Perdonen mi ausencia, parezco uno de esos amantes que se pierden en la memoria y luego vuelven y quieren echar un buen polvo.

Lo sé, es una metáfora dura para empezar pero espero que me la permitan (si no me la permiten peor para ustedes/as, yo ya la he escrito).

Acabo de volver de una pequeña ciudad situada en la República Checa, a una hora y media de Praga. He dicho ciudad pero debería decir pueblo. Bueno, he dicho pueblo pero debería decir pueblucho.
Me alojaron en un hotel de cuatro estrellas que aquí no pasaría de ser la pensión Conchi. Para que se hagan una idea, para ir a mi habitación, la 421, debía subir con el ascensor al quinto, desde ahí bajar un piso (o semi-piso) y caminar unos 10 minutos hasta llegar a mis aposentos. Aquello parecía una versión checa de Cómo ser John Malkovich, pero –eso sí- no tenía que caminar agachado por el piso 4 ½.

Luego alguien me contó que el problema es que el hotel lo componen dos edificios distintos y claro, se impone el rollo laberíntico. Además mi zulo no tenía cortinas (muy caras supongo, o los transportistas se perdieron y no fueron capaces de llegar al piso 4 ½, habrá que ordenar una investigación) y a las cinco de la mañana aquello parecía el desierto del Sahara. Ah, y que no se me olvide: la mujer de la limpieza pasaba a las siete y media de la mañana. Llamaba a la puerta al estilo Godzilla (da igual que estuviese puesto el cartelito de “no molestar”) y decía que o le abría la puerta para limpiar o ya esperaba al día siguiente, que ella tenía un horario que cumplir. Al tercer día de puñetazos en la puerta a las 7.30 hora española comprendí que aquello no era una broma. No tuve más remedio que tener una conversación con el director del hotel en cuestión, una especie de Torrebruno checo, que me prometió arreglar el tema. Al día siguiente Godzilla apareció a las 8.30. Una mejora notable, si señor.

Para que se hagan una idea de cómo era el pueblucho en cuestión: allí aún no saben que Michael Jackson ha muerto. Creo que sospechan algo, pero están en ese periodo de negación en el que puede que pasen mucho tiempo. Después de oír por vigésimo-séptima vez Billy Jean juré que la próxima vez que vuelva por allí me llevaré mi lanzallamas y el tanque.

Les cuento todo esto porque al menos, en ese mar de señores y señoras que no hablan ni su propio idioma y que se comunican entre ellos a base de “mm-hm” y “aha”, pude ver Tree of life, la descomunal obra maestra de Terence Malick. Ahora no estaría bien que les destripara la película porque faltan más de dos meses para que se estrene en España pero déjenme decirles algo: escojan la pantalla más grande que puedan encontrar (hay poquísimo diálogo así que no se preocupen si no pueden verla en V.O.) en la sesión más tranquila a la que puedan acceder. Relájense, borren todas las porquerías que tengan en la cabeza y prepárense para ver una de las obras más brutalmente bellas que se hayan visto jamás en una sala oscura. Les contaré más la semana antes del estreno pero sabiendo que Tree of life contiene la más preciosa de las narraciones sobre la infancia y la adolescencia que un servidor ha tenido el gusto de ver en su vida debería ser suficiente.

También he visto Blackthorn, el precioso western crepuscular (como odio esa palabreja) de Mateo Gil, que es un film cojonudo que –como no- se ha estrellado en taquilla (luego dirán que la culpa no es del público, que el cine español no ofrece lo que le piden… ya verán cuanto recauda Fuga de cerebros 2). No sé si lo habrán visto pero deberían, porque sale Sam Shepard, que es uno de los grandes. Vale, también sale Eduardo Noriega, uno de los peores actores del universo conocido, pero al menos no molesta. Ya es mucho, créanme.

Si les apetece pueden ustedes acercarse a ver Transformers 3, que es más de lo mismo, mucho mejor que la segunda entrega, que es como decir que Pol Pot era mejor tipo que Hitler.
No soy fan de Harry Potter así que no he visto la última (ni la penúltima, ni la antepenúltima… de hecho intenté ver la primera y aguanté media horita porque aquel día estaba especialmente paciente) pero seguro que a los fans de la saga les parecerá la bomba. Allá ellos.

Bueno, he vuelto, y ya que estaré por aquí estos días les prometo molestar más que de costumbre.

Por cierto, acabo de ver al legendario emperador de estos dominios, Javier Moltó, mencionado en la sección de la defensora del lector de El País. La señora en cuestión no es de mi agrado pero siempre es bueno ver al señor Moltó en un periódico nacional.

Abrazos/as,

T.G.