charlize

 

Señores y señoras, he vuelto otra vez.

 

Sí que debo estar poseído, porque es que lo de este mes no tiene explicación posible. Ahora mismo, yo debería estar tirado en el sofá, con una cerveza encima del respaldo, mi espalda completamente pendiente del contacto con el cuero (en realidad no tengo un sofá de cuero, pero quedaba muy bien decirlo, y yo soy muy de quedar bien).

 

Sin embargo, aquí estoy dándole a la tecla, sacrificándome por ustedes (especialmente por El que trocea los mensajes, un genio de la retórica que alegra mis días con su mala hostia. Gracias, amigo. En serio), esperando que algún día, cuando por un malentendido me encarcelen en Tailandia hagan una gran campaña en redes sociales y por fin sea Trending Topic, que no sirve de nada pero queda muy bien en el currículum.

 

Nada, no hace falta que me abracen ni nada, sé que me adoran y con eso es más que suficiente.

 

Hoy hablaremos de una comedia de la que un servidor esperaba muchísimas cosas pero que resulto ser una severa decepción. En unos días hablaré de Open Windows, de Nacho Vigalondo, que es una propuesta francamente atrevida y… no, nos perdamos, vayamos a la comedia.

 

Pero antes, unas palabras de Ocho apellidos vascos, que alguno de ustedes me había pedido con fruición.

 

A mí la película sólo me hace reír un par de veces (y esa es la cruel verdad), una de ellas la del autobús entrando en territorio vasco. El resto de chistes/gags me parecen baratos y el filme –en líneas generales- me aburre: la dirección es rupestre y el protagonista, Dani Rovira, es un actor malo (no horroroso, simplemente malo). No entiendo muy bien cuál ha sido el motivo de su éxito abrumador (creo ni siquiera sus productores sabrían explicarlo) pero –desde luego- no ha sido porque sea la mejor peli española de la historia.

 

Se me ocurren razones antropológicas o socio-políticas, relacionadas con aquello tan español de los chistes de vascos y nuestra necesidad de seguir perpetuando los tópicos, pero por si solas tampoco serían suficientes para justificar los 60 millones de euros que ha ganado la película.

 

No sé yo, señores/as. Si alguno de ustedes tiene alguna explicación soy todo oídos.

 

Y ahora vamos a otra comedia que ni fu, ni fa, pero que en este caso ni ha arrasado, ni ha merecido parabienes críticos, ni nada de nada. Eso sí, encabezando el reparto tenemos a un actor que es igual de inerte que Dani Rovira, aunque muchísimo más inteligente.

 

El actor se llama Seth McFarlane y es el creador de la magnífica Padre de familia, esa serie de animación afilada y faltona que nos alegra las tardes de domingo (bueno a mí, que me la grabo y la veo en ese momento. Su película se llama Mil maneras de morder el polvo (una traducción libre de A milion ways to die in the west) y es una especie de western en clave de comedia que –como he dicho antes- prometía mucho.

 

¿Problemas? Igual tienen ustedes en mente (al menos los más cinéfilos) el clásico de Mel Brooks Sillas de montar calientes. Era un western paródico maravilloso con algunos gags memorables (ese sheriff negro llegando al pueblo) y que funcionaba como un reloj. Mil maneras de morder el polvo sigue el mismo esquema de acumulación de gags pero el problema es que éstos no funcionan. Los que funcionan se liquidan en un plis-plas y los que no funcionan se alargan ad infinitum.

 

Además, lo que es peor, el actor principal (el propio Seth McFarlane) es horroroso. No malo, sino horroroso.

De la misma forma que tiene un gran talento como guionista, sus habilidades como intérprete son nulas. Además, se abusa de los chistes de caca-culo-pedo-pis y de un metraje inacabable (dos horas de agonía) que no aligeran ni un par de gags absolutamente asombrosos. Uno de ellos tan, tan bueno, que dan ganas de olvidar lo aburrida que es el resto de la película.

 

Con cuarenta minutos menos, y con un actor carismático al frente, la cosa sería distinta. Claro, cuando sale Liam Neeson haciendo de malo se lo come con patatas. No hablemos de Charlize Theron, que le da mil patadas y subraya la dolorosa distancia entre el actor amateur y la actriz profesional.

 

Y ya, créanme que yo quería reírme, lo necesitaba de hecho.

 

Pero no. A joderse tocan.

 

Abrazos/as,

T.G.