En más de una ocasión, diversos lectores más o menos asiduos de este blog, han celebrado diversas anécdotas que he relatado de entre las muchas que, a lo largo y ancho de bastantes décadas y muchos centenares de miles de kilómetros, me han ocurrido en el desempeño de mi profesión, y me han animado a que me prodigue algo más en exponerlas en este foro. Pues bien, la de hoy, muy reciente, maldita la gracia que tiene, pero la cuento con la esperanza de que no pase de ser eso, una anécdota, y no el indicio de una situación que pudiera considerarse más o menos habitual; porque de ser así, apañados estamos. En cuanto al titular, el hecho de hacer constar en el mismo la condición de jovencito del agente de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil que protagoniza (al alimón conmigo) esta esperemos que anécdota, no la modifica en sí misma, pero sí que añade el preocupante síntoma de que algunos estilos de actuación no mueren tan fácilmente, pese a que las condiciones sociopolíticas hayan evolucionado a lo largo del tiempo. En concreto, dicho agente no había ni nacido cuando Franco murió, pero representa, evidentemente para mal, la perpetuación de un estilo de trato con el ciudadano que ni siquiera en aquellos tiempos pretéritos era representativo de la mayoría de los agentes del cuerpo; aunque sí, por desgracia, de una minoría no despreciable.

Me han puesto una multa; esto no constituye ninguna noticia, porque le ocurre a todo aquel que rueda mucho. A lo largo del mucho tiempo a que antes hice referencia, he tenido unas cuantas de aparcamiento; no muchas, ya que por suerte ni ruedo demasiado en tráfico urbano (ahora, porque sí lo hacía en los tiempos de mis pruebas para “Velocidad” y “Autopista”), ni tengo que aparcar en la calle con frecuencia, ya que siempre he dispuesto de garaje tanto en mi casa como en la redacción; ni una sola, hasta hoy, por saltarme un semáforo. Algunas más por exceso de velocidad, la mayoría en zona de limitación genérica y unas pocas en zona específica, del tipo de circunvalación despejada pero con limitación de zona urbana (cazadero muy rentable para los radares). Mi conciencia está tranquila, al margen de por mi ya bien conocida postura respecto a ciertas limitaciones, por el hecho muy significativo de que sigo vivo, de que nunca ha causado un herido (ni tan siquiera leve) ya sea peatón u ocupante de vehículo propio o extraño, y de que nunca he chocado contra otro vehículo (a la inversa, por desgracia, sí que me ha ocurrido varias veces). En contadas ocasiones me he salido de la carretera, siempre con tráfico prácticamente nulo, y casi siempre en carreteras secundarias. Creo que, dada mi profesión, es un balance bastante favorable. Así pues, lo de una multa más no constituye motivo de alarma.

Pero sí lo constituyen las circunstancias de la misma: por evidentes razones, los lectores comprenderán que a esta entrada no le acompañe ningún documento gráfico, por lo que tendrán que conformarse con un relato más o menos pormenorizado. Así que, para entrar en situación, empezaremos por reproducir el texto concreto de la denuncia: “No respetar una marca longitudinal continua, sin causa justificada. Dicha línea es rebasada al desplazarse lateralmente invadiendo parcialmente el carril destinado al sentido contrario”. De la redacción se deduce un comportamiento errático e ilógico, porque lo habitual sería hacer eso al recortar una curva o al intentar, iniciar o sobre todo rematar un adelantamiento; pero no, se reconoce que es “sin causa justificada”, y además parcialmente, sólo con las ruedas del lado izquierdo, a juicio del denunciante. No dice que era en plena línea recta, como así fue; pero no adelantemos acontecimientos. Tal y como queda redactado, no parece sino que se trata de la conducción de alguien muy distraído, o que se duerme al volante, o que conduce bajo la influencia del alcohol o de alguna droga psicotrópica o alucinógena.

Y ahora vamos con mi descripción de la situación: todo ocurrió en una recta en suave cuesta abajo tras de un cambio de rasante, alineado con la recta que nos ocupa; la línea continua comienza bastante antes del cambio de rasante (como es lógico) y se mantiene así durante toda la recta e incluso en la suave curva a derechas que le sigue, cuando la carretera entra ya en llano y en una enorme recta con plena visibilidad (en realidad la hay desde lo alto del rasante), acabando la línea continua y pasando a discontinua en cuanto se sale de la citada suave curva y empieza la gran recta. La razón de que, superado el rasante, se mantenga la línea continua, habiendo visibilidad en todo lo que alcanza la vista, es que al final de la bajada, casi coincidiendo con el inicio de la suave curva a derechas, y por el lado izquierdo (visto desde el sentido de bajada que nosotros llevamos), aparece una carretera secundaria; por el lado derecho no confluye ninguna otra carretera. Para hacer un eventual giro a izquierdas según bajamos y entrar en dicha carretera secundaria, no se gira por las buenas, ni hay carril central auxiliar para hacer en él un “Ceda el paso” o un “Stop”, sino que, al contrario, hay un corto tercer carril a la derecha, ensanchando el arcén, para hacer ahí un “Stop” y girar cuando no venga nadie en ninguno de los dos sentidos por la carretera principal, que es la que nosotros traíamos. Dicho giro, y la posibilidad de que de la carretera secundaria salga algún vehículo para tomar cualquiera de los dos sentidos de nuestra carretera principal, justifica plenamente que la línea continua se mantenga hasta salir de la curva de abajo y embocar la gran recta.

Desde lo alto del rasante hasta el inicio del tercer carril dispuesto a la derecha para luego poder girar a la izquierda hay casi exactamente 200 metros (lo he comprobado en repetidas ocasiones, tras de la denuncia); entre la longitud de dicho tercer carril, y el desarrollo de la curva a derechas, otros 200 metros hasta salir a la gran recta y que la línea continua se convierta en discontinua. Y lo ocurrido fue esto: antes de llegar al inicio de la línea continua, previo al posterior rasante, alcancé a un Renault Clio que iba a una velocidad muy conservadora (calculo que sobre 70/80 de aguja), pero al que ya desde algo más lejos advertí que no conseguiría adelantar antes de la línea continua, por lo que levanté el pie y me fui aproximando a él durante la subida al rasante. Al coronarlo estaba a una distancia más que razonable, que mantuve durante los primeros metros de la bajada, sabiendo que mi oportunidad de adelantar llegaría 400 metros más adelante, una vez superadas la bajada, el cruce y la suave curva.

Pero resulta que en el tercer carril ya estaban estacionados un coche de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil y un turismo, con cuyo conductor (no recuerdo si fuera o dentro del coche) estaban hablando los dos agentes (eso de llamarles “números” siempre me ha parecido muy feo, por más que pueda ser la denominación correcta). Pero al ver que bajaban más coches, uno de los dos dejó la conversación, se situó más o menos en la línea de puntos que separa al carril normal del de desviación, y le hizo señas al Clio para que se apartase a dicho tercer carril. Entonces, a la vista de todo ello, yo me hice la siguiente composición de lugar; que sigo suponiendo que era válida, pues nunca el agente dijo posteriormente nada en sentido contrario: como el pobre hombre del Clio no había hecho nada incorrecto en los 100 metros de línea recta en bajada, que es todo lo que nos pudo haber observado el agente, supuse que estaban haciendo una de esas comprobaciones rutinarias de pedir el carnet y los papeles del coche, y que como ya habían acabado con el coche anterior, ahora le tocaba al Clio. Su conductor frenó, y yo también pero algo menos, desviándome suavemente hacia la línea central y a la vez acortando progresivamente la distancia entre ambos, para continuar viaje en cuanto el Clio se hubiese desviado al carril auxiliar. Pero en ese momento, el agente salió al centro de mi carril, y con gesto conminatorio, me indicó que yo también me desviase a dicho carril auxiliar; así lo hice, y fin del primer acto.

Nuestro agente, el jovencito del titular de esta entrada, se aproxima y me dice: “Le voy a sancionar por haber pisado la línea continua y haber invadido el carril contrario”. No me lo podía creer, así que le pregunté: “¿Pero dónde: arriba en el rasante, bajando, o ya aquí abajo?” Parecerá chusco, pero no conseguí sacarle el lugar, más o menos aproximado, donde yo había realizado la fantasmal maniobra de, en presencia de la Guardia Civil, venir siguiendo a un coche, y echarme a la izquierda hasta el carril contrario, para luego volver al mío. Porque le pregunté, también sin obtener respuesta: “¿Acaso ha observado en algún momento que haya intentado adelantar; y para qué me iba a salir del carril en plena recta, en prohibido, con la Guardia Civil y una curva delante, si el “permitido adelantar” está en la recta siguiente, a no más de 300 metros?”

Sigo indagando y le pregunto que cuánto cree haberme visto haber invadido el carril contrario, y durante más o menos cuanta distancia, y tampoco responde. Le acepto haberme desplazado hasta la línea central, y hago constar que, en cualquier caso, no subía nadie en sentido contrario, con total visibilidad; ¿dónde estaba pues el peligro, aunque hubiese colocado mis ruedas de la izquierda justo tocando la línea durante unos metros? Le pregunto si es que estamos midiendo por las ruedas, o por lo que desborda la carrocería respecto a éstas, y tampoco contesta. La única explicación que obtuve fue: “Yo sé lo que he visto”. Le hago notar que dada su colocación en el carril auxiliar, y dado que yo venía detrás del otro coche y algo más desplazado hacia el centro (el del Clio iba bastante pegado a la derecha), el Clio no le permitía ver la posición de mis ruedas, lo cual le pone muy nervioso, al darse cuenta de que esto era así.

Comprendí que no había nada que hacer, y me resigné; pero finalmente llegó el último fuego de artificio, cuando me perdona la vida diciendo: “y dé gracias que no le denuncio por no guardar la distancia de seguridad”. Le replico que iba un tanto próximo al Clio porque mi intención era adelantar en cuanto estuviese permitido, y por otra parte, como ya me daba igual ocho que ochenta, le pregunto: “¿Podría Vd definir la distancia de seguridad?”; se quedó en blanco durante unos cuantos segundos, y cuando se repuso, y para salir del paso, me contesta: “¿me lo puede decir Vd?”. Ya te tengo, pensé para mí; porque precisamente acababa de escribir sobre ello en mi columna de “Tribuna de Automoción”, por lo que le replico: “Pues sí, sí que puedo. Según el artículo 54.1, lo único establecido es que “todo conductor que circule tras de otro vehículo deberá dejar entre ambos un espacio libre que le permita detenerse, en caso de frenado brusco, sin colisionar con él, teniendo en cuenta la velocidad y las condiciones de adherencia”.

Se quedó absolutamente cortado, y tras pensárselo un momento, dice: “¿Y eso quien lo decide?”; a lo que le respondo que “tal y como de la propia redacción se deduce, quien lo decide es, evidentemente, el conductor que va detrás, que es el que debe saber la velocidad que lleva, los frenos de los que dispone y calcular con sobrado margen la adherencia del pavimento”. Sin saber por donde salir, suelta la frase lapidaria, lo que nos retrotrae en el tiempo entre 70 y 35 años: “Pues aquí la autoridad de Tráfico soy yo, y la distancia de seguridad es la que yo juzgo adecuada”. Ya me daba todo igual, así que le respondí: “Me parece muy pretencioso por su parte pretender saberlo mejor que quien va al volante; y más en mi caso concreto, que llevo conduciendo en plan profesional desde antes que Vd naciera; para una vez que yo me equivocase, Vd lo habría hecho cien veces. Y además es muy subjetivo: según de qué humor esté Vd, una vez la parecerá que basta con 20 metros, y otra que 60”; y aquí se acabó el diálogo. Me sentía muy seguro, puesto que hay dos aspectos de la conducción imposibles de cuantificar, y por ello el Reglamento no lo hace: la llamada distancia de seguridad, y el margen para realizar la maniobra de adelantamiento cuando un tercero viene de frente; es tal la cantidad de variables a manejar que el único que puede hacerlo (bien o mal) es el propio conductor.

Pasado el calentón, me puse a repasar la situación una y otra vez, y acabé resumiéndola en un par de preguntas: ¿por qué le paró al Clio, que bajaba despacito y bien arrimado a su derecha, y porqué me paró luego a mí? A la primera pregunta ya creo haber respondido; sin duda se trataba de uno de esos controles rutinarios, que no sé si son eficaces de cara a recuperar coches robados, pero al menos sí para detectar los que no llevan el seguro en regla. Pero también sirven para justificar una labor, pues en ocasión he comprobado cómo apuntan el nombre del conductor, su número de permiso y la matrícula, y te dejan seguir sin más explicaciones. Y aquí nos encontramos con un tema bastante espinoso, pero que hoy no estoy dispuesto a obviar: el de la repercusión en el ciudadano de a pie de la situación laboral de los funcionarios en general y de los agentes de la Agrupación de Tráfico en particular. Con el funcionario de ventanilla (o mesa), ya sea municipal, autonómico o estatal, puedes tener problemas que te hagan perder mucho tiempo (y la paciencia); sólo en contadas ocasiones puede dar lugar a una sanción pecuniaria, pero suele ser por lo enrevesado del sistema, más que por culpa del propio funcionario.

Pero lo del tráfico es distinto; de entrada, existe la presunción de veracidad en lo que el agente afirma, cosa que con el funcionario civil no existe, pues trata de papeleo, y si lo llevas todo bien preparado, lo más que te pueden hacer es perder un poco más o menos de tiempo. Y en el tráfico se juzgan situaciones, como la que he relatado y otras similares, que se desarrollan en cuestión de segundos y que dependen de la observación subjetiva y más o menos acertada del agente, y de su estado de ánimo en ese instante. Pero hay más: hace no mucho hemos tenido una huelga de “bolis caídos” durante la cual sólo se denunciaban infracciones muy peligrosas, y desde luego no nos hubiesen parado ni al Clio, ni a mí, ni al otro que ya estaba antes. Y por otra parte, las propias organizaciones sindicales de los agentes denuncian (aunque sus mandos lo niegan con la boca pequeña) que hay presiones para multar más o menos según no se sabe (o sí se sabe) qué circunstancias, y que las presiones se reflejan en mejores o peores fechas para las vacaciones, días libres, etc. etc. Y el ciudadano de a pie, a expensas de todo ello, sin comerlo ni beberlo; no hay duda de que los agentes tendrán sus buenos motivos para quejarse de su situación laboral (¿y quién no?), pero la diferencia es que, en su caso, la solución de su problema pasa por creárselo a alguien que no tiene nada que ver.

En este país todavía nos queda bastante para interiorizar nuestra condición de ciudadano que paga sus impuestos (de “tax payer”, que dicen los anglosajones) y de hacerla valer ante los funcionarios. En una ocasión tuve un intercambio de opiniones con otro agente de tráfico, y como adoptó una actitud un poco brusca le recordé que una pequeñísima parte de lo que cobraba salía de lo que yo pagaba de impuestos, así que le exigía un trato un poco más cortés; como en el caso del jovencito, intentó retrucar diciendo que él también pagaba impuestos, pero le tuve que hacer notar que yo no cobraba ni un céntimo de ellos, porque la empresa que me paga es privada, y a su vez también paga impuestos, parte de ellos para su sueldo.

En cuanto a la siguiente pregunta, la de por qué me paró a mí, no he encontrado más que una respuesta: lo que le molestó fue el hecho de que, al contrario de lo que es habitual en la mayoría de los conductores, no caí en un estado de nebulosa culpabilidad al ver que paraba al Clio que me precedía, y no reducía la marcha tanto como si también me hubiese parado a mí, sino que me posicioné para continuar mi camino con la menor pérdida de tiempo posible. Es significativo que nunca dijo que yo hubiese ignorado una señal de detención, reconociendo implícitamente que en principio había sido sólo para el Clio. Es decir, que lo que estaba en el fondo era una actitud de prepotencia: ¡se ha permitido el lujo de no acomplejarse cuando yo paro a otro! Lo dicho: jovencito, pero con mentalidad de los años 40; ¡qué pena!