Señores/as, debo confesar que les mentí. Prometí hablar de Drive Angry3D pero mi psiquiatra me lo ha prohibido.
Además, ya había escrito algo sobre Nicolas Cage no hace mucho preguntándome como un tipo que parece un espárrago (sin ofender a esa noble verdura) y que necesita un baúl para llevar las pelucas sigue teniendo trabajo cuando lo que más apetece es sentarse en el porche con una cervecita bien fría y esperar a que pase corriendo (o caminando) envuelto en llamas y gritando como una cheerleader en la final de la SuperBowl.

No encontré respuesta a ese gran enigma, comparable al 15M y la conspiración judeo-masónica-perroflautica o al Triángulo de las Bermudas de Ferraz. De todas formas recordé que he entrevistado en dos ocasiones al amigo Nic. No recuerdo la película de la que se trataba en la primera ocasión pero recuerdo que me miraba como si quisiera meterme un alambre por la oreja y sacarme el hipotálamo por la nariz. Fue muy inquietante y debo reconocer que agradecí no morir aquella tarde. Su pelo era inquietante, como una fotografía del Amazonas desde al aire pero como si los indígenas estuvieran todo el rato moviendo los árboles de sitio para despistar.

La segunda vez fue por aquella maravillosa película (esta vez no va con segundas) llamada Adaptation. No recuerdo el título en español y me importa dos pitos. Recuerdo que esa vez Nic llegó acompañado del director del filme Spike Jonze. Aquel día, en Berlín, el actor llevaba unas botas de esas que te pondrías para ir a una misa negra, una chaqueta para la que habían despellejado a unos 165 cocodrilos y unos pantalones de cuero que debían haber pertenecido al cantante de los Scorpions. Seguía teniendo esa mirada de “cuando salga de aquí cogeré un taxi, me iré directo a tu casa y castraré a tu perro a mordiscos”. Soltó un par de “sí” y un par de “no” y cuando se fue a seguir adorando a Satán todos nos quedamos mucho más tranquilos.

Y como diría Forrest Gump: “esto es todo lo que tengo que decir sobre este asunto”.

Y ahora vamos al tema de hoy: The beaver. En España la deben haber titulado El castor.

Protagonizada por el famoso borracho y agresor antisemita Mel Gibson, la película la dirige Jodie Foster y, quién lo diría, es magnífica.

No quiero repetirme pero ya dije una vez que Mel Gibson (hostias aparte) es un actor magnífico, con una sensibilidad especial para el tipo de personaje crepuscular que tanto gusta a los de mi generación y capaz de generar grandes dosis de empatía con el público.
Obviamente sus arranques de rabia pre-adolescente, su afición a los vapores etílicos y una mano demasiada larga han acabado por mandar su carrera al mismo sitio que las finanzas de Nic Cage: a la mierda.

Foster, muy amiga de Gibson, ha decidido darle una última oportunidad pero tengo la impresión de que ni siquiera dándole el papel protagonista en Avatar 2 conseguirían reflotar a este Titanic que cometió la proeza de hundirse a sí mismo en un par de semanas y dos veces consecutivas en menos de un lustro.

El castor cuenta la historia de un hombre con una depresión de caballo que se ve imposibilitado –de golpe y porrazo- para emitir respuestas emocionales. La solución para sus problemas parece venir de mano de un muñeco de peluche a través del cual el personaje de Gibson volverá a la cordura.

Sí, es raro. De cojones.

Sin embargo Foster, una directora excelente, consigue que nos traguemos el anzuelo y hasta la caña de pescar y maneja a la perfección el delicadísimo balance que demanda una película así, donde comedia y drama deben coincidir pero no darse de tortas.
La realizadora también es la coprotagonista y se nota que ella y Gibson se llevan de fábula.

Es una propuesta adulta, con un punto surrealista y en la que hay que entrar con pies de plomo. Puede que les guste o puede que no, pero yo la he disfrutado.

Buen fin de semana, cuídense ustedes/as,

T.G.