Escucho esta mañana en la radio que el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, se preguntaba que por qué no se abren las ventanillas de los aviones y de paso proponía, según he entendido, que se pudieran abrir.

Estoy casi seguro de que en la radio, por el tono que utilizaba, la persona que leía la noticia pensaba que a Mitt Romney se le había ido la cabeza. Y es posible que se le haya ido, pero es muy posible que no.

El desconocimiento es el estado natural del hombre. No sé si puede cuantificarse todo lo que puede ser conocido y ni siquiera sé si esa conceptualización tiene sentido. Lo que no sé es por qué motivo nos avergonzamos de no saber. Tengo la impresión de que un alto porcentaje de humanos pretendemos saber más de lo que sabemos, ocultamos lo que desconocemos y nos reímos de quienes no saben cosas. Ignoramos lo que desconocemos y menospreciamos a quien no conoce lo que nosotros sí sabemos.

Para conocer algo, la primera pregunta imprescindible es «¿por qué?». ¿Por qué no se abren las ventanillas de los aviones? Es una pregunta imprescindible. La primera vez que subí a un avión yo imaginé que las ventanillas de los aviones eran pequeñas, con doble cristal (plástico) y no se podían abrir para que no entraran los pájaros. Como en los coches entraban avispas como si fueran un misil, en los aviones podían entrar grandes pájaros y eso no podía ser. Como dice Rajoy, no sería ni sensato, ni serio ni razonable.

Mitt Romney no se debe de haber planteado la posibilidad de que se cuelen los buitres en los aviones (a ver quién los echa) y por eso no entiende que no se puedan abrir las ventanillas. ¿Qué otro motivo puede haber?

Me reconozco en la pregunta de Romney. Yo soy capaz de hacer preguntas así , con mucha frecuencia, y si algo sé es por hacerme ese tipo de preguntas continuamente. Muchas veces las publico aquí y si quieren les dejo que se rían de mí, que me parece muy saludable.

El conocimiento es un asunto complejo. En el mundo de los humanos prima el conocimiento enciclopédico, personas que presumen de conocer muchas cosas, que archivan en su memoria y que repiten. Dan valor a la historia como tal, como cúmulo de conocimientos, cuando la historia, aunque no lo parezca es irrepetible. Las situaciones son parecidas, pero nunca iguales y en entornos parecidos, lso resultados pueden ser diametralmente opuestos.

Recuerdo a un grupo de periodistas mofándose en una ocasión de las personas que en una encuesta televisiva desconocían qué era el CO2. Por lo visto, en una tele, preguntaban a ciudadanos anónimos, famosos, políticos y seres humano de todo pelo qué era el CO2.

Los que eran dignos de mofa eran los periodistas, porque para ellos era clara la respuesta: El CO2 es anhídrido carbónico. ¿Qué va a ser si no?

Hubo uno de los entrevistados que respondió «anhídrido carbónico» después de dudar, aseguraban quienes se indignaban por la incultura general y ése estaba salvado. ¿Salvado? ¿Es eso lo que sabían ellos? ¿Qué significa saber qué es el CO2?

¿Es gas o líquido a temperatura ambiente, por qué es gas o líquido, a qué temperatura cambia de estado, es tóxico, qué porcentaje de CO2 hay en el aire, cuál es su densidad, qué catalizadores nos permiten transformarlo y en qué o cómo se llega a él…? ¿Tiene límite ese conocimiento?

Saber que el CO2 es anhídrido carbónico no es saber.

El conocimiento de los demás y el propio determina la relación entre los hombres. Tantas veces he sentido el desprecio por mi desconocimiento, como si el desconocimiento fuera síntoma inequívoco de algo. ¿Qué hacen las personas con lo que conocen? ¿Cómo lo utilizan, cómo lo asocian, qué nuevas ideas generan con lo que saben? ¿Qué saben los demás que yo desconozco? ¿Por qué mi conocimiento de la escuela es más valioso que el conocimiento aprendido en un campo de labranza o acariciando un cuerpo? Hay conocimientos imprescindibles para ganar dinero en la sociedad occidental. Es hasta posible que esos sean los que menos valor tienen.

Mitt Romney tiene todo mi cariño por preguntar que por qué no pueden abrirse las ventanillas de los aviones (si es cierto que lo ha preguntado, que no lo sé, y con qué detalles). Espero, por el bien de sus votantes y de los ciudadanos de su país que, si llega a la presidencia de Estados Unidos, su idea de que puedan abrirse las ventanillas de los aviones no sea la propuesta estrella de su campaña electoral.

Desconozco por qué habrá hecho una propuesta semejante en plena campaña. No sé ni qué votos pretende ganar con esa idea ni qué problemas puede querer solucionar, pero preguntarse lo que todo el mundo da por establecido e inmutable es imprescindible para que corra el aire, no quedarse estancado y avanzar.

No conozco nada más ridículo que el miedo a hacer el ridículo.