Amigos y amigas,

Qué tal todo?

Espero que estén a sano y salvo, porque no merecen menos si están aquí leyendo este humilde blog.

Esta semana me las prometía yo muy felices viendo la cartelera. Por un lado, estrenaban la última película de Kenneth Brannagh, Belfast; por otro, la nueva película de Paco Plaza: La abuela.

Así que, coño, el optimismo me poseía.

Belfast llegaba con críticas que la tildaban de obra maestra y La abuela, tres cuartos de lo mismo.

Pues no. Me ha pasado como con Spiderman. Había tal entusiasmo previo que al final me he llevado un enorme disgusto. Creo que he sido el único que se lo ha llevado, porque todos/as están entusiasmados con la peli, pero contento no quedé.

Con la de Kenneth Brannagh he sufrido el síndrome Roma. Me parecía estar viendo un calco de la peli de Cuarón, pero en otro sitio, con un blanco y negro menos orgánico y con un tono más autoconsciente. Esto último es la cosa que me inquieta/molesta más.

Belfast es la historia de la infancia del propio Brannagh con el conflicto entre católicos y protestantes como telón de fondo, en una zona del planeta perpetuamente tensionada. Un relato de esos que los anglosajones llaman ‘coming of age’, de cuando alguien pasa de la adolescencia a la juventud o de la juventud a la edad adulta. No me pregunten exactamente en qué momento se produce eso de pasar de una etapa a otra, porque ni idea. A mí que me registren.

La cuestión es que la vi con ilusión y acabé ligeramente cabreado: no se puede planificar cada escena como si quisieras ganar un premio con ella. Llegados a cierto punto, la cosa empieza a parecer una broma de mal gusto. Y sí, el reparto es cojonudo, y sí, Brannagh dirige muy bien. Y sí, la banda sonora (de Van Morrison) es maravillosa. Pero mirando el conjunto, parece un rompecabezas diseñado para que le den unos cuantos Oscar.

O al menos, esa es mi impresión.

La otra es La abuela.

Guión de ese señor intenso llamado Carlos Vermut, de la mano de un director cada vez mejor: Paco Plaza.

La última vez que Plaza se acercó al género, se sacó de la chistera la mejor película de terror de la historia del cine español: Verónica.

No recuerdo la última vez que pasé tanto miedo con algo, excepto cada vez que me llega una de esas cartas con recuadro negro de hacienda que te entrega un cartero con cara de sentirlo mucho.

Después hizo A quien hierro mata, que me pareció una memez de gran calado con un núcleo narrativo de ciencia-ficción. No me creí nada, en ningún momento. Eso sí, como comedia no me pareció mal.

Con La abuela me pasa que no me interesa todo ese subtexto sobre la vejez y el enfrentamiento inter-generacional y demás. Cada vez me interesan menos las analogías, las hipérboles y las metáforas. No sé si es que me hago mayor o más simple. Puede que las dos cosas.

La atmósfera está muy bien, y el terror psicológico y demás. Pero esta contemplación de la vida con sus múltiples lecturas, me aburre sobremanera. Yo no uso el terror para reflexionar sobre la existencia (si se da, bienvenido sea, pero no es mi objetivo prioritario), y eso de la complejidad sobrevenida me ha parecido siempre una forma de impostura.

Total: ni miedo, ni angustia, ni nada.

Siento no tener mejores noticias. También es muy posible que vayan a ver las dos películas y les parezcan maravillosas. Si es así, siéntanse libres de insultarme.

Sin mayúsculas.

Abrazos,

T.G.