Queridos y queridas,

Han pasado solo unos días y vuelvo a la carga.

No sufran: será indoloro.

Hace mucho frío en Barcelona y estoy en casa calentito, con mi perro en el sofá, así que disfruto de unos momentos de calma chicha, apurando este final de domingo.

Aún no ha llegado la navidad, pero a juzgar por la turra que dan por todas partes, como si ya estuviera aquí.

Al final, acabarán poniendo las luces en febrero.

Pero no he venido a hablarles de la maldita navidad (que siempre me produce sentimientos contrapuestos), sino de del estreno de la semana, del mes y -probablemente- del año: Get back.

Ojo, no soy yo un gran fan de los Beatles. Siempre fui más de los Stones, pero tampoco demasiado.

Mi obsesión es Van Morrison, aunque sería para hablarlo con calma y en otro momento.

Get back es la serie documental sobre los Beatles que primero iba a ser una película y que acabó convirtiéndose en algo bastante más ambicioso, no sé si gracias a la pandemia, pero seguro que con su colaboración.

La ha dirigido Peter Jackson (el tipo de El señor de los anillos) y es un trabajo impecable, en algunos momentos casi milagroso, que tiene trazas de ganchillo porque se basa en una espléndida labor artesanal.

La cosa ha consistido en retozar durante cuatro años en 200 horas de audio e imagen, restaurar todo lo restaurable y montarlo sin voz en off, de forma extremadamente sutil.

El gran mérito de Get back, que iba a ser el título del disco (que finalmente titularon Let it be), es su capacidad para generar en cada espectador una narrativa propia. Esa narrativa la determina la mirada que uno tenga sobre lo que ve. Y ahí es donde esta docuserie triunfa sin matices.

Ya cuando la cosa arranca, con George Harrison sentado al lado de Ringo Starr y frente a Paul McCartney, mientras que John Lennon se sienta al lado de Yoko Ono, pegados el uno al otro, el espectador siente que está ante una oportunidad única de comprobar si todas aquellas leyendas urbanas que circulaban sobre el final de los Beatles, eran solo eso: leyendas urbanas.

A partir de ahí: música, discusiones, más música, más discusiones, celos, mala hostia, más música y la posibilidad de asistir en tiempo (casi) real a la desintegración del grupo más famoso de la historia, sin ningún tipo de duda. Por el camino, la inmensa química entre McCartney y Lennon, el talento de Harrison y la calma casi budista de Harrison, empeñado en no tenérselas con nadie, afrontando cada problema con esa cadencia del que ya se las sabe todas.

Y encima, una restauración de imagen y sonido tan gloriosa, que cuesta creérsela. Es tan absolutamente brillante, tan orgánica y certera, que es lo que faltaba para sentirse allí, en los 60, con los cuatro de Liverpool (y unos cuantos colegas más), dándose al fumeteo y al bebercio, tratando de decidir si van a dar o no su último concierto.

El remate final, que no es spoiler porque se sabe desde hace 50 años, es el propio concierto.

Supongo que para esto existen las plataformas, que ese es su propósito real: poder dar cabida a este tipo de proyectos descomunales, que de otra manera nunca verían la luz o lo harían en versiones comprimidas que nada tienen que ver con la idea original.

En fin, oigan, que la tienen en Disney + y que yo iría corriendo a verla.

En serio, coño.

T.G.