Señoras y señores,

 

Hoy he visto Solo.

 

Esta semana ha vuelto a pasar de todo en este país, la mayoría malo. Así somos.

Bueno, para ser justos, así es en casa país a lo largo y ancho del globo terráqueo. Lo que pasa es que eso de jugar a la pobreza comparativa me enerva. Yo vivo aquí, me preocupa lo de aquí.

 

En fin, que cada vez que oigo a un político hablar de ‘el pueblo’ me dan ganas de meter la cara en un barril de ácido. Por fortuna, no tengo ni barril, ni acido.

 

Dicho esto, hablemos de temas importantes: ¿Qué tal está Solo? (Les/las imagino maldiciéndome, esperando que deje mis soliloquios para centrarme en lo importante).

 

Pues sí, está bastante cojonuda Solo.

 

Siempre he creído que en esta vida todo se mide por las expectativas: a mayor expectativa, mayor es la caída. Esto me lo acabo de inventar, pero suena a refrán del s.XVIII y les doy permiso para utilizarlo sin tener que abonarme ninguna clase de royalties. Soy así de generoso.

 

A lo que iba: si creen ustedes que van a ir a ver una obra maestra que va a cambiarles la vida, no se les ocurra acercarse al cine. En cambio, si pretenden pasar dos horas extremadamente entretenidas, van a pasárselo pipa.

 

Solo arranca con el contrabandista más famoso de la galaxia tratando de sobrevivir en su planeta natal, enamorado de una mujer tan pobre como él. Soñando con escapar. Obviamente, lo consigue. Eso sí, el precio a pagar es muy alto. Lo que Han Solo no sabe (muy bien resuelto el tema del nombre, como el de casi todos los enigmas del personaje a lo largo de la película) es que escapar de allí va a conllevarle programas bastante más gordos que haberse quedado en el maldito planeta cloaca.

 

Hay una cosa que me gusta mucho de Solo y es ese look (casi) ochentero del que disfruta la película, evitando un montón de efectos especiales por ordenador y tentando a la suerte con la construcción de un montón de gigantescos sets, naves de verdad (no que vuelen, ya me entienden) y una tonelada de sets de acción que harían sonreír a John Frankenheimer, William Friedkin o al Brian de Palma de Misión imposible. La película dimite desde el minuto uno de la intención de plantear la aventura en términos épicos y por eso mismo es imposible verla sin sonreír. Sin ser víctima de la nostalgia.

 

El protagonista funciona a la perfección, a pesar de haber sido objeto de especulaciones durante meses. El tipo se llama Alden Ehrenreich (lo siento, se llama así, no lo he inventado yo) y es un canalla encantador; su cómplice es Joonas Suotomo, que interpreta a Chewbacca. La primera escena entre ambos es jodidamente memorable, una de las mejores de la película, y marca el momento en el que la película conecta auténticamente con el espectador. Después hasta tienen una escena en la ducha… y no diré nada más.

 

Las otras grandes bazas de la película son Lando, interpretado por un despampanante Donald Glover (qué carisma tiene el muy cabronazo) y –sobre todo- el androide L3. Una criatura de metal y cables, que predica la revolución y que es un auténtico descojone de principio a fin. Le pone voz una de las grandes comediantas del momento, una tipa descomunal llamada Phoebe Waller-Bridges (miren Fleabag, su maravillosa serie), que demuestra que a veces es suficiente con buen diálogo y la intención suficiente para crear un personaje relevante.

 

Además, el malo es notable (Paul Bettany); Woody Harrelson está igual de bien que siempre y el cameo del malo del final es de esos que gustan a los fans.

 

Concluyendo: muy bien.

 

Vayan.

 

Adiós.

T.G.