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Llevamos meses repitiendo la misma cantinela: que los coches chinos son baratos, los europeos son caros y que, en cuanto nos despistemos, China nos pasa por encima con un BYD, un MG o un Omoda en cada semáforo. Es un relato fácil de repetir e, incluso, que puede que se cumpla.

Luego uno hace algo tan poco épico como entrar en el buscador de km77, marcar «eléctrico» y ordenar por precio. Y el guión empieza a fallar porque aparece esto:


Quitando el Invicta D2S —una especie de smart fortwo low cost —, los eléctricos más baratos del mercado llevan apellidos europeos: Citroën, Dacia y Renault. Sí, ya lo sé: el Dacia tiene ADN chino. Pero Dacia sigue siendo una marca europea (y además me estropearía este artículo si digo que el Spring es un coche chino).

A partir de aquí, y tirando de razonamiento inductivo al más puro estilo Francis Bacon (o del sentido común, que viene a ser parecido), la cuestión es inevitable:

¿Los coches europeos son más baratos que los chinos?

No hay respuesta única. Simplemente, la realidad tiene varias aristas. En estos momentos depende del segmento, del tipo de electrificación y del nivel de ambición del producto. En híbridos enchufables, por ejemplo, los chinos sí aparecen como los alumnos aventajados de la clase.

Creo que lo realmente interesante no es quién es más barato hoy, sino quién está dispuesto a sacrificar qué para serlo mañana. China compite con costes laborales bajos, una capacidad industrial descomunal, una regulación mucho más laxa y un férreo apoyo estatal. Europa, en cambio, juega la carta de su historia y su imagen de calidad, mientras intenta no perder más poder adquisitivo, se proclama campeona mundial de la salvación del planeta y convierte la legislación, las normas y las prohibiciones en su principal especialidad. Y los aranceles.

Además, tenemos un consumidor cada vez menos dispuesto a pagar por recuerdos del pasado. Porque ese es otro elefante en la habitación: el cliente ha cambiado. El español, especialmente, no es fiel a ninguna marca y las nuevas generaciones no sienten el menor respeto por un legado que no pueden tocar y que ya solo pueden conocer leyendo revistas almacenadas en trasteros, en Pieldetoro.net, en las pruebas más antiguas de km77 o escuchando las batallitas que les contamos padres y abuelos. Ellos quieren pantallas grandes, tecnología y precios razonables. Razonables o simplemente a su alcance. El romanticismo automovilístico murió hace tiempo (esto es para hablarlo en otra entrada).

Quizá Europa no deba obsesionarse con ganar la guerra del precio, sino con no perder la de la confianza. Porque competir solo a base de abaratar suele tener un efecto secundario bien conocido: la calidad empieza a adelgazar. Y cuando eso ocurre, da igual que el coche sea chino, alemán o francés. El problema ya no es el pasaporte, sino el resultado.

La buena noticia para los consumidores es que hay más competencia que nunca. Mayor competencia suele suponer mayor innovación e interés por diferenciarse. También esforzarse por tener un producto más barato que el que aparece debajo en la portada de km77, aunque esto puede derivar en la bajada de calidad ya mencionada.

Termino con una pregunta: ¿el producto chino demostrará de aquí a cinco/diez años que su fiabilidad es comparable a la del europeo, japonés, coreano o americano? Si es así, quizás sea un game over para muchas marcas. Si no lo hace, quizás quede esperanza para una industria que está intentando encontrar un nuevo rumbo para salir indemne, o sin muchos daños, de una gran tempestad.