalculo y miro hacia el otro lado, hacia el espejo central. Lo miro despacio y… no veo mucho. Lo coloco bien. Por detrás viene un Jaguar. Miro hacia adelante. Otro Jaguar. En medio yo, con otro Jaguar. El de Sir William Lyons.

Llevamos escolta y me acuerdo de mi faceta de chófer. Imagino a Sir William Lyons sentado en el asiento de atrás, circunspecto, leyendo el  Times de cuando el hombre llegó a la luna. Sonrío. Sonrío y sonrío y no quiero parar de sonreir. Conduzco un coche que nunca había soñado conducir, de una marca que en mi infancia representaba toda mi aspiración en el mundo de los coches. Lo conduzco rodeado de otros Jaguar, en una carretera bien asfaltada, con árboles alrededor y curvas. Me toca conducirlo más de una hora. No me lo creo. Giles está callado. Me deja disfrutar en silencio y se lo agradezco. No quiero que nadie me hable. Parece adivinarlo.

Tengo que hacer una foto de las mías, tengo la cámara en el bolsillo de la camisa, pero me da apuro sacarla. A Giles le puede parecer mal. Sé que no puedo llegar al destino sin una foto desde el asiento del conductor, con todos los relojes indicando datos, una foto en la que se vea la velocidad a la que he ido, con el cuentavueltas de este motor que no parece subir mucho de revoluciones, ni falta que hace, porque tiene mucha fuerza a pocas vueltas.

Jaguar XJ6 de Sir William Lyons. 1968. En autopista. 75 aniversario Jaguar

La autopista viene en mi ayuda. No espero más.

Jaguar XJ6 de Sir William Lyons. 1968. Retrovisor. 75 aniversario Jaguar

Jaguar XJ6 de Sir William Lyons. 1968. Sin espejo lateral. 75 aniversario Jaguar

Después de hacer muchas fotos, nos perdemos. Mientras Giles habla por teléfono para encontrar el lugar del almuerzo vamos por carreteras muy estrechas, muchas rotonditas pequeñas y pueblos. Cruces a cientos. Me pongo tenso. En cada cruce existe el riesgo de salir por el carril equivocado, en cada rotonda la posibilidad de que te venga el coche por el lado al que no estás acostumbrado a mirar. Noto el nerviosismo de Giles, pero no tiene ningún sentido que conduzca él porque es mucho mejor que se dedique a buscar la ruta. Yo de momento no cometo ningún error, pero en cada cruce miro el doble de veces de lo habitual y tardo más en salir. Prefiero ir despacio que equivocarme. Giles sigue como mejor sabe las indicaciones que le dan por teléfono. Vamos sin mapa y no sabemos exactamente dónde está el lugar al que nos dirigimos. Me pide que dé la vuelta que por esa carretera no vamos bien. Que dé la vuelta donde pueda. Dar la vuelta donde pueda en una carreterita británica estrecha con el Jaguar de Sir William Lyons. No encuentro dónde hacerlo. Finalmente hay un recoveco para meter el coche. Por detrás no viene nadie, por delante tampoco. Miramos sin espejos. El Jaguar gira bien, con muchas vueltas de volante pero con buen radio de giro. Aún así, no hay amplitud suficiente. Tengo que maniobrar ligeramente en mitad de la carretera. Sigue sin venir nadie. Volvemos por el carril contrario, pegado a la línea central con bordillos rozando la rueda izquierda. He perdido la sonrisa, aunque sigo muy contento. Todo va bien. Finalmente Giles me dice: «Es triste pero esta es la  rotonda por la que hemos salido de la autopista. El lugar al que vamos está a sólo 200 metros. Hemos cogido la carretera mala y hemos dado muchas vueltas, pero estábamos al lado».

Jaguar XJ6 de Sir William Lyons. 1968. Asientos, salpicadero. 75 aniversario Jaguar

Llegamos al lugar de la comida. Somos de los primeros a pesar de nuestra aventura de quince minutos por carreteras de parque infantil de tráfico.

Detengo el coche. Me tengo que bajar para abrirle la puerta a Sir William Lyons. Miro por el retrovisor. No lo veo, pero tiene que estar. Quiero pedirle trabajo. Quiero ser su chófer para siempre.