Señoras y señoras, amigos y amigas, queridas o queridos,

¿Qué tal están ustedes/as?

Si viven en algún territorio en fase 1, felicidades… pero extremen el cuidado. Hemos visto hoy ya ayer algunas barbaridades en determinadas ciudades que a mí (particularmente) me han puesto la piel de gallina: la policía yendo a cerrar garitos porque hay cien personas dentro; una terraza con un montón de memos/as sin mascarilla y sin respetar la distancia de seguridad. Yo qué sé, somos gilipollas.

Con ojo, coño. Con ojo.

En fin, ojalá –como digo en cada post- no pase nada, y logremos salir de esta maldita pandemia andando, y acordándonos de los que se han ido sin tener que lamentar que otros se van a ir muy pronto. Ojalá.

Hoy vuelvo a este bonito foro para demostrar mi vocación de servicio público: haciendo cosas para que ustedes no tengan que hacerlas. En esa dolorosa línea de trabajo (alguien debe hacerlo), esta semana he visto Valeria.

¿Y qué coño es eso? Me preguntarán, intrigados. Pues una especie de Sexo en Nueva York a la española. He dicho ‘especie’.

Antes de hablarles de ella, para echarnos unas risas, les sigo recomendando que miren, devoren, ataquen El último baile.

Seguramente se trate de la mejor serie documental deportiva de la historia y es tan brillante que creo que le gustaría a cualquiera, incluso aquellos/as a los que el deporte plim.

Esta semana llegaron los capítulos 7 y 8 y madre mía qué puta gozada. El único buen motivo que conozco para que llegue el lunes. Porque los lunes de pandemia son incluso peores que los lunes normales.

Y ahora, vamos al tema.

La verdad, yo tengo mis dudas sobre todas estas series que aparecen en Netflix como setas y que nadie sabe muy bien de dónde vienen ni de qué cojones sirven. Pero ahí están.

En concreto, Valeria parece que adapta una novela que ha tenido mucho éxito, pero que yo –como viejo que soy- no conocía de nada. Ahora, después de ver la serie, me alegro mucho de no saber un comino de los libros.

La tal Valeria es una escritora frustrada, que tiene un novio que es fotógrafo de bodas y bautizos, y unas amigas con alma de planta, a las que les va todo mal y que no se enteran de nada. Vaya, como la vida misma.

El problema es que la ficción no funciona así. La ficción hay que creérsela. Lo que en la vida real te parecería perfectamente, no tiene ningún sentido en un ámbito de ficción.

Así que cuando ves a estas majaderas, con la personalidad de un ficus, envueltas en contextos que no parecen naturales, que te resultan puro artificio.

Desde la eterna infelicidad de la protagonista, que no soporta a su marido, hasta la amiga que solo quiere sexo, pero en realidad no. Pasando por la lesbiana que se apunta a una asociación y a la que se enamora de un compañero de curro. No te crees una puta mierda.

Diálogos de chichinabo, guion de párvulos, ejecución sonrojante. Eso sí, todos con pisazos y superbién, porque ya se sabe que ser memo da muchos réditos en la vida.

Yo la he tenido que ver porque he tenido que escribir de ella, porque me lo han pedido.

Pero si fuera ustedes no me acercaría ni que me amenazaran con una pistola de las que dan descargas eléctricas.

Luego no digan que no les he avisado.

Abrazos grandes y cuídense mucho, amigas y amigos.

Y prudencia. Sobre todo. Prudencia.

T.G.