Equivocarse es imprescindible. La mayor equivocación es (pretender) no equivocarse nunca. El pensamiento científico funciona mediante prueba y error. Equivocarse permite descartar caminos de investigación. En una empresa, el riesgo es imprescindible y por lo tanto equivocarse es consustancial a la actividad empresarial. Quien pretende no equivocarse nunca, se equivoca siempre. No cambiar nada, no pensar en nuevas propuestas, conservar los métodos ancestrales porque siempre han funcionado, es la mejor forma de fracasar. Probar, equivocarse, estar pendiente de los posibles errores, rectificar, cambiar de opinión prácticamente cada día en función de los resultados es un principio ineludible para no ahogarse en un entorno en el que muchos ciudadanos de muchos países piensan todos a la vez cómo mejorar y cómo ser más competitivos.

A mi juicio, la decisión del gobierno de reducir el límite máximo de velocidad de 120 a 110 km/h es un error de concepto, que son mucho más graves que los errores tácticos. Los errores de concepto dirigen continuamente las investigaciones por caminos equivocados.

He explicado mi punto de vista muchas veces. Tenemos que conseguir una economía más competitiva, no una economía más protegida y conservadora. Reducir la velocidad en autopistas es como un arancel, una medida pacata, miedosa. Explico mis motivos con detalle en este artículo.

Sin embargo, también estoy de acuerdo con la necesidad de reducir la dependencia de España del petróleo. Esa necesidad de reducir la dependencia del petróleo la defiendo desde hace varios años afirmando que, en España, los impuestos sobre los combustibles son muy bajos.  Para tener una economía competitiva necesitamos hacer un buen uso de la energía, no despilfarrarla y para ello es necesario valorarla mediante impuestos. En los países de nuestro entorno, las gasolinas son más caras que en España. (Escribí sobre los impuestos de los combustibles hace tiempo en este blog, pero no lo encuentro).

En España habría que subir sustancialmente los impuestos sobre los combustibles derivados del petróleo, de forma progresiva, pero ahora no es el momento de hacerlo. Teníamos que haber empezado a subirlos en 2001, más o menos, cuando Rodrigo Rato, entonces en el gobierno, se quejaba de que el Banco Central Europeo bajaba el precio del dinero.

A mí me parece que hay medidas más eficientes para nuestra economía que reducir el límite de la velocidad. Aun así, los gobiernos tienen que correr riesgos en intentar solucionar los problemas, aunque puedan equivocarse.

Las equivocaciones, en el caso de que lo sean, sirven para aprender. Para ello, debemos medir bien los resultados. Espero que el gobierno no mida únicamente la deseada reducción de la factura del petróleo. Que mida también la reducción o incremento de accidentes en autovías y autopistas y el tiempo perdido por los españoles.

Lo peor de este asunto es que el aspecto quizá más importante resulta muy difícil de medir. ¿Cuánto mejorará o empeorará la competitividad de la economía española por esta medida? Tenemos que poner especial atención para analizar bien los resultados globales de la medida.