Los miércoles voy a clases de teatro. Toda la vida me ha fascinado el teatro, incluso los días que me he quedado dormido en la butaca mientras la representación resonaba lejos de mis oídos. He visto grandes obras y echo mucho de menos a Eduardo Haro Tecglen con cuyas opiniones sintonizaba tanto mi capacidad para entender las obras. Me fiaba de Haro Tecglen igual que me fio de algún otro crítico, de teatro, de cine o de lo que sea. En ocasiones discrepaba de Haro Tecglen, sólo faltaba, pero nunca me defraudaba su lectura, su visión o su crítica. Hoy no he venido a escribir de teatro, sino de coches, pero una escena del diálogo que estamos ensayando ha venido a mi mente cuando me he puesto delante del teclado. Dice así:

Sibila.- Ahora me siento triste. ¿Es eso normal?
Alan.- Ha estado sometida a una dosis especialmente intensa de nostalgia.

Quizá me he acordado porque ayer, a la salida de la clase de teatro, recordamos, recordé yo, porque el resto de alumnos son mucho más jóvenes (qué grandes sois y tú también, profe), recordé, decía, cuando iba sentado en el asiento de atrás del coche de mi padre, muchas veces de pie mirando todo lo que se movía alrededor, que en la luna trasera de algunos Renault 8 y 10 ponía en letras mayúsculas «ATENCIÓN: FRENOS DE DISCO».

Semáforos y trolebús

No recuerdo que edad tendría yo. Para verlo tendría que levantarme e ir a mirar la enciclopedia o buscar por internet. Pero, como decía Umbral en estos casos, no me voy a levantar. Hará más o menos 50 años. Alguno más, quizá. Aquel cartel, que pretendidamente era un aviso para los coches que circulaban por detrás, en realidad era un reclamo publicitario para que lo leyeras parado en los semáforos. En aquella época ya había muchos semáforos en la ciudad en la que yo vivía. Mi padre decía que ponían semáforos para gastar dinero, porque si no gastas no puedes desviarlo. Qué poco han cambiado algunas cosas. Y cuánto han cambiado los coches.

En la Tarragona en la que crecí, tras el aterrizaje desde mi Tenerife natal, estaba el cielo de la ciudad enmarañado de cables para los trolebuses. Me asustaban los chispazos como rayos en una noche de tormenta que se producían entre la catenaria y la pértiga que llevaba la corriente hasta el motor eléctrico de aquellos trolebuses. No sé si llegué a montar en alguno. Se me confunden los recuerdos. Es posible que no llegara a montar en ninguno. Y sin embargo recuerdo su interior perfectamente, con todas las paredes de color metálico y el suelo y los asientos de madera. Quizá los haya solo imaginado por dentro.

Seat Toledo eléctrico. 1992

Los trolebuses no iban por vías, como los tranvías, pero sí eran movidos por electricidad. El coche eléctrico, incluso de baterías, es muy antiguo. Si no subí a ninguno, perdí la oportunidad de subir por primera vez a un automóvil eléctrico. Perdí la oportunidad de ser un pionero, en la década de los 60 del siglo XX. De hecho, hasta 1992 no subí, o no volví a subir, a un coche eléctrico, cuando conduje el prototipo que fabricó SEAT para seguir la maratón de las olimpiadas de Barcelona. Hubiera entregado todo mi patrimonio para ser el conductor de aquel SEAT Toledo eléctrico durante la maratón. Supongo que en aquella época ni se me ocurrió proponérselo a SEAT. ¿Quién lo conduciría? Voy a intentar enterarme. ¿Sufriría por la autonomía? ¿Iría rezando para que el ritmo de la carrera no fuera trepidante?

En este paseo por el siglo pasado, regreso a aquel cartel en el que ponía «ATENCIÓN: FRENOS DE DISCO». No era un cartel de aviso para que el coche que circulaba por detrás estuviera alerta y frenara antes. De hecho, si podías leer el cartel es que estabas demasiado cerca. Parado en un semáforo no era arriesgado, pero a cualquier otra velocidad sí podía entrañar riesgo.

Potencia de frenado

Qué maravilloso hubiera sido, en aquella época de coches de tracción delantera y de tracción trasera, todos de gasolina, con motor delante o detrás y con frenos de tambor en dos o cuatro ruedas, tener los aparatos de medición que tenemos ahora. Porque es verdad que los frenos de tambor resisten mucho peor el uso intensivo de los frenos, porque no pueden evacuar el calor y a la tercera frenada seguida en una bajada de puerto de montaña hervía el líquido de frenos o se calentaban mucho las zapatas, cuando el líquido era de buena calidad y estaba en buen estado, y los coches dejaban de frenar. Pero, en una frenada brusca con los frenos fríos, ¿frenaban los frenos de tambor mucho menos que los de disco? No sé la respuesta, lo que sí sé es que con cuatro frenos de tambor las cuatro ruedas bloqueban con facilidad. Lo sé por experiencia repetida, por lo que la potencia de frenada no era reducida, al menos para aquellos neumáticos de madera que llevaba el SEAT 850 con el que aprendí a conducir mucho antes de la edad reglamentaria.

Me río de lo que decimos ahora del tacto del pedal de freno en los coches eléctricos. Yo también lo digo, porque es verdad, porque es un tacto fastidioso. ¿Pero cuál es el problema? ¿Frena el coche, sí o no? Lo bonito era bajar un puerto de montaña y tener que ir bombeando sobre el pedal del freno para incrementar la presión sobre las burbujas de aire y que redujeran de tamaño para que en algun momento, cuando llegara la siguiente curva, conseguir algo de respuesta de frenada. Y, si no, recurrir al freno de mano antes de la curva. (Continuará)