Amigos y amigas,

¿Qué tal están?

Ya saben que andamos reguleros de salud, más mal que bien.

No veo las noticias porque tengo todos los canales desintonizados, pero -inevitablemente- todo se cuela por las rendijas de las redes sociales y las conversaciones de supermercado y eso no hay forma de evitarlo.

Solo por ese motivo percibo que estamos yendo otra vez a la misma piscina de fango de la que creíamos haber salidol, solo para entender que seguimos allí.

En fin, solo queda orar y ponernos en manos del azar, visto que la política no llega donde debería y la ciencia aún no ha podido solucionar el problema (los milagros no existen).

Pero hablemos de lo importante.

El lunes voy a ver Tenet.

Es la peli más esperada del año, aquella de la que cuelgan muchas de las esperanzas de los distribuidores. Si la peli de Christopher Nolan no consigue arrastrar riadas de seres humanos al cine, estamos bien jodidos.

Yo tengo más ganas de verla por las ganas de volver al cine, que por la propia película.

Lo que me llama la atención es la cantidad de haters que tiene Nolan. Nunca he entendido muy bien por qué, pero ahí están. Creo que ya le odiaron con Memento, siguieron odiándole por Origen y ya con la trilogía de Batman ni te cuento. Supongo que la frialdad de su cine y esa patina de complejidad que acompaña a sus producciones debe cabrear a los que creen que el cine es otra cosa, que no necesita tanto artificio, tanto subterfugio.

Para un servidor, Nolan es un animal.

Me encanta Memento, me gusta mucho Origen, me chifla The prestige (para mí su mejor película junto con El caballero oscuro), me fascina la trilogía de Batman, me gustan mucho tanto Interstellar como Dunkerque. Y -por supuesto- me muero de ganas de ver Tenet.

Se sabe bien poco de la cosa, excepto que tiene que ver con una unidad de operaciones especiales que tiene la capacidad de manipular el tiempo. A mí con eso ya me tienen comprado, el tráiler tiene pintaza y verla en pantalla grande me hace tilín después de tantos meses. No les voy a engañar: me pone nervioso pasarme dos horas y media con la mascarilla y demás, pero espero que la película me inhiba lo suficiente como para no tener que pensar en la maldita mascarilla.

Me resulta muy gracioso (debo admitirlo) que el futuro inmediato de las salas de cine resida en manos de un tipo al que odian tantos cinéfilos. Es una de esas paradojas que son difíciles de explicar y que, seguramente, nuestros nietos estudiarán.

Está claro que el mundo del cine está experimentando un cambio brutal que la pandemia no ha hecho más que acelerar y que ese cambio va a hacer que muchísimas salas cierren o vean reducidos (mucho) sus ingresos. Los grandes taquillazos perdurarán, pero el cine de clase media será cada vez más raro.

El streaming será la nueva bestia y está aquí para quedarse. Vamos a ver qué cojones hacemos.

Seguiremos informando.

De momento, voy a cenar.

Besos,

T.G.