Leo informaciones de cuánto durará la crisis, de cómo salir de ella, de planes para empresas y del futuro del automóvil y me doy cuenta de que la humanidad en conjunto somos una Madame Bovary frenética.

Creemos que la magia existe, que somos los más guapos y a nosotros no nos puede pasar esto y soñamos siempre con lo que nos merecemos y vamos a conseguir.

Salvo rarísimas excepciones, sólo tendremos la riqueza que podamos construir con nuestras manos. Que si nos dan un préstamo, sólo podremos devolverlo con el rendimiento de nuestro trabajo y que el dinero no genera más riqueza que la que se puede conseguir cuando se invierte en empresas de producción o servicios. Las finanzas, por sí mismas, no generan nunca rendimiento.

O encontramos inversión rentable para el ahorro, o sólo podemos dar rendimientos ficticios (temporales).

Leo las ideas de los planes de rescate para la industria de EE.UU. y me da vergüenza ajena. Leo a los que hablan del futuro de coches híbridos y eléctricos y me quedo pasmado. Sueñan con que esa electricidad les alumbre un mundo mejor, como en el cuento de la cerillita. Magia, magia y remagia.

Nada por aquí, nada por allá.

Cómo se nota que quienes invierten (Warren Buffett, por ejemplo) y quienes escriben nunca han conducido ni un híbrido ni un eléctrico. Hablan de los híbridos como si fueran el invento superheterodino que nos permitirá alcanzar no sé qué grado de excelencia en el consumo de combustible y en los índices de contaminación. Y de los coches eléctricos como si volaran.

Estos coches eléctricos e híbridos parece que tienen que ser los que salven las cuentas de resultados de las empresas. Los que den rendimientos mágicos para pagar préstamos de chistera.

O nos hemos vuelto locos o hemos perdido todos la razón. No veo otra posibilidad. O nos empeñamos entre todos en ver quién dice la estupidez más grande, como si decir estupideces fuera gratis.