boyhood

 

Señores, señoras, he vuelto.

 

Justo a tiempo para ver como Pujol por fin se ata su propia soga y se cuelga.

 

Ahora espero que hagan lo mismo Botín, Camps, Cotino, González y todos los que se han enriquecido mientras nos hablaban de lo importante que era mantenerse recto e inmune a las tentaciones.

 

Naturalmente, todos van a robarnos de una forma u otra así que al final sólo cabe pedirle al ladrón algo de elegancia y mucha discreción. Esto es España y aquí todo pasa y nada cambia, pero al menos esperemos poder tener el placer de ver a algunos de esos ladrones sin palancas y de día entrar a la cárcel. Aunque luego dentro tengan teles, y bonitas celdas individuales, y reproductores de dvd y los guardias les lancen piropos al pasar, porque –eso sí- nadie es miserable con tanto estilo como nosotros.

 

Para compensarles por todo esto, la morralla política y social que estamos condenados a soportar (incluyendo a un montón de corruptos de pequeña intensidad que hacen nuestras vidas menos soportables) les hablaré hoy de la que es posiblemente la mejor (o una de las mejores) película que veremos este año en este delicado país nuestro, que un día nos engullirá con un terremoto para demostrarnos lo cansado que está de nuestra maldita presencia.

 

Me despisto, perdón.

 

La película, tan delicioso que es difícil no rendirse ante ella, se llama Boyhood y su director es Richard Linklater.

 

A Linklater le conocerán por aquella preciosa trilogía donde dos amantes se reencuentran periódicamente en una ciudad distinta y en un día (sólo por ese día) hablan de si mismos. De lo que les preocupa, de aquello que aman, de lo que odian… de lo que envidian.

Son películas tan sencillas (Antes del amanecer, Antes del atardecer, antes del anochecer) y sin embargo tan complejas que uno siente que está aprendiendo algo de lo difícil que es ser simplemente humano tan solo por sentarse delante de una pantalla a oír hablar a esos dos personajes, maravillosos Ethan Hawke y Julie Delphy.

 

Pues bien. El señor Linklater tenía un pequeño proyecto, que ha estado rodando una semana al año durante doce años, con los mismos actores. De tal forma que –rizando el rizo- por primera vez el espectador puede ver a los protagonistas de una película envejecer ante sus ojos. Sin tener que recurrir a efectos especiales o maquillajes aparatosos. Simplemente por la obsesión de un director a la hora de pensar en un cine distinto, más atrevido, más ambicioso: mejor.

 

Da bastante igual que la película no tenga un línea narrativa muy marcada, porque el simple hecho cotidiano de encontrarse con esos actores, año tras año, y verles envejecer, madurar, volverse más sabios (o más idiotas), le añade al séptimo arte una capa de magia que nunca había tenido.

En cierto modo, al confundir a actores y personajes, Linklater entrega al espectador su propia Capilla Sixtina y le pide que la pinte a su gusto, que establezca en ella las relaciones que considere oportunas: que cierre los ojos y deje volar su imaginación, como cuando eres pequeño y estás convencido de que si lo deseas puedes aprender a volar.

 

En esa ingenuidad, a la que se aplica un barniz de calidez y otro de emociones (de las buenas, no de las que llevan aditivos y encuentras en las estanterías de los supermercados de Hollywood) explota en la retina del espectador y llega directamente a su cerebro. El cinéfilo sonreirá, el listo callará y el espectador convencional pensará que está viendo algo muy extraño, pero que es –en general- algo bueno.

 

El cine sensorial, que es algo que uno no puede forzar porque interactúa con nuestros sentidos sin pedirnos permiso, encuentra en Boyhood uno de los ejemplos más bonitos y sentidos que nos ha dado el cine en toda su historia.

 

Dentro de unos años hablaremos de ella con reverencia, la repasaremos para asegurarnos de que no fue una broma y la dejaremos a nuestros amigos para hacernos los guays.

 

La estrenan el 12 de septiembre y con total seguridad ganará entre poco y nada de dinero. Habrá otras cosas más grandes y ruidosas que reclamarán nuestra atención y es bien sabido que nos distraemos fácilmente, así que nos olvidaremos de ella.

 

Con suerte, resistirá en alguna capital de provincia durante unas cuantas semanas.

 

Por eso, antes de que se estrene, les advierto sobre ella. Para que la apunten y no se olviden.

 

Ya me lo agradecerán luego.

 

Un abrazo y buenas vacaciones,

T.G.