Por fin, mis deseos se han cumplido y ya he visto Battle LA (Invasión a la tierra, la han llamado aquí). Francamente, me he quedado bien contento.

Vale, les cuento un poco de qué va la historia para que después no me salgan ustedes/as con reclamaciones de última hora sobre lo esto, lo otro y lo de más allá: un sargento de los marines a punto de retirarse descubre –gracias a la bendita televisión, ¿qué haríamos sin ella?- que Los Ángeles está siendo invadida por malvados extraterrestres con muy malas intenciones. El hombre, que es una especie de Clint Eastwood pero en joven y sin tanta mala leche, decide coger el petate e irse allí a liarse a tiros con la comunidad alienígena. Lo que en principio podría parecer una buena idea se revela una estupidez ya que los señores que vienen de vaya-usted-a saber-donde son tecnológicamente superiores y además les va la marcha.

Así que en esa misión voluntaria (con lo bonita que es la jubilación hombre) el sargento se ve metido en un lío de mil pares de entrepiernas.

Digámoslo ya: los diálogos son delictivos y es probable que si uno encontrara al guionista (¿) por la calle le dispararía sin dudarlo para después atar el cadáver al parachoques del coche y arrastrarlo por las calles más transitadas donde la gente gritaría y jalearía.

Vale, me estoy yendo del tema.

La cuestión es que si uno acude al cine con la idea de ver una película con nudo, desenlace y esas chorradas se equivoca completamente. Ahora bien, si a uno le apetece una majadería demente y ruidosa donde es imposible oír las palomitas que se come el vecino ya que cada vez que las mastica algo explota y/o sale volando, entonces esta es “la obra” que has estado esperando.

La gracia de esta película –obvia decirlo- son los apabullantes efectos especiales. Los marcianos molan; sus maquinas molan; sus armas molan; su manera de atormentarnos para robárnoslo todo (como un político, pero del espacio) también mola. La verdad es que el trabajo de los técnicos es fantástico y no concibo otra manera de ver la película que no sea en un pantalla grande. Además es de esos filmes que pueden verse en V.O. o dobladas e incluso podría visionarse sin nada más que la banda sonora y el sonido, sin las gilipolleces de los marines, un rebaño de burros inigualable.

Tampoco hace falta decir mucho más en realidad, los que resumen la película diciendo que es una mezcla de Blackhawk Down (aquella maravilla de Ridley Scott) e Independence day (que a mí me gusta, ¿qué pasa?) tienen razón.

En suma: diversión, diversión, diversión. Matar, matar, matar.

¿Se me entiende, no?

Por cierto, nuestro querido Torrente ya va por los tropecientos millones de euros a pesar de la andanada de improperios que la crítica ha volcado en ella, y se convierte en la prueba viviente de que al pueblo llano le importa un pito lo que piense yo, el de El País, el de El Mundo o el de TVE. Amén.

Ya saben, acabo de una vez, por no repetirme: si desean ser abrumados por una infinita cantidad de acción desmadrada les recomiendo Battle LA. Si desean confirmarse como parte de una nación de amantes de la comedia garrula les recomiendo Torrente 4. La cuestión es que vayan al cine.

Abrazos/as,

T.G.