Amigos y amigas,

¿Qué tal van?

El otro día vi las imágenes de la concentración de la magufada en Colón y me pareció una combinación inquietante entre comedia y película de terror. Estoy seguro que toda esa peña tiene la densidad neuronal de un gusano de seda (con todo mi respeto para los gusanos de seda), pero me fascina su capacidad para conseguir hilar toda esa teoría de la conspiración con chips, vacunas, Soros, virus inventados y control gubernamental. Luego ves a los neonazis manifestándose en Berlin por ‘la libertad’ y ya te da un poco la risa floja.

En fin.

He visto hoy dos cosas que me han dado ganas de arrancar la tele de la pared y tirarla por el balcón.

La primera es una peli de Bruce Willis (ni siquiera les voy a dar el título, fíjese si me importan ustedes), en la que Willis sale al principio y al final. Me imagino al tipo firmando el contrato y especificando que solo podía rodar diez minutos el lunes y cinco el martes. Transcurre toda ella en un hospital, en el que una paciente es perseguida por dos policías corruptos que quieren asesinarla porque ha sido testigo de algo incómodo. Los tipos que interpretan a los dos policías son -probablemente- dos de los peores actores de la historia del cine, la dirección es hilarante, el guion es peor que la dirección y la fotografía es inexplicable: en el hospital hay más humo que en un fumadero de opio.

Está en Amazon. Es fácil de encontrar, pero luego no vengan a pedirme explicaciones.

Terrible. Dura hora y media y he perdido dos años de mi vida en una tarde.

La otra se llama Proyecto Powers (o algo así, tampoco importa mucho) y va de un mundo en la que aparece una droga en forma de pastilla que otorga al consumidor súperpoderes durante un rato.

Y ya está: salen un par de buenos actores, pero hay tal desgana en el conjunto que ya se ve de entrada, que aquello no va a ninguna parte. Eso sí: se han gastado la pasta en efectos especiales. Mucha. Al menos eso.

Hay una trama de policías y malos y muchas explosiones, pero me aburrí de forma soberana.

No sé si soy yo o es que no dejan de estrenar porquerías.

Por suerte para mi salud mental, esta misma semana llegó a Netflix una de las mejores películas de terror de la historia y una de mis pelis favoritas de todos los tiempos: La semilla del diablo.

Obra maestra de Roman Polansky, obra maestra de Mia Farrow, obra maestra de John Cassavetes: una puta obra maestra.

Si no la han visto, dejen de leer inmediatamente. Ya no tienen excusa: está en Netflix.

Si la han visto, y tienen ustedes un mínimo de gusto, no les importará leer que es difícil que una película sea tan redonda, tan extremadamente inquietante, tan perturbadora utilizando elementos -a priori- tan comunes: una pareja de viejos, un actor de medio pelo, una pobre chica que solo quiere ser feliz.

Si algún día quisiera enseñarle a alguien el significado (en códigos cinematográficos) de la palabra ‘atmósfera’, les enseñaría esta peli.

Además, uno de los finales más desasosegantes que jamás se han parido en el séptimo arte.

Bestial.

Pueden arriesgarse con la de Bruce Willis que no es de Bruce Willis o con la de los súperpoderes que he comentado. O pueden repasar esta obra maestra.

Lo dejo en sus manos.

Y por el amor de Dios, pónganse la maldita mascarilla.

Besos,

T.G.